En tiempos donde el silencio es más cómodo que la verdad, hablar con firmeza se vuelve un acto de rebeldía. Cossette López, consejera del Consejo Nacional Electoral (CNE) de Honduras, encarna justamente eso: la incomodidad de decir lo que muchos piensan, pero pocos se atreven a pronunciar.
Su actuar ha sido polémico, sí, pero también profundamente humano y ético, porque en el fondo su lucha no es solo política, sino moral.
López ha denunciado presiones, amenazas y estrategias partidarias que buscan doblegar la independencia del órgano electoral. Ha dicho que el CNE no debe ser oficina de ningún partido, y aunque eso parezca obvio, en la práctica es un desafío gigantesco.
En un país donde el poder político se infiltra en casi todo, mantener una voz crítica es como intentar sostener una vela encendida en medio del huracán.
El filósofo Immanuel Kant decía que “el deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley moral”.
En ese sentido, lo que hace Cossette López no es simple protagonismo; es una expresión de deber. Cumple con su papel no solo legal, sino moral, defendiendo la independencia institucional como principio y no como consigna.
Aun cuando el entorno político le responde con ataques o campañas de desprestigio, ella insiste en la transparencia, en el respeto al voto y en la dignidad del cargo que ostenta. Por eso, su postura incomoda. Porque, como decía Sócrates: “La verdad no se conquista halagando al poder, sino cuestionándolo”.
En el terreno electoral hondureño, ese cuestionamiento se paga con aislamiento, con sospechas, con ataques mediáticos. Pero el silencio sería peor.
López representa esa voz que no encaja, que rompe el molde y recuerda que las instituciones no pueden ser esclavas del partido que gobierna. (Continuará)