El plan es muy sencillo: muchos políticos y empresarios que enfrentan investigaciones y acusaciones judiciales por corrupción o crimen organizado mantienen una rabiosa crítica e implacable confrontación mediática como tenaz forma de defensa. Cuando los requerimientos fiscales les llegan, desvergonzados se declaran víctimas de persecución política, de intentos de silenciarlos y cosas así.
Nada nuevo bajo el sol. La ciencia política y la teoría del poder diferencian entre estrategia y táctica, y muestran cómo los políticos corruptos las usan para seguir vigentes y, junto a sus cómplices de afuera, gozar de una infame impunidad al establecer alianzas con élites económicas, militares, religiosas y hasta internacionales que les ayudan a defenderse.
La estrategia es un plan a largo plazo, por ejemplo, regresar al poder y controlar todas las instituciones -como hizo el Partido Nacional y que Libre no ha podido hacer, porque no es mayoría ni en el Congreso Nacional, la Corte Suprema de Justicia, el Consejo Nacional Electoral y ni siquiera en el Registro Nacional de las Personas- y desde ahí forjar un blindaje político que les proteja de la rendición de cuentas.
La táctica es la guerra cotidiana, el día a día: atacar con ferocidad desmedida a sus adversarios, funcionarios, jueces, fiscales. Mentir, acusar sin pruebas y exagerar los acontecimientos para generar miedo. Falsear que defienden al pueblo, la democracia, la fe cristiana. Victimizarse y declararse perseguido por sus posiciones y no por sus delitos. Argucias legales con amparos, apelaciones y vacíos normativos que les permitan dilatar los juicios y mantenerse impunes.
Todo esto se nota más entre los nacionalistas, porque estuvieron en los gobiernos anteriores y los casos de corrupción son tantos que ni caben en esta página. Los liberales hace rato que no gobiernan y sus acusaciones se han diluido en el tiempo, aunque no escapan algunos. Para el partido Libre, los señalamientos que han surgido todavía necesitan investigación y los tiempos y formas que requieren las acciones judiciales; si hay algún culpable tarde o temprano le llegará su momento.
Claro, no todos los nacionalistas son bandidos, pero se vienen a la mente funcionarios y diputados cuyos nombres es fácil asociar con los verbos: robar, estafar, despojar, defraudar. En los gobiernos recién pasados con sus pillerías en el Congreso Nacional aprobaron leyes para saquear el Estado y usaron falsas ONG para birlar millones de lempiras.
Algunos descarados politicastros corruptos pretenden seguir refugiándose en el Estado y van de candidatos a diputados o alcaldes; ahora inflan sus venas gritando que son perseguidos, mienten que peligran las elecciones y repiten el estribillo ridículo de que nos quieren convertir en Venezuela, Nicaragua o Cuba. Es increíble que, con sus antecedentes, aún encuentran incautos que les crean y los apoyen.