Muere la historia

  • Actualizado: 07 de abril de 2025 a las 00:00

Tras escribir obras de ficción amparadas en lo imaginario me uní a las tendencias de la nueva novela histórica y dediqué varios años a entender la personalidad de mi patria hondureña, habiendo conseguido como resultado, doce años después, mi quizás más ambicioso libro: “Rey del albor. Madrugada”, que nos retrata. En su trama el presidente de la república manda contratar al mejor académico norteamericano para que redacte un tomo que resuma el pasado nacional, desde los mayas al minuto presente y la época crítica de la década 1980. Todo marcha bien, excepto que al ambos encontrarse el mandatario descubre que el profesor norteamericano es negro, lo que le desagrada, y este a su vez, el emérito Doctor Quentin H. Jones de Cornell University, se escandaliza pues lo que el gobernante quiere es que limpie los hechos, elimine lo malo que en la vida social hizo el catracho y escriba exclusiva y radicalmente lo bueno. La obra arranca así desde un estallido o choque ideológico: el intelectual que rechaza disolver la verdad y el gobernante a quien importa cero el rigor científico.

Semejante ocurrió cuando el rey Juan Carlos visitó la enorme exposición instalada para conmemorar en Madrid cinco siglos del hallazgo de América (1992) y cuando al ingresar a una de las salas, acompañado por el curador, le repugnó la escenificación de dos esclavos siendo azotados en América, torturados por colonos iberos. “¡Eso era innecesario!” protestó el monarca, quien creía que el trascendente suceso había sido “encuentro” de pueblos y no violenta colonización... “Quizás, majestad”, respondió el guía “pero fue imposible modificar una historia de 500 años...”.

La revista Newsweek (Marzo 31) relata que Donald Trump ha procedido a investigar el uso que la Universidad de Harvard da a los ¡U$9,000 millones! con que la subsidia el gobierno federal, pues es incapaz de controlar en sus campus el antisemitismo. Dirige la indagación un “federal antisemitism task force” (fuerza de tarea contra el anti-judaismo, aunque nunca son iguales hebreo, judío, israelita o sionista). Igual se congeló a Columbia University $400 millones por autorizar protestas contra el genocidio en Gaza. “Proseguirá su lucha para erradicar el antisemitismo y reenfocar las instituciones a los valores de la educación liberal”, dijo el encargado de censura sin determinar cuanto son democráticos o libres dichos valores.

Pues el asunto es que estamos ante otra arremetida del pensamiento fascista en su cruda expresión: “Fascismo: regímenes implantados en Europa durante la primera mitad del s. XX. Su primer sistema fue la Italia de Mussolini, que acuñó el término en 1919, siguiendo Alemania de Hitler y España de Franco”. Lo caracteriza su apelación a la masa, falsa religiosidad, dudoso orden y discursos demagogos, salvadores y milenaristas.

El fascista ultraconservador (o cachureco) es escoria de la humanidad pues propende sólo a sus intereses. Odia toda idea que rompa su estatismo y esquema de mundo, carece de apertura democrática y alega pender de dios. Sus oradores citan la Biblia constantemente y desprecian la ciencia, a la que falsean para que no revele la verdad. Son las mentalidades oscuras con que el progreso debe lidiar cada día

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