Por Damien Cave / The New York Times
CIUDAD HO CHI MINH, Vietnam — El cantante indonesio cantaba “¿Where do we go now?” ante una multitud proveniente de varios continentes, bajo un cartel que rezaba, “In God We Trust”.
Era una noche cualquiera en Ciudad Ho Chi Minh: covers de canciones de Guns N’ Roses en un bar estilo estadounidense, tras cenar en un restaurante italo-japonés, en una semana que incluyó conversaciones con un inversionista vietnamita-belga y un australiano y su esposa vietnamita, quienes disfrutaban estudiar español en Salamanca, España.
¿Cómo es posible que, en una era de guerras comerciales y nacionalismo, Vietnam haya terminado aquí, con la globalización aún tan acogida?
En abril, To Lam, el máximo líder de Vietnam, priorizó la “integración internacional”. En agosto, Vietnam relajó las normas de visado para facilitar que extranjeros trabajaran allí. En septiembre, el Gobierno anunció su intención de ampliar la enseñanza del inglés y otros idiomas en las escuelas y de destinar más fondos públicos al desarrollo de universidades de “clase mundial”.
Las autoridades aún reprimen la disidencia, preservando con firmeza el régimen unipartidista e impidiendo cualquier movimiento similar a la rebelión juvenil que sacudió Nepal recientemente. Pero 50 años después de una guerra brutal con Estados Unidos, este País de 100 millones de habitantes rebosa una energía extrovertida.
La globalización de los negocios y el comercio ha sacado a Vietnam de la pobreza y ha generado un auge del globalismo: la creencia de que el mundo se beneficia con una mayor libertad de circulación de personas, bienes, gustos y conocimientos.
“Al caminar por esta Ciudad, el interés por las cosas fuera de Vietnam es palpable”, afirmó Ted Osius, ex Embajador de Estados Unidos en Vietnam, quien ahora reside y trabaja en Ciudad Ho Chi Minh. “Y esto no le resta a su patriotismo”.
Sin embargo, convierte al País en una especie de anomalía.
En todo el mundo, encuestas recientes muestran una disminución del apoyo a la globalización, con una marcada tendencia hacia el proteccionismo.
Vietnam va en la dirección opuesta. Es un País de tamaño mediano que promueve la idea de que el nacionalismo y el internacionalismo aún se complementan, y que la mezcla cultural es más divertida que amenazadora.
La historia de la formación nacional de Vietnam abarca mil años de integración de las ideas y preferencias de las grandes potencias, a la vez que resistía la dominación. La migración multiétnica ha moldeado la nación desde al menos el siglo 2, mientras que una apertura social, en busca de lo que funciona de casi cualquier lugar, ha sido una característica constante de la vida vietnamita.
“Lo importante no son las cifras, sino la actitud”, afirmó Mai Huyen Chi, un cineasta. “Un sincretismo pragmático que, en esencia, dice, ‘Lo que es bueno es bueno; incorpórenlo’”.
Ese sincretismo, o fusión de culturas, resulta muy evidente en Ciudad Ho Chi Minh, antes Saigón. Junto con los cientos de miles de extranjeros que residen en la Ciudad, los descendientes de los refugiados de la guerra de Vietnam han regresado en número suficiente como para influir en el comercio y la cultura. Estos vietnamitas venden camisetas vintage, trabajan como conductores de podcasts, chefs y artistas. Se suman a las crecientes filas de jóvenes vietnamitas que estudiaron en el extranjero y luego regresaron.
Vietnam ha firmado 17 acuerdos de libre comercio y aspira a más, para igualar o superar a Singapur, Corea del Sur y Taiwán. Estas son las comparaciones que Vietnam desea, y en los tres, el apoyo a la globalización es mayor que en Europa, Estados Unidos o Latinoamérica.
Tras la guerra, Vietnam intentó la autosuficiencia comunista, lo que provocó una hambruna generalizada.
El Gobierno optó por la apertura como alternativa, iniciando reformas económicas en la década de 1980 con la agricultura, lo que llevó a un auge en la producción y exportación de alimentos. La globalización fue un éxito porque ayudó a alimentar a las masas.
“Gran parte de lo que aquí se percibe como globalización es coreografía del Estado: visas, incentivos a la inversión, aeropuertos, espectáculo”, afirmó Chi. “La globalización vivida pertenece a la gente: dominar habilidades, asumir puestos directivos que antes ocupaban extranjeros, crear redes en el extranjero, refusionar la cultura”.
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