Al ocaso del siglo XIX la literatura romántica (Bécquer, Zorrilla, Espronceda) cansaba las expectativas del devoto público y descendían sobre los gustos literarios, en cauda indetenible, otras estéticas: el realismo, el decadentismo, el simbolismo e incluso el vibrante modernismo de Rubén Darío. Surgían nuevas conciencias: la de la Generación de 1898, fecha en que España pierde Cuba y Filipinas (con autores brillantes como Valle-Inclán, Unamuno, Baroja); la de la fuerte literatura norteamericana (Whitman, Twain), con experiencias estéticas contestatarias, resistentes al naciente capitalismo filibustero, un sentimiento que coincidía con la aparición de otra utopía, la del socialismo bolchevique (1917) que, incluso siendo primitiva y cuasi rural, admiraba y despertaba imitación. Fallecía la belle époque y en EUA la efervescencia socialista devenía crucial.
Entre esas revolturas de la historia, un joven escritor hondureño empieza a destacar. Funda en 1923 la revista literaria Claridad; en 1925 crea con Froylán Turcios el quincenario Ariel y organiza un grupo literario, Renovación, cuya revista aparece ese año. Se gradúa de abogado en la Universidad Central de Honduras y en 1928 sale a exilio voluntario en Nueva Orleans. Se casa con Luisa Bennaton en 1929 y utiliza el seudónimo “Julio Sol”. Regresa en 1930 y es nombrado secretario de la universidad; viaja a Washington como miembro de la comisión técnica que dirime el litigio fronterizo con Guatemala; en 1933 retorna a Tegucigalpa y funda Diario El Ciudadano, donde firma sus artículos políticos con el seudónimo “Armando Imperio”. Su nombre es Arturo Martínez Galindo, hijo de un general caído en batalla.
En 1934 se traslada a San Pedro Sula para dirigir Diario El Norte, cuyas críticas al gobierno le obligan a salir en exilio a EUA. Vuelve e instala su bufete en Trujillo (1936) protegido por el gobernador del departamento de Colón, Carlos Sanabria, supuesto pariente. En Sabá --revela un escrito de su primo Rafael Lardizábal Galindo-- Arturo se horroriza con los actos cometidos por Sanabria y su tropa, este ya comandante del ahora dictador Tiburcio Carías: detenciones, golpizas, asesinatos, contrabando, extorsión. Comunica a Carlos su deseo de regresar a Tegucigalpa y esa es su sentencia de muerte. Carlos le arma una emboscada.
En abril de 1940 y en el transbordo de trenes de Sabá, Arturo se aproxima a un hombre enfermo, cubiertos cabeza y cuerpo con una cobija. Pero al quedar ambos solos, el hombre arroja el manto y exhibe una pistola y un machete que descarga en la humanidad de Arturo, quien muere al minuto. Huye el sicario pero nadie duda que Carlos Sanabria ha ordenado la ejecución para evitar que Arturo divulgue lo visto.“... a pesar que sus opiniones y expresiones públicas van contra la política e intereses de EUA (...) lo veo como uno de los hondureños más pulidos, encantadores y civilizados que conozco. Suele ser sincero en sus declaraciones. Y aunque sus ideas sean a menudo poco sólidas, es inteligente muy por encima de la media y tiene una mente extremadamente viva y laboriosa”, expresa sobre él el funcionario norteamericano Lawrence Higgins en 1933...
Otro mártir en nuestra indetenible lucha hacia la decencia y la cultura.