Vamos descontando los días y faltan exactamente seis meses para las elecciones generales del 30 de noviembre. Ahora que se ha normalizado el desprecio y el odio, la violencia política de la campaña será la noticia del día, y el país sufrirá otra pobreza: la de las ideas y propuestas, tan espantosa como la otra.
No será nada nuevo, pero sí más intenso, el mensaje emocional, destructivo y polarizante que atizará el estrés, el desaliento y el desasosiego de los hondureños. Algunos politicastros, desesperados por el poder, acusarán sin pruebas y descalificarán sin argumentos, convencidos de que el lenguaje procaz, grosero y cínico ayuda a ganar votos, asumiendo que todos somos ordinarios y maleducados. Desde luego, habrá uno que otro.
Es habitual en el político vacío y mediocre -que no tiene la sensatez ni el ingenio para crear un discurso atractivo- tratar de deslegitimar al adversario; atacar la dignidad del otro, incluso burlarse de su nombre, su condición social, su grado académico, su vínculo familiar o su origen étnico. De estos ya vimos un par vociferando por ahí.
Desde luego, se multiplicarán a tope las “fake news”; la noticia falsa engrosará la discusión cotidiana en las redes sociales y en las páginas de internet que se fingen periódicos digitales, manejadas particularmente por activistas políticos que sueñan con volver a tiempos recientes, cuando gobiernos de turno les alegraban las cuentas bancarias.
Aquí merece la pena un paréntesis para hablar de los políticos del Partido Nacional, que ahora hablan con simulada preocupación de que hay crisis en los hospitales, que no hay medicinas, que las carreteras están malas, que no hay empleo, que hay inseguridad; todo como si ellos no tuvieran nada que ver, como si no hubieran estado 12 años escarbando en cada resquicio para sacar hasta el último lempira y dejar el país en escombros.
Llegados a este punto, es preciso identificar que los nacionalistas convencieron a los liberales de construir un enemigo común: el Partido Libre. Eso sí, aunque coinciden en el discurso y los ataques, una alianza entre ellos es muy complicada; tendrían que vencer egos, intereses, codicias y compromisos hasta con gente muy peligrosa.
También es verdad que este semestre todos recurrirán a la identidad excluyente: “ustedes y nosotros”, “buenos y malos”, “corruptos y honestos”, “narcos”, “golpistas”, “ñángaras”, y mientras unos denuncien que volvería el narcoestado, los otros insistirán con el desgastado que quieren convertir al país en Venezuela, Cuba y Nicaragua.
¿Cómo terminar con el discurso destructivo y promover la cohesión social? Ya lo hicieron otras naciones, más o menos así: leyes que prohíban la incitación al odio; medios rechazando la noticia falsa y el mensaje manipulador; líderes que consideren la conciliación y la propuesta de ideas. Es decir, mejor sentémonos y pidamos un café