LUPUS. “Conocí a Marcela hace tres años -me dijo el doctor Emec Cherenfant-. Vino a mi consulta por dos cosas. Una, deseaba que le ayudara a reducir las manchas rosáceas que le estaba causando el lupus en la cara.
Tenía esas manchas en forma de mariposa que produce esta enfermedad en las mejillas y en la nariz, y eso la angustiaba. Y es que le habían detectado lupus y fibromialgia desde que tenía dieciséis años... Y, a los veintinueve, el lupus se estaba manifestando en ella de forma más agresiva... Era lupus eritematoso”.
El doctor Cherenfant calló por unos segundos, suspiró, y se rascó la frente con dos dedos.
“La mataron tres años después -agregó-, y su muerte ha sido una tragedia que dejó a su familia en una pobreza mayor”.
“Pero, capturamos a los asesinos -intervino uno de los dos agentes de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) que nos acompañaba-. Los agarramos a todos”.
El doctor nos miró.
“Este mes de mayo -dijo- es el mes en el que se conmemora la lucha contra el lupus, y en Honduras hay un grupo de mujeres que se han unido en una asociación para ayudarse entre ellas, o sea, entre las que sufren esta enfermedad... lupus y fibromialgia, una combinación terrible que padecen muchas mujeres en silencio... Marcela era una de ellas”.
Hizo silencio por un momento.
“Marcela quería que le ayudara a quitarse esas manchas del rostro, pero yo no puedo hacer eso”.
El doctor Cherenfant calló de nuevo.
“Pero, también quería que le levantara los senos, ya que había dado a luz tres niños, y sus senos, algo grandes, estaban péndulos, caídos, como decía ella”.
Nuevo silencio.
“Al conmemorarse este mes la lucha contra el lupus y la fibromialgia, recordé este caso, y me gustaría que los lectores y lectoras de EL HERALDO lo atesoraran para que se den cuenta de que estas enfermedades existen, y que hay muchas mujeres que viven sufriendo sus efectos, muchas veces, sin la ayuda ni la comprensión de sus seres queridos”.
Nadie dijo nada.
“Marcela sufría -dijo el doctor-. Pero, era una mujer pobre, aunque era muy bonita; muy, muy bonita... Y, aunque no es de mi interés entrar en detalles privados con mis pacientes, supe que tenía un amigo especial que estaba pagando porque le ayudara levantándole los senos, haciéndole la liposucción, quitándole algo del abdomen, y algunas cosas pequeñas más... Pero, sobre las manchas del lupus en su rostro, yo no podía hacer nada... Y ellos lo entendieron”.
“Fue por allí donde le vino la muerte a la muchacha -dijo uno de los policías-. Alguien la odiaba con tanta fuerza, que la hizo pagar con la vida el daño que supuestamente le hacía”.
“Pero, los agarramos -dijo otro de los detectives-. No se escaparon”.
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Unilufih
La asociación a la que se refería el doctor Emec Cherenfant es Unidos por el Lupus y la Fibromialgia en Honduras (Unilufih), una organización sin fines de lucro que se esfuerza por apoyar a las mujeres que viven con estas enfermedades, y que en este mes de mayo celebran la lucha contra estos males. Y yo, personalmente, conozco algunas víctimas que padecen esta tragedia, porque no se le puede llamar de otra forma; y son fieles lectoras de EL HERALDO. Ruth Sauceda, Karen, Leyla, Madelin, Iveth, Karol... Y muchas más...
Por supuesto, Marcela no pertenecía a esta asociación, ya que, tal vez, no supo que existía. Ella vivía en un pueblo del departamento de Copán, y salía de allí en escasas ocasiones, ya que se dedicaba a cuidar a su madre, a su tío discapacitado, a su primer hijo, con parálisis cerebral, ya de nueve años, y a sus dos niños menores... Era la suya una vida dura, pero la sobrellevaba porque no podía rendirse.
“Era una buena hija -le dijo su madre al doctor Emec Cherenfant, el día en que el doctor fue a su velatorio-; era buena, y hacía lo que hacía porque no teníamos otra forma de sobrevivir... Pero, me la mataron, y yo sé que fue por eso, doctor”.
Marcela tenía treinta y dos años, era blanca, de regular estatura, delgada, hermosa, ojos claros, pelo castaño y boca rosada, con bonitos dientes parejos y blancos.
Tenía tres hijos, un tío jubilado, que pasaba la mayor parte del tiempo en silla de ruedas, a causa de una caída en el trabajo, y su madre, una mujer de sesenta años, que le ayudaba a cuidar a sus niños, especialmente al mayor, que tenía parálisis y jamás podría valerse por sí mismo.
“Pero, en su deseo de sacarnos adelante, cometió un error -le dijo la mamá al doctor-. Hizo lo que no debía hacer”.
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EL CRIMEN
Era una mañana fresca; Marcela venía hacia su casa, caminando despacio por la calle solitaria, y llevaba pan y leche. Venía de ver la panadería que recién había abierto, en la que vendía el pan que les compraba a dos proveedores, lo que le dejaba una regular utilidad.
Caminaba despreocupada, cuando una moto apareció al final de la calle. En ella iban dos hombres. La moto se adelantó, se detuvo a dos pasos de ella, y el hombre que iba atrás se bajó, la apuntó con una pistola a la cabeza, y le disparó dos veces... Marcela cayó hacia el frente.
El asesino le disparó dos veces más, hasta asegurarse de que estaba muerta. Luego, los criminales desaparecieron. Cuando llegó la Policía, los vecinos lloraban cerca del cadáver, y la madre y los hijos de la víctima se aferraban desesperadamente a su cuerpo ensangrentado.
El forense dijo que, a pesar de que las balas le destrozaron el cerebro, y una de ella salió por su ojo izquierdo, su corazón se resistió a morir por largos minutos, y siguió bombeando sangre hasta que ya no tuvo más fuerzas.
Ahora, empezaron las preguntas: ¿Quién tenía motivos para desear la muerte de aquella muchacha?
La madre
La señora, entre lágrimas, les respondió a los detectives.
“Esa mujer me la mandó a matar -dijo-. Esa mujer miserable...”
“¿De quién está hablando, señora?”.
“Aquí todos sabemos quién es la persona que quería ver muerta a Marcela -intervino un vecino; y sus palabras fueron avaladas por varias mujeres más-. Aquí se sabe todo, porque este es un pueblo pequeño”.
“Díganos quién es”.
“Ligia” -dijo la madre de Marcela.
“¿Ligia?”.
“Sí; Ligia... O doña Ligia; como ustedes quieran... Es la esposa de don Chilo, el que era el novio de mi hija... Él le ayudaba”.
En aquel momento llegó a la escena un hombre alto, recio, ya entrado en años, que acababa de bajarse de una camioneta Ford 350, seguido de varios guardaespaldas con fusiles AK-47 y pistolas al cinto.
“Déjenme pasar -les dijo a los policías-. Ella era mi mujer, y me la mataron... Pero, esos malditos la van a pagar con la vida... No tenían por qué hacerle esto”.
Y, diciendo esto, se agachó sobre el cuerpo, se manchó con la sangre, y abrazó a la mujer muerta. Luego, se le vio llorar en silencio.
“Fue doña Ligia, don Chilo -le dijo la madre de Marcela-. Ella fue la que la mandó a matar, por celos”.
El hombre no dijo nada.
“No debe dañar la escena del crimen, don Chilo -le dijo uno de los policías-, para cuando vengan los agentes de la DPI de Santa Rosa...”
“Yo sé... Yo sé, pero esto es horrible... Ella me quería, y yo era feliz con ella”.
“¿Usted sabe quién pudo hacerle esto?” -preguntó el policía.
“Ustedes saben bien...” -dijo él.
“Eso hay que decírselo a los de la DPI”.
“No me importa lo que hagan... Quiero a los que la mataron, y los quiero vivos... Yo sé hacer mi propia justicia”.
El doctor Cherenfant suspiró de nuevo.
“Siempre tengo un sentimiento especial por mis pacientes -dijo-, y, aunque no puedo influir en sus vidas privadas, me afecta mucho que sufran cosas como estas... Y Marcela era una mujer sencilla, que estaba enamorada, y que solo quería sacar adelante a su familia... Y esto que digo es lo que ella me dijo, cuando me confesó que un amigo especial pagaría la cirugía de senos y la abdominoplastia”.
“Hay gente que no piensa antes de hacer las cosas -dijo uno de los agentes-. Matan y no se ponen a pensar en las consecuencias. Solamente quieren satisfacer su cólera, su odio, su rencor, y no piensan en el daño que le van a hacer, sobre todo, a los parientes de sus víctimas-. Y es que así actúa el ser humano cuando solo tiene maldad en su corazón”.
“Los niños, la madre y el tío de Marcela quedaron desamparados -dijo el doctor-; y eso es una lástima”.
“Y don Chilo quedó muy dañado” -dijo un detective.
“Lo vi en el velorio de la muchacha -dijo el doctor-. Me di cuenta que la quería mucho”.
“Nosotros llegamos esa misma mañana -dijo el agente de la DPI a cargo del caso-; y empezamos a investigar el crimen de inmediato... teníamos pistas, y no nos íbamos a detener hasta encontrar a los asesinos”.
“Yo llegué a eso de las nueve de la noche -dijo el doctor Cherenfant-. Tenía que ir... Tenía que despedirme de Marcela”.
¿Por qué mataron a la muchacha? ¿Quién estaba detrás de su muerte? ¿Capturó la DPI a los asesinos?
Continuará la próxima semana...