Dice el diccionario que la pobreza es una condición humana que se caracteriza por la imposibilidad de satisfacer de manera continua o crónica, las necesidades físicas y psicológicas de una persona.
El concepto general es que esos bienes suelen ser materiales y están relacionados con hacer de la vida cotidiana, algo más confortable; de ahí que, para muchos, si se cuenta con un automóvil, una refrigeradora grande, un celular y un televisor último modelo, esa persona ya se puede considerar que abandonó su nivel de pobreza y, por consiguiente, disfruta de los beneficios socioeconómicos.
Pensadores criollos, en todos los tiempos, han enfatizado que el único camino básico para alcanzar el verdadero desarrollo humano está basado en la educación formativa (y no solamente informativa). Nuestros próceres como Valle, Morazán, Soto y otros, cultivaron esa teoría y en momentos en que la humanidad parecía caminar sin rumbo, en las sombras de la época, estos personajes históricos nos señalaban el camino correcto que conducía hacia la superación humana de los hondureños.
No hay peor pobreza que la pobreza intelectual y esta solo es producto, por una parte, de la falta de oportunidad para cursar las aulas de la escuela formadora o bien por la incapacidad de tantos que, aun habiendo cursado todos los niveles de formación académica, han sido incapaces de desarrollar un sentido funcional de los valores.
En esta Honduras convulsa y en estos momentos en que el liderazgo político deviene obligado a ser el puntal de una transformación general del país, la pobreza intelectual, con rarísimas excepciones, caracteriza a los funcionarios que ocupan los puestos más importantes en el engranaje administrativo público.
Muy pocos representantes del gobierno (oficiales y oficiosos), en todos los tres poderes del Estado, se salvan de esta penosa apreciación. Su lenguaje verbal y corporal es pobrísimo, provoca lástima, no tanto por los actores del drama, sino porque las consecuencias de su incapacidad para conducir un pueblo abatido por la pobreza y la miseria, no promete alcanzar el más pequeño índice de mejoramiento general.
Las estadísticas mundiales nos ubican, desde hace muchos años, en los puestos más bajos del escalafón del desarrollo humano. Particularmente en los campos de educación, salud, seguridad, cultura y ambientalismo, navegamos a la saga de los países en desarrollo.
Hace algunos años, en varios campos, destacábamos a nivel mundial; fuimos campeones en exportaciones como el banano y minerales, logramos en la década de los 60s erradicar el monstruo del paludismo. En este campo fuimos modelo mundial y aquí venían múltiples delegaciones de países que también sufrían de este flagelo, a encontrar soluciones.
Sobra hacer un comentario sobre los indignantes acontecimientos de corrupción, pero no se puede soslayar la condena de aquellos que, estando hundidos en el fango del desprestigio, pretenden justificar lo injustificable con argumentos torpes, pero altamente ofensivos.
El tribunal del pueblo se reúne el 30 de noviembre, su veredicto será implacable.