Una votación rencorosa

Es el triunfo de la campaña negativa, la destrucción del debate de ideas, la confirmación fatal de que el miedo y el resentimiento mueven más que las propuestas”

  • 05 de diciembre de 2025 a las 00:00

Nos aplaudimos por ir a votar en paz, contra el pronóstico vil de algunos que auguraban violencia y caos. También es verdad que esa quietud era fingida o, al menos, contenida, porque en el fondo la mayoría de votantes de los tres partidos principales reprimían el rencor, el odio y la repulsa por el adversario; sobran pruebas en las redes sociales y chats.

Las filas de votación eran tensas, pocos se atrevían con consignas partidistas y las preferencias se decían en voz baja, sabiendo que en el entorno sensible una mínima chispa provocaría una explosión, un pleito. En redes muchos son valientes por la seguridad que da el anonimato o la distancia; por eso acusan, insultan y amenazan impunes, pero en persona son asustadizos.

Es el triunfo de la campaña negativa, la destrucción del debate de ideas, la confirmación fatal de que el miedo y el resentimiento mueven más que las propuestas de desarrollo y prosperidad. Está en los manuales de la política perversa y los políticos perversos lo saben: es más fácil convencer a alguien de votar contra lo que odia o teme que por un inexplicable plan económico o de infraestructura.

Luego del golpe de Estado, el país se dividió en belicosas tribus políticas: liberales, nacionalistas y libres, con una rabiosa identidad partidaria, a veces reducida a la simplicidad de que unos son buenos y los otros, malos. Entonces, el voto se volvió un acto de defensa tribal, no un razonamiento de mejores opciones para el bien de todos.

Desde luego, el resentimiento y el desprecio no solo irradian desde la fauna política. Otros grupos beneficiados por gobiernos anteriores y excluidos de este -oenegés, pastores, abogados, empresarios, economistas, gremialistas, periodistas y falsos analistas- descargaron su furia reclamante en un inédito e implacable asedio al Estado y contagiaron su aborrecimiento a la población, le forjaron el odio.

El gobierno tuvo una tímida respuesta mediática; le faltó perspicacia y entendimiento con los medios que, dentro de la lógica del mercado y las leyes, pudieran difundir sus obras: hospitales, escuelas, canchas, carreteras, aeropuertos, clínicas oftalmológicas, bonos a productores, ancianos, mujeres, crecimiento económico, baja inflación, lo que sea, que quizás algún día, cuando baje la hostilidad y la animadversión se lo reconozcan.

Liberales y nacionalistas capitalizaron ese odio; no tuvieron que ofrecer nada ni proponer algo, la consigna era sacar a Libre del poder, y para el electorado simple bastó el mensaje “Se van”. Algunos presumían obtusos en redes que no importaba quién ganara, la cosa era sacarlos.

La política vacía de contenido y dominada por emociones envenenadas debilita la democracia. El odio es electoralmente rentable, pero crea un ciclo tóxico que nos afecta a todos. Ojalá que aparezcan liderazgos sensatos que nos acerquen a la conciliación y, tal vez, al camino de la prosperidad. Todavía no se ve

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