Muchos respiran aliviados por el final de la agobiante campaña política y las elecciones del domingo. Meses bajo el dominio de la mentira descarada, acusaciones sin pruebas, insultos, descalificaciones que, lejos de aportar soluciones y ambiente cívico festivo, atizaron el fuego de la profunda polarización hondureña.Es increíble lo que algunos abyectos políticos y sus ambiciosos mecenas le han hecho al pueblo, sofocándolo de recelo y desasosiego, al crear una inhóspita atmósfera en la que todo mundo cree que algo puede pasar. Incluso la habitual animación navideña de esta época se ha opacado.
La irrefrenable conflictividad política cruzó las fronteras. Organismos internacionales pidieron a los partidos -sin excepción- y a los órganos electorales el respeto al proceso. Claro, sirve para que otros metan su nariz en nuestro asuntos, como los desprestigiados congresistas de Estados Unidos, Elvira Salazar y Carlos Giménez, algunos gringos molestos por la eliminación de ilegales ZEDE, y el irrespeto mayúsculo de Donald Trump, que muchos, sin dignidad de patria, aceptan sumisos.
Con los años y la abrumadora realidad, la dinámica de la lucha política ha cambiado. Antes, los partidos tradicionales -Liberal y Nacional- se repartían el poder por turnos, y en las oficinas de empresarios y banqueros se negociaba quién debía gobernar. Con la llegada del partido Libre se acentuó la disputa ideológica que cuestiona el statu quo y promueve transformaciones sociales.Los políticos de siempre y sus patrocinadores no advirtieron que sus pactos beneficiosos para ellos, y sus prácticas sórdidas y corruptas llevaron a la pobreza a más del 74%, y a la desesperanza a todos. La ruptura social resultante empujó a miles de jóvenes hacia las pandillas y a otros hondureños al narcotráfico y distintos delitos conexos.
Parece que los dirigentes políticos, empresariales, religiosos, organizaciones sociales y gremiales -siempre mirándose al ombligo-, no han comprendido que la desigualdad profunda, la injusticia social, la exclusión y la destrucción del otro, generan intranquilidad, confrontación, infelicidad y caos. Esa explosiva realidad ahuyenta la asustadiza inversión nacional y extranjera.
Honduras podría aprender de otras naciones que se unieron para superar la pobreza y el atraso, que asumieron su país como una causa común. Es fácil encontrar numerosos ejemplos en el mundo de lo que se puede alcanzar cuando la prioridad es el bien colectivo.
Confiamos en que las elecciones del domingo serán en paz y sin sobresaltos, y seguirá así la otra semana con los resultados. El partido que gane tiene el enorme desafío de iniciar el camino de la conciliación y el entendimiento, que será difícil, complejo, pero indispensable. Si hacemos una lista, es más lo que nos une de lo que nos separa. Persistir en la confrontación y la división solo facilita que unos pocos avariciosos continúen controlando el poder.