Yo y tú

A menudo, el mundo parece girar en torno a la constante competencia. A medida que luchamos por nuestros propios logros, algo en nosotros se resiste a la felicidad ajena

  • 25 de enero de 2025 a las 00:00

A menudo, el mundo parece girar en torno a la constante competencia. A medida que luchamos por nuestros propios logros, algo en nosotros se resiste a la felicidad ajena. Cuando alguien cercano a nosotros alcanza una meta, ya sea en la familia o en el círculo de amigos, no siempre nos sentimos inclinados a celebrar su victoria.

¿Por qué? ¿Qué nos ocurre cuando no somos capaces de alegrarnos por los demás? Tal vez sea la comparación, el miedo a sentir que el otro avanza mientras nosotros permanecemos estancados, o tal vez sea simplemente el olvido de lo que realmente significa compartir una vida. Jean-Paul Sartre, en su famosa reflexión sobre la “mirada del otro”, señala que “el infierno son los otros”, y al hacerlo, nos recuerda que las relaciones humanas pueden convertirse en fuentes de sufrimiento cuando no las basamos en el reconocimiento mutuo, sino en la competencia y la comparación constante.

Sin embargo, la parte que suele pasarse por alto es que este reconocimiento mutuo no es solo una cuestión de ver al otro, sino de reconocerlo en su alteridad, en su humanidad única y distinta. La falta de alegría por el éxito ajeno refleja esa desconexión emocional que, al final, nos deshumaniza a todos. Nos hemos olvidado de que la verdadera empatía surge al reconocer la “otredad” del otro: su diferente caminar, sus logros, sus caídas, como parte de una experiencia humana común. Es curioso cómo algo tan simple como no alegrarse por el éxito de alguien cercano puede hacernos sentir vacíos.

Y es que la indiferencia no es solo un acto de falta de entusiasmo, es una forma silenciosa de desconectar emocionalmente.

Cuando una persona alcanza un triunfo importante, lo que más necesita es sentir que no está sola, que el mundo a su alrededor celebra su éxito, que ha logrado algo que importa a quienes tiene cerca. Pero en lugar de una sonrisa o una palabra de aliento recibimos silencio, o incluso, competencia.

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