Las canalladas

Por momentos, la historia de los pueblos parece escrita no con tinta sino con veneno. En los márgenes de cada acto heroico, de cada lucha por la justicia, hay siempre una sombra, un susurro cobarde

  • Actualizado: 06 de junio de 2025 a las 00:00

Por momentos, la historia de los pueblos parece escrita no con tinta sino con veneno. En los márgenes de cada acto heroico, de cada lucha por la justicia, hay siempre una sombra, un susurro cobarde, una traición que se desliza como serpiente entre las grietas de lo humano. A eso, con nombre claro y sin ambigüedades, le llamamos canalladas. Las canalladas no requieren grandeza para existir. Al contrario: se nutren de lo pequeño, de lo ruin, de lo que se hace a escondidas. Son las palabras que se dicen cuando uno ya no está para defenderse, los favores negados por cálculo, los aplausos que se retiran en el momento en que más se necesitan. A veces son silencios -delatores por omisión- y otras, acciones disfrazadas de buenas intenciones que terminan apuñalando la espalda de quien confió. Vivimos en una era de canalladas sutiles: cancelaciones disfrazadas de moralidad, rumores convertidos en verdad por repetición, amistades que duran solo mientras conviene. Pero también existen las canalladas clásicas: las del poder que miente, las de los gobiernos que negocian con el hambre, las de los que arrebatan lo justo en nombre de lo legal.Y sin embargo, lo más trágico no es que existan las canalladas. Es que tantas veces triunfan. O al menos, lo parece. Porque al principio, el canalla siempre ríe: se acomoda, se promueve, se multiplica. Pero hay algo que el canalla nunca puede comprar ni borrar: la memoria. El tiempo, a su modo lento y terco, acaba por revelar. Y cuando lo hace, pone a cada quien en su sitio, sin que medie tribunal ni Dios. Quien fue canalla, quedará marcado, si no por el mundo, por su propio reflejo al anochecer.Por eso, frente a la canallada, hay que hacer lo contrario: sostener la dignidad aunque cueste, aunque duela, aunque deje solo. Porque en ese gesto -difícil, muchas veces ingrato- está lo que distingue al ser humano del simple sobreviviente.Como escribió alguna vez un poeta que también conoció la traición: “Prefiero perder con los justos que ganar con los canallas”. No por ingenuidad, sino por respeto al alma.

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