Vivimos una época en la que los países, las élites gobernantes y los grupos económicos se disputan el control de los minerales estratégicos, particularmente de las tierras raras y de los minerales críticos. La competencia por la posesión y explotación de minerales no es nueva en la historia de la humanidad. Entre muchos ejemplos, destaca sin duda, la denominada “fiebre del oro”, que entre muchos episodios referentes, destaca el período 1848-1855 en el Estado de California, EE. UU., donde los descubrimientos del mineral motivaron movilizaciones de población y múltiples derivaciones económicas, sociales y políticas.
También fueron famosas las fiebres auríferas en la región del Klondike (Canadá) entre 1896-1899 y, en Australia (1851-1860). No obstante, también se han registrado otras “fiebres” por ese y otros minerales, en muchísimas partes del planeta. En un amplio sentido histórico, también fueron síntomas de fiebre metalífera, las expediciones y conquista colonial de los europeos en otras partes del mundo en la búsqueda de tesoros en América, África y otras partes del mundo especialmente a partir del siglo XV.
En el presente, el afán por el control de las tierras raras y los minerales críticos es el iniciar de nuevas e impredecibles fases de esa “fiebre”, que se eleva a mayores temperaturas. Así tenemos que el oro ya no es el mineral mas caro, a pesar de que la cotización de la onza ha trepado a niveles históricos. Ahora lo superan el rodio, paladio, platino, osmio, iridio y el rutenio.
Se sabe que las tierras raras y los minerales críticos en general son materias primas cruciales en la transición energética, la industria militar, automovilística, médica y otras industrias de punta. La temperatura de los conflictos sube cuando se busca controlar las propiedades magnéticas, ópticas o electrónicas. En esa mirada aurífera están por ejemplo el silicio, que sirve para fabricación de semiconductores y microchips, vehículos eléctricos, placas fotovoltaicas, turbinas, etc. La línea sigue con el wolframio o tungsteno para fabricar neveras, impresoras, paneles LCD para pantallas de teléfonos celulares, radares, misiles y otros artefactos estratégicos.
Podemos recorrer esa fila de ramificaciones que vinculan el control y conocimiento metalífero con sus nexos geopolíticos en todo el globo, coyunturalmente con énfasis en países africanos. La necesidad de fabricar imanes de alto rendimiento, baterías recargables y turbinas eólicas, seguro lleva a disputas por territorios y a considerar los riesgos por interrupciones en las cadenas de suministros que se eslabonan con productos finales de alta demanda.
Es innegable que está en marcha una guerra internacional por los minerales críticos. Entre tantos casos a considerar, por aquellos que desempeñan funciones esenciales en las tecnologías energéticas por sus nobles características para transmitir y conservar energía. Y así va esa competencia febril por las tierras raras, ya sean las catalogadas como “pesadas” o “ligeras” como el lantano, cerio, praseodimio, neodimio y samario.
No importa en qué lugar o país haya que disputar y ganar el control. Puede ser Ucrania o Bolivia, que además de formar parte del denominado “triángulo del litio” (Argentina, Chile y Bolivia) cuenta con 31 de los 38 minerales críticos que demanda el mundo (antimonio, bismuto, estaño, plata, zinc, galio, germanio, indio, magnesio, niobio, manganeso, wolframio, estroncio, barita, escandio y magnetita). Esos son una parte de esos nuevos “oros”, diamantes o petróleos que no es “raro” encontrar en cualquier país, haya sido documentado o no