Tenemos un sistema político atrofiado y disfuncional que se encuentra en su etapa terminal debido a que quienes han gobernando a nuestro país a lo largo del tiempo, salvo muy pocas excepciones, incurriendo en una concepción del Estado como recompensa a repartir entre los victoriosos para saquearlo en beneficio propio.
El presidencialismo ha significado el predominio y hegemonía del Poder Ejecutivo por sobre el Judicial y Legislativo, transformados en meros instrumentos de los designios del mandatario de turno, sea que alcanzó el poder por la vía pacífica, por revueltas o golpes de Estado.
Nosotros, los ciudadanos, en el mejor de los casos, nos hemos limitado a concurrir a las urnas a depositar el voto, el que fácilmente puede ser manipulado, para luego otorgar vía libre a los políticos para que, una vez instalados en el poder, dispongan como mejor les convenga, de los recursos públicos en vez de canalizarlos hacia áreas de urgente atención: salud, educación, generación de fuentes de empleo, seguridad alimentaria y jurídica, producción y productividad.
No ejercemos la necesaria y periódica auditoria social que vigile el rumbo y orientación de los gobiernos, su desempeño, el cumplimiento de las promesas electorales, sin exigir el debido rendimiento de cuentas a quienes administran la nación, que, por nuestra inacción, inmovilismo, pasividad y conformismo, han convertido en propiedad privada.
Tras un auto examen colectivo de nuestra apatía e indiferencia respecto a la trayectoria que ha sumido a Honduras en su actual condición colapsada, continuemos de inmediato con la construcción de ciudadanía, si es que deseamos una genuina democracia participativa, con el ejercicio pleno de derechos y obligaciones, en que seamos los dueños de nuestro destino.