Rosa Barba transforma el cine en arte con luz, celuloide y paisaje

La artista Rosa Barba expone en el MoMA obras que combinan película, escultura y ciencia, desafiando los límites del cine tradicional

  • 27 de mayo de 2025 a las 17:05
Rosa Barba transforma el cine en arte con luz, celuloide y paisaje

Por Matthew Andersor/The New York Times

BERLÍN — Rosa Barba crea obras de arte con película. Pero no las llamarías películas. A veces las graba con cámaras de 35 milímetros y las proyecta en pantallas. Otras veces, convierte el celuloide y los proyectores en esculturas vibrantes, o coreografía actuaciones musicales con luz parpadeante.

“Película es, en cierto modo, la palabra clave”, dijo recientemente Barba, de 52 años. “Pero, al final, quizá ya no se pueda decir que son películas: es una película sobre película, o sobre la idea de una película”.

Puede que la película sea su medio, material o tema, pero también hay muchas otras ideas en las obras de Barba —sobre la ecología, el paisaje, la ciencia y la naturaleza del conocimiento. Todas sus obsesiones distintivas se unen en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde una instalación de su obra, “The Ocean of One’s Pause”, se exhibe hasta el 6 de julio.

La presentación reúne 12 obras de los últimos 16 años, con actuaciones en seis fechas a lo largo de la temporada.

“As Fixed as Flux”, de Rosa Barba. Ella viaja a menudo como inspiración para su obra. (Mustafah Abdulaziz para The New York Times)

“Para mí, el cine es el momento en el que se inicia una especie de embarque”, dijo Barba en su estudio en Berlín. No se trataba sólo de luz, sonido o movimiento, explicó; era “una reacción química” cuando esos elementos se unen y revelan algo al espectador.

Barba, nacida en Sicilia pero criada principalmente en Alemania, ha trabajado con película desde el inicio de su trayectoria —y liberándola de su uso original. De adolescente, viajaba anualmente en tren a visitar familiares en el sur. El paisaje cambiante y la diferencia entre el caos de Sicilia y su ciudad natal alemana dejaron una marca indeleble en su obra, en la que máquinas crean efectos exuberantes.

En sus inicios, en la década de 1990, la mayoría de las películas y cintas artísticas se grababan en celuloide. Al tiempo que la tecnología digital hizo su aparición a principios de la década del 2000, Barba se mantuvo fiel a lo analógico. A veces aún utiliza una cámara de 16 milímetros que posee desde que era una veinteañera, y sus esculturas a menudo dan nuevos usos a los dispositivos mecánicos del cine de la época.

“No es cuestión tanto de estar obsesionada con el equipo ni de sentir nostalgia por el cine”, dijo. “Simplemente creo que no puedo ser tan juguetona con las nuevas tecnologías. Hay muchas cosas que puedes liberar —en tu mente o en el espacio— cuando juegas con estos objetos y máquinas”.

Cuando Barba se embarca en un proyecto importante, el primer paso es un largo periodo de investigación. Para su instalación “Aggregate State of Matters” —que forma parte de la colección permanente del MoMA— pasó semanas viviendo y viajando con indígenas quechuas en Perú a través de un paisaje accidentado que cambiaba a medida que un glaciar cercano se derretía.

No hablaba su idioma, pero, dijo, “también hubo mucho lenguaje corporal y simplemente fluir con las cosas”.

Rosa Barba en su estudio en Berlín. Actualmente exhibe una instalación en el Museo de Arte Moderno de NY. (Mustafah Abdulaziz para The New York Times)

Esta parte del proceso fue, en cierto modo, similar al método de un documentalista, dijo: “No tienes la más remota idea de si saldrá algo útil”.

Hay imágenes fugaces de paisajes, superpuestas con voces parlanchines y textos, con una banda sonora vibrante.

A medida que las historias del pueblo quechua flotan sobre las imágenes, la película extrae algo sublime del paisaje. Como artista, afirmó Barba, puede “poner en juego diferentes elementos”.

Esa alquimia también es una característica de su película de 26 minutos “Charge”, que el MoMA encargó como punto focal para “The Ocean of One’s Pause”.

“Charge” tiene un tono melancólico y misterioso, y hay una nota melancólica cuando la cámara de Barba se detiene en las desgastadas antenas parabólicas de los años 60 de un observatorio espacial francés. También hay asombro cuando se aleja para observar los aparatos centrales de un radiotelescopio, que avanzan lentamente por una vía frente a una enorme superficie blanca que parece una pantalla de cine.

Varias formas de arte se han entrelazado en la vida de Barba desde su infancia en Alemania, donde tomó clases de danza, flauta y guitarra antes de decidirse por el violonchelo. A los 14 años, se interesó por la fotografía y comenzó a tomar retratos y paisajes, que ella misma revelaba.

“Me encantaba esta especie de alquimia, de hacer surgir la imagen y también manipularla”, recordó.

Hoy en día pasa mucho tiempo en movimiento. Berlín era “un buen lugar para pensar y trabajar, pero, por otro lado, supongo que la mayor parte del trabajo mental lo hago estando de viaje”.

© 2025 The New York Times Company

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