El asesinato de Charlie Kirk

El crimen contra Kirk es el triunfo temporal de esa cultura que celebra la destrucción y desprecia la vida

  • 18 de septiembre de 2025 a las 00:00

La muerte de Charlie Kirk no es un episodio aislado ni un accidente en el camino de la política norteamericana: es la confirmación de que el progresismo radical, incapaz de sostener un debate con ideas, ha decidido hacer de la violencia su instrumento. Lo mismo estuvo a punto de suceder con Donald Trump en Pensilvania, y antes con tantos líderes que desafiaron la ortodoxia de la corrección política. ¿Estamos condenados a vivir en sociedades donde la bala sustituye al argumento?, ¿donde la cobardía del gatillo reemplaza la valentía de la palabra?

Charlie Kirk construyó su legado sobre algo que debería ser normal en democracia: defender convicciones y confrontar adversarios con argumentos, no con insultos ni con amenazas. Fundó Turning Point USA a los 18 años, llevó el debate conservador a los campus más hostiles y convirtió a la juventud en protagonista de una causa. Fue un agitador de conciencias, un provocador en el mejor sentido: aquel que desafía el letargo de ese adoctrinamiento académico con preguntas incómodas. Precisamente por eso era intolerable para quienes, atrapados en dogmas vacíos, jamás podrían vencerlo en un escenario abierto.

La izquierda radical en EUA, con sus discursos de “inclusión” y “justicia social”, oculta su verdadero rostro: el del fanático que destruye lo que no entiende. Malditos progresistas de cuna cómoda, que nunca supieron ganarse el pan trabajando, pero se arrogan el derecho de señalar a quienes sí lo hacen. Son la semilla de la violencia no porque la vida los haya privado de oportunidades, sino porque eligieron vivir del resentimiento y del subsidio, alimentados por falsos profetas como Sanders y financiados por millonarios como Soros, que desde sus mansiones pretenden rediseñar la sociedad al antojo de su ideología.

Maldito el que jaló el gatillo, pero más malditos aún los que llevan años construyendo esta narrativa de odio hacia todo lo que huela a libertad, propiedad o responsabilidad individual. El crimen contra Kirk es el triunfo temporal de esa cultura que celebra la destrucción y desprecia la vida.

Es hora de que Estados Unidos y el mundo entiendan la magnitud del riesgo: no se trata de un joven asesinado en un campus de Utah, se trata de la legitimación de la violencia política como recurso de quienes no saben competir con ideas. Si callamos ahora, mañana será otro, y otro más, hasta que el miedo se convierta en la regla y el silencio en la norma.La misma lógica de odio que arrebató la vida de Charlie Kirk allá es la que alimenta la violencia aquí en Honduras. También aquí la izquierda radical, ya sin disfraz alguno, se ha dedicado a sembrar resentimiento en lugar de soluciones.

La memoria de Charlie Kirk no quedará manchada por la cobardía. Su voz, que incomodaba porque decía lo que muchos piensan y pocos se atreven a pronunciar, será repetida como un llamado a resistir. La violencia no puede ganar ni en EUA ni en Honduras.

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