Venezolanos regresan por mar tras “sueño roto” en Estados Unidos

Cientos de migrantes venezolanos emprenden el peligroso regreso a casa desde Panamá por mar, tras ver frustrado su sueño de llegar a Estados Unidos

  • 31 de mayo de 2025 a las 21:28
Venezolanos regresan por mar tras “sueño roto” en Estados Unidos

Por Annie Correal/ The New York Times

Subieron al bote en la costa caribeña de Panamá, unas 40 personas en total, con sus pertenencias metidas en bolsas de basura y sus hijos aferrados a ellas.

Regresaban a Venezuela —haciendo exactamente lo que las autoridades estadounidenses quieren que hagan— aunque eso significara enfrentar de nuevo amenazas de robo y una travesía peligrosa.

“Es un sueño roto”, dijo Junior Sulbarán, quien, al igual que los demás, había huido de Venezuela el año anterior, cargando con su hija pequeña miles de kilómetros al norte y a través del peligroso paso selvático conocido como el Tapón del Darién.

Él y su familia llegaron a la Ciudad de México antes del segundo mandato del Presidente Donald J. Trump, y pronto escucharon el mensaje de la Administración. “Si estás considerando entrar ilegalmente a Estados Unidos, ni lo pienses”, dijo Kristi Noem, Secretaria de Seguridad Nacional de EU, en un video.

No hay una cifra clara de cuántas personas han decidido abandonar Estados Unidos o han desistido de llegar a ese País, y la migración en la frontera sur ha disminuido drásticamente.

Desde enero, más de 10 mil personas —prácticamente todas de Venezuela— han tomado barcos de Panamá a Colombia, país fronterizo con Venezuela, reportan funcionarios panameños.

Muchos migrantes enfrentan tantas barreras para regresar a casa que, incluso si están dispuestos, es difícil regresar.

“Están varados, dondequiera que estén”, dijo Juan Cruz, quien se desempeñó como asesor de Trump para Latinoamérica durante su primer mandato, señalando que muchos migrantes viven en la pobreza y carecen de documentos de viaje. Los venezolanos, agregó, también enfrentan un Gobierno hostil hacia quienes se fueron a EU.

En Texas, los autobuses que se dirigen al sur se están llenando de venezolanos. En México, existe una competencia desaforada de meses para conseguir vuelos a Caracas, Venezuela. En Panamá, las afueras de Colón se han convertido en un centro para operadores de barcos que cobran cientos de dólares por abordar embarcaciones destartaladas para bordear el Darién —que Panamá ha cerrado en gran medida— de regreso a Sudamérica.

Para los migrantes venezolanos, no es tan fácil como abordar un avión. Algunos no tienen documentos de viaje válidos, o nunca los tuvieron; como Venezuela tiene pocos consulados, obtener documentos nuevos es difícil. Sulbarán, su esposa y su hija llevaban más de un año de viaje cuando regresaron a Panamá.

Dos botes de migrantes en el Caribe viajan de Panamá a Colombia.

“Salimos de Santiago de Chile, pasamos por Bolivia, luego Perú, luego Ecuador, luego Colombia, y finalmente entramos al Darién”, dijo Sulbarán sobre su escape de una Venezuela en ruinas. “Pasamos seis días en la selva”.

Ahora, saliendo de México, los migrantes tomaron autobuses al sur hasta la costa de Panamá. Muchos venezolanos ahorraron durante meses para emprender el difícil viaje, que puede costarle a una familia pequeña unos cuantos miles de dólares.

Una vez que los migrantes están a bordo, los peligros no terminan.

Las embarcaciones recorren más de 320 kilómetros por el Caribe, haciendo escala en un pueblo a orillas del Darién, antes de continuar hacia su destino, Colombia. En el camino, a veces pasan por panoramas dignas de una tarjeta postal —islas cubiertas de palmeras— pero con frecuencia viajan por oleaje fuerte.

Al menos un viaje ha sido mortal. En febrero, un niño venezolano de 8 años se ahogó y unos 20 migrantes tuvieron que ser rescatados tras volcarse su embarcación.

Durante un momento, los migrantes que partieron a principios de mayo temieron otro desastre. Al acercarse su barco a un puesto de control en la isla de El Porvenir, se escuchó un fuerte crujido. Una hélice había chocado contra un arrecife.

Llegaron al puesto de control, donde las autoridades panameñas cuentan las cabezas y se aseguran de que los migrantes continúen su camino. Pero aproximadamente una hora después, el motor averiado dejó de funcionar, dejando sólo uno.

Juanita Goebertus, directora de la división de las Américas de Human Rights Watch, afirmó que el remoto rincón de Colombia al que se dirigen las embarcaciones está esencialmente controlado por un grupo criminal. Y los migrantes sabían lo que les esperaba: pagar a los lugareños una fortuna por comida, agua y un pequeño espacio para dormir en sus patios o pisos.

Tras 40 minutos bajo el sol abrasador, llegó una embarcación de apoyo y los migrantes pudieron reanudar su camino.

Finalmente, el grupo llegó a Puerto Obaldía, un pueblo sin carreteras cerca de la frontera colombiana con Venezuela.

© 2025 The New York Times Company

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