El estado de inquietud, preocupación y angustia de la sociedad hondureña, particularmente el que priva en las áreas urbanas más importantes del país, es cada día creciente, alcanzando, paulatinamente, un grado de tensión emocional que no permite que las comunidades puedan desarrollar con tranquilidad sus tareas cotidianas y, particularmente, su impulso emprendedor, que es el detonante del desarrollo de los pueblos.
Como muy pocas veces en los últimos 50 años, el país se ha visto envuelto en un clima de inestabilidad política que amenaza con destruir todos los intentos y pequeños logros alcanzados en la persecución de un Estado democrático pleno. Cuando se ha creído que se habían enderezado los caminos tortuosos característicos de las prácticas políticas nocivas, surgen los oscuros nubarrones de la ambición, la perversidad, la mediocridad, el abuso, las trampas, las traiciones y la hipocresía propias de los eternos actores de nuestro drama político.
A las puertas de un nuevo proceso electoral que no promete restaurar tan fácilmente las heridas provocadas en el costado de nuestra Honduras, por los puñales de aquellos que han prostituido el sagrado deber de gobernar para procurar el bien común de todos los hondureños y no solo de aquellos parientes privilegiados o de sumisos y obcecados seguidores partidarios, la ciudadanía en pleno, de rodillas, le implora al Creador del universo que se apiade una vez más de este pueblo noble, sometido, injustamente, al flagelo de gobiernos abusadores e incapaces.
¡Basta ya de viajar en el último vagón del tren del desarrollo humano! Por doquiera que surgen nuevas estadísticas dando cuenta del desarrollo de los pueblos, Honduras va ocupando cada vez más los últimos lugares en las escalas mundiales, solamente somos primeros en corrupción, en inseguridad pública y jurídica, en insalubridad, en educación ineficiente, en irrespeto a la Constitución y las leyes, en la prostitución de las instituciones y en tantos otros campos funestos del acontecer nacional.
Sin embargo, y a pesar de todo este panorama sombrío, siempre surge una pequeña luz entre esos nubarrones. Los hondureños apegados a su fe en Dios aún creen en milagros, más aún cuando la nobleza siempre vencerá al mal, la perseverancia a la flojera, y el deseo nato de superación individual y colectivo prevalecerá por sobre la idiosincrasia del fracaso.
Debemos confiar en que la votación masiva del hondureño consciente, este próximo 30 de noviembre, más el mejoramiento de los controles cruzados en el proceso electoral en general, harán fracasar cualquier intento del fraude a que nos tiene acostumbrados los piratas de la política criolla. El talento debe imponerse por sobre la mediocridad, la honestidad debe vencer la corrupción, los viejos mañosos deben desaparecer de la escena política nacional, los buenos ejemplos ciudadanos deben ser los referentes de todo acontecer político futuro y en general el sentido de patria, el amor por nuestra patria y el respeto a la ley, deben ser los conductores de esa nueva Honduras que hemos soñado.