En la violencia hondureña acontecen matices patológicos. Uno de ellos refiere la malsana psiquis de un varón que para agredir a su compañera le mordió todo el cuerpo como si fuera un pitbull asesino. Lo que hace recordar la aún más lamentable historia de los alanos españoles y bullenbeisser alemanes que los conquistadores trajeron a América para dominar y humillar indígenas, situación en que luce haberse dado un inverso modo de actuar perro-hombre pues el can asume la voluntad criminal del amo, consistente en atacar al americano como enemigo, no sólo porque es la orden sino por prejuicio propio: el perro de guerra aprendía a identificar el olor étnico (por la alimentación) del indio y a reconocerlo, atacarlo y, en lo posible, exterminarlo.
Se ignora cuantos importaron al continente pero en Perú el coronel Carlos E. Freyre ha publicado un libro titulado “Tierra de canes” en que describe aquella terrible opción de hacer la guerra con crueles chuchos. Los usaban para “resguardo y vigilancia de las misiones o asentamientos, pero igual en la ofensiva contra poblaciones nativas”, explica. “En el caso de la avanzada ante el imperio inca los perros fueron parte de la estrategia para aterrorizar locales, que si bien conocían razas más pequeñas y amigables quedaron asombrados al ver jaurías con instinto tan agresivo y allí el cuadrúpedo se convierte en arma. Había toda una logística sobre el tamaño del perro, su entrenamiento y el soldado aperreador, que era su encargado”.
Narra a BBC: “A la exploración de Amazonía los castellanos llevaron unos 2,000 perros; no tenían tantos caballos como se cree. Y las armas de fuego eran mucho más limitadas que las que conocemos... Donde no entraban el arma, la espada o el caballo entraba el perro”. Los aperreadores los lanzaban contra las poblaciones indígenas que no conocían razas tan grandes y entrenadas para la ofensiva como los traídos de Europa, que eran gigantescos. El animal que come carne se vuelve más grande y estas razas también habían sido trabajadas con anticipación. Entonces ellos [los indígenas] lo que veían era un león, no un perro”, explica. Igual aconteció en zonas del Caribe, Centroamérica y Mesoamérica, incluido el pueblo mexica. “Los perros fueron empleados para amedrentar la resistencia indígena e infligir castigos”.
En “El magnífico señor Alonso López, aperreador de indios (UNAM) se lee: “A mediados del siglo XVI, Coatle de Amitatán fue sentenciado a morir aperreado y quemado por practicar sahumerios e idolatrías, invocar demonios, no guardar las cosas de la fe ni respetar la doctrina cristiana, por descuidar la limpieza de la Iglesia y ordenar a su pueblo que no asistiese a la doctrina”. En “El destino de la palabra”, Miguel León Portilla rescata relatos de los pueblos originarios en lo que hoy es México. “Son perros muy, muy grandes: tienen las orejas dobladas varias veces, grandes mandíbulas que les tiemblan; ojos inflamados, ojos como de brasa; tienen ojos amarillos, ojos de fuego amarillo; tienen vientres delgados; vientres acanalados, vientres descarnados (...) no son tranquilos; trotan jadeando, con la lengua colgando; tienen manchas como de jaguar, tienen manchas de colores variados, reza un relato en la lengua náhuatl.