La Navidad en Honduras suele ser un tiempo de reunión, de mesas llenas, de abrazos entre familiares que pasan todo el año esperando este momento. Pero este año el ambiente se siente distinto. A la par de las luces y los villancicos, hay una tensión silenciosa que recorre conversaciones, barrios y grupos familiares: la incertidumbre por el rumbo del país tras unas elecciones que no terminan de definirse con claridad.
La política, que normalmente se aparta para dar espacio a la celebración, se ha colado en las cenas, en los patios, en los mensajes de WhatsApp y en el ánimo colectivo. La población vive estas fiestas con una mezcla rara de esperanza y ansiedad.
Muchos hondureños sienten que el futuro inmediato parece suspendido, como si no pudiera arrancar hasta que se aclare quién gobernará y cómo se resolverán las dudas que han surgido en torno al proceso electoral.
Esa sensación de “esperar lo que viene”, en vez de disfrutar plenamente el presente, atraviesa tanto a quienes apoyan a un partido como a quienes apoyan a otro. La incertidumbre no respeta colores políticos: todos la sienten. A ese clima se suman los problemas que el país arrastra desde hace años: economía golpeada, inseguridad persistente y desconfianza hacia las instituciones.
La falta de resultados electorales firmes solo aumenta la preocupación y hace que la gente mire el 2025 con más preguntas que certezas. La Navidad, lejos de funcionar como un respiro completo, se ha convertido en una especie de pausa tensa en medio del ruido político, donde la esperanza de paz se mezcla con el temor de que las cosas puedan empeorar.
Sin embargo, también es cierto que las fiestas revelan algo profundamente hondureño: la resiliencia. A pesar de la incertidumbre, las familias siguen reuniéndose, los niños siguen esperando regalos, y muchos adultos se aferran a la idea de que un nuevo