Habemus pontífice de las dos Américas

"El Papa León XIV, primer pontífice bicultural del siglo XXI, abre un nuevo capítulo en la Iglesia, marcada por desafíos globales y esperanza renovada"

  • Actualizado: 12 de mayo de 2025 a las 00:00

El humo blanco que finalmente se elevó sobre la Capilla Sixtina no solo puso fin a la expectación global, sino que también inauguró un nuevo capítulo, lleno de interrogantes y esperanzas para los más de mil millones de católicos en el mundo.

El cónclave sorprendió al mundo: Robert Prevost, el cardenal estadounidense-peruano, se convirtió en León XIV, el primer papa bicultural del siglo XXI. Nacido en Chicago en 1955, de madre de ascendencia española y padre hijo de inmigrantes franceses, este políglota que habla español, inglés, italiano y quechua llega en un momento crítico: El mundo arde en guerras en Ucrania, Gaza, África, India y Paquistán, mientras América Latina, su tierra espiritual, sufre dictaduras, corrupción y migraciones masivas. Y su elección no fue casual: el Colegio Cardenalicio buscaba un puente entre norte y sur, entre tradición y reforma y Prevost, que no es un burócrata romano, encarna ese perfil: estuvo por Honduras en el año 2012, cuando aún era padre general de la Orden de los Agustinos, visitó Cofradía, Cortés, y dejó una huella de humildad y cercanía en la comunidad. Pasó 15 años en las zonas más pobres de Perú, desde las alturas de Puno hasta los asentamientos humanos de Lima. Fue obispo de Huancavelica, donde aprendió quechua para confesar a los campesinos. Denunció a las mineras extranjeras que envenenaban ríos andinos. “El desarrollo no puede costar vidas”, reclamaba allá por el año 2018. Eligió el nombre León XIV como homenaje al papa León XIII (1878-1903), considerado el pontífice de la justicia social. Mantuvo su pasaporte peruano y dice con la sencillez de la razón de un hombre en paz: “Soy tan de Illinois como de los Andes”. Duerme en la Casa Santa Marta, no en los aposentos papales.

Fue ordenado sacerdote en 1982, su ministerio pastoral en su diócesis natal fue relativamente breve antes de ser llamado a Roma para proseguir estudios y, posteriormente, iniciar una carrera en la Curia Romana. Su ascenso fue constante pero discreto. Sirvió con diligencia en la congregación para la doctrina de la fe, como trabajador incansable y de una lealtad a toda prueba.

Y pronto lo sabremos ante los desafíos que aguardan a León XIV, que son monumentales. Desde la continua secularización en Occidente, las tensiones geopolíticas que afectan a las comunidades cristianas en diversas partes del mundo, la necesidad de proseguir con la transparencia y la sanación en respuesta a la crisis de abusos, hasta el diálogo interreligioso y la búsqueda de respuestas evangélicas a la crisis climática, las desigualdades sociales y la corrupción escandalosa de gobiernos, que alteran las democracias en nuestra región centroamericana.

El mundo católico, y de hecho el mundo entero, observará atentamente los primeros pasos de León XIV. Y sus acciones sugieren que es un hombre de convicciones firmes, forjado en la escuela de la doctrina tradicional y la administración curial. La incógnita reside en cómo este bagaje se traducirá en el liderazgo de una Iglesia universal, diversa y enfrentada a encrucijadas históricas. ¿Será un pontificado de consolidación interna y reafirmación doctrinal, o encontrará en la tradición la inspiración para un diálogo renovado con los dilemas del hombre contemporáneo? Solo el tiempo y sus acciones desvelarán la fortaleza de la fe de León XIV.

Más allá de su biografía, León XIV representa un símbolo vivo de la Iglesia en transición: una institución milenaria obligada a dialogar con un mundo fragmentado. Su biculturalidad no solo es un dato anecdótico, sino un gesto profético en una era de muros y nacionalismos. Su elección lanza un mensaje potente: que la fe no tiene pasaporte, y que los nuevos liderazgos eclesiales deben surgir desde las periferias, allí donde la esperanza brota en medio del abandono. La figura de este papa parece abrir un nuevo horizonte, en el que la Iglesia no solo acompaña a los pobres, sino que aprende de ellos. “No tengo soluciones mágicas. Solo el Evangelio y la terquedad de un misionero”, ha dicho con certeza. Mientras las potencias invierten en misiles, el nuevo papa invierte en misericordia. El tiempo dirá qué fuerza cambia más al mundo.

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