A noventa días de las elecciones generales en Honduras, el país entero parece reducido a una sala de espejos. Cada encuesta deja de reflejar la voluntad popular y se convierte en un cristal deformado donde el rostro del poder aparece embellecido según el pago recibido.
El negocio de la estadística política se ha transformado en un arma de guerra ideológica: no mide la realidad, sino que fabrica una narrativa donde lo que se revela no es la razón pública, sino la billetera del partido que más paga.
De hecho, una encuesta bien realizada sí tiene valor democrático, el problema está cuando los políticos no la utilizan como un instrumento para interpretar la conciencia del pueblo, sino como una maquinaria para imponer un resultado anticipado, tratando de convencer al ciudadano de que su voto ya está decidido por números supuestamente objetivos.
Precisamente, tanto el socialismo burocrático como la oposición mercantilizada coinciden en un mismo punto: ambos reducen la voluntad del pueblo a cifras manipuladas. Se disputan las encuestas como si fueran trofeos de una guerra que no se libra con la preferencia del electorado, sino en la contabilidad de las agencias encuestadoras.
No importa si los datos son ciertos o falsos; lo importante es la percepción que generan. Y esa percepción, cuidadosamente administrada por los medios de comunicación y las redes, se convierte en un arma de control social para que el pueblo deje de creer en su propia fuerza y empiece a creer en el espejismo que el mercado electoral le vende.
En este contexto, los próximos tres meses no serán una contienda de propuestas ni de proyectos de país, sino una batalla encarnizada de números comprados. El pueblo hondureño será bombardeado con porcentajes contradictorios, cada uno proclamando un triunfo anticipado, mientras los problemas reales, como la pobreza, la violencia y la corrupción, quedarán fuera del escenario, relegados a notas de pie de página en los informes de campaña.
A noventa días de las elecciones, la democracia debería ser deliberación y participación en igualdad de condiciones. Hoy no lo es. Más parece un libreto prefabricado donde la estadística se degrada, y en vez de ciencia social, se convierte en mercancía. Pero si el pueblo decide confiar en su propia voz más que en los números, entonces habrá una oportunidad de rescatarla.