El elector tiene en sus manos una de las armas más poderosas para cambiar la historia de Honduras: el voto. Esta herramienta debe servir para elegir a los mejores hombres y mujeres al servicio del país, pero, con frecuencia es salvavidas de los corruptos que han hecho de la política un negocio y del Estado una piñata.
Hemos sido testigos de cómo los mismos personajes señalados por corrupción regresan a ocupar puestos de poder gracias a la indiferencia, al clientelismo y, a la complicidad silenciosa de los votantes. Una ciudadanía que vota por corruptos vota contra sí mismo y contra sus hijos condenándolos a vivir en un país sin justicia y sin futuro.
La corrupción no se combate únicamente con leyes, ni con fiscales valientes; se combate en las urnas, evitando a quienes ya demostraron su incapacidad moral vuelvan a tener la oportunidad de robar, mentir y traicionar al pueblo. Es un error entregar el voto al mismo verdugo que despojó al país de hospitales, escuelas, carreteras, y al pueblo de bienestar y seguridad.
Los candidatos corruptos son hábiles en mentir, prometen, sonríen, reparten bolsas de comida o miserables billetes en campaña, pero en su interior son los mismos personajes dispuestos a enriquecerse de la hacienda pública.
El elector debe ser firme y no dejarse extorsionar sentimentalmente por simpatía hacia su propio partido político. Votar por un corrupto solo porque “es de mí partido” es traicionar al país y perpetuar la perversidad que nos oprime.
En zonas rurales, donde habita la población más necesitada, el analfabetismo y la desinformación son armas que los políticos utilizan para manipular y engañar. Con falsedad en discursos, promesas y favores, condenan a esas comunidades a seguir atrapadas en la pobreza. Esa manipulación debe ser desenmascarada.
Sumándose, un fenómeno aún más grave, la alianza entre los políticos con el crimen organizado y el narcotráfico.
En Honduras, la democracia ha sido secuestrada, funcionando en favor de esa alianza perversa que protege intereses ilícitos y blinda a delincuentes con impunidad. Quedando, el pueblo sin voz y sin justicia. Una democracia que sirve al crimen organizado jamás podrá servir al pueblo.
También, condenar categóricamente el voto en plancha. Este mecanismo no es más que un encubrimiento de candidatos mediocres, ineptos y corruptos que se cuelgan de la popularidad de otros para llegar al poder. Es un fraude disfrazado de legalidad que niega al elector la posibilidad de seleccionar, con criterio propio, a sus verdaderos representantes.
Honduras necesita que sus ciudadanos ejerzan un voto consciente, libre y responsable. Rechazar a los corruptos en las urnas es un deber moral y una señal de la sociedad exigiendo rendición de cuentas.
No votar por corruptos es, en sí mismo, combatir la corrupción. Finalmente, “El temor de Dios es aborrecer el mal”. Queda planteado.