En Honduras, la plaza pública digital es el territorio prometido de libertad y democracia, que ha devenido con demasiada frecuencia en un campo de batalla despiadado donde la agresión hacia las mujeres se multiplica y perpetúa de forma impune. Específicamente, las mujeres en política y las líderes de la sociedad civil que han tenido la audacia de alzar su voz contra estructuras de dominación machista desde el Estado, padecen la violencia más exacerbada y sistemática: la agresión cibernética organizada y orquestada.
Estos ataques no son casuales ni espontáneos; por el contrario, son estrategias planificadas por fuerzas políticas y sociales que se resisten al cambio. Su propósito es silenciar las voces femeninas incómodas al poder, esas que cuestionan privilegios arraigados. La figura central en este entramado son los bots, ejércitos digitales automatizados programados por activistas de los partidos políticos para humillar, difamar y desmoralizar mediante campañas constantes de odio, acoso y violencia cibernética.
Las víctimas elegidas son aquellas mujeres que no temen ocupar espacios tradicionalmente masculinizados del poder político y social. Para ellas, la violencia digital toma formas múltiples y perversas: insultos misóginos, amenazas explícitas de violencia física o sexual, descalificaciones constantes sobre su apariencia y juicios brutales sobre sus vidas personales y familiares. Estos ataques buscan más que el mero daño emocional; persiguen destruir la reputación pública y desalentar cualquier aspiración política o liderazgo social.
Detrás de esta maquinaria se encuentra el machismo político, un sistema de opresión que resguarda sus privilegios mediante la intimidación. Este sicariato digital, incrustado en la política y consciente del poder creciente del liderazgo femenino, busca desesperadamente reafirmar el viejo orden patriarcal mediante la humillación y la degradación pública. La consecuencia es doblemente trágica: por un lado, se refuerza un discurso que reduce a las mujeres a objetos sin voz, negando su valor intelectual y político; y, por el otro, se crea un clima de temor que disuade a otras mujeres de asumir liderazgos.
En este escenario digital de la Honduras socialista, los bots no son simples algoritmos neutros, sino armas de guerra política contra mujeres disidentes en el periodismo y el activismo político y social, mientras se utiliza una lógica estructurada de silenciamiento.
Sin embargo, lo que resulta especialmente preocupante es la indiferencia tanto institucional como social, pues prevalece una cultura de impunidad que permite a los perpetradores actuar deliberadamente, mientras las plataformas digitales se escudan tras la supuesta neutralidad tecnológica para eludir responsabilidades.
Por lo tanto, es imprescindible que se reconozca urgentemente que las voces femeninas en la política y la sociedad civil, son esenciales para cualquier democracia verdadera y profunda.
De hecho, su defensa no es solo una obligación moral, sino un deber legal que debe asumirse con contundencia para castigar la violencia digital, exigiendo responsabilidad a las plataformas y educando sobre la base del respeto y la igualdad.