“Papá, ¿por qué vivimos si vamos a morir?”

"Un día, mi hijo de siete años preguntó por qué vivimos si algún día moriremos. Su respuesta fue una lección de vida y esperanza que nunca olvidaré"

  • Actualizado: 03 de junio de 2025 a las 00:00

Hace unos días, mientras compartíamos una tarde cualquiera, mi hijo Gael Aarón Rodezno Cruz, de solo siete años, me hizo una pregunta que me dejó sin aliento: “Papá, ¿por qué vivimos si algún día vamos a morir?”. No lo dijo con tristeza ni con miedo. Lo preguntó con esa calma seria y profunda que a veces tienen los niños cuando su mente se encuentra con algo que no encaja del todo. No buscaba una respuesta rápida ni una explicación científica. Quería entender el por qué de estar aquí, el sentido de la vida misma. Me detuve. En ese momento sentí que el tiempo se congelaba. ¿Cómo responderle a mi hijo una pregunta que la humanidad ha intentado contestar desde siempre? ¿Cómo hablarle con honestidad, sin herir su inocencia, pero también sin ocultarle la verdad? Le dije que nadie sabe exactamente porque vivimos, pero que mientras estamos aquí, podemos llenar nuestra vida de amor, de momentos hermosos, de aprendizajes, de personas que nos acompañan y de cosas que nos hacen bien. Le expliqué que vivir es una oportunidad para compartir, para dejar algo bueno en los demás, y que cuando ya no estemos, ese amor que dimos sigue vivo en quienes nos recuerdan. Él me miró con sus ojos grandes, atentos, y después de un pequeño silencio, me respondió algo que todavía me emociona: “Entonces vale la pena vivir, aunque sepamos que vamos a morir.” Siete años, y esa claridad. En una etapa donde muchos piensan que los niños solo piensan en jugar, Gael me regaló una reflexión que toca lo más profundo del alma. Su frase no fue solo una conclusión lógica, fue una afirmación de vida. Una comprensión pura y luminosa de algo que muchos adultos evitamos mirar de frente. Escribo esto porque creo que es hora de escuchar más a nuestros hijos, no solo con atención, sino con respeto. A veces creemos que son muy pequeños para hablar de la vida y de la muerte, del tiempo, del sentido de existir. Pero ellos también piensan, sienten, se preguntan. Y cuando lo hacen, necesitan que estemos ahí. No para tener todas las respuestas, sino para sostener el misterio juntos.Ese día, Gael me recordó que la vida vale porque es finita. Que su belleza está, justamente, en que un día termina. Y que mientras dure, lo más importante no es entenderlo todo, sino vivir con amor, con verdad, y con la capacidad de hacernos buenas preguntas.Gracias, hijo, por mostrarme que las preguntas más difíciles también pueden ser las más hermosas.

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