Por Hannah Ziegler/The New York Times
Todos los lunes por la noche, Benjamin Ho y Johann Thiel acuden a una cervecería neoyorquina para jugar juegos de mesa. Algunas semanas, los juegos los transportan al Japón feudal, donde pelean el control militar de un vasto imperio. Otras noches, juegan como pilotos de Grand Prix o soldados de la Primera Guerra Mundial.
Pero ahora sus noches de juego enfrentan trastornos del mundo real: los aranceles impuestos por el Presidente Donald J. Trump. Las compañías de títulos populares han detenido la producción en respuesta a la guerra comercial de la Administración con China, donde se fabrican la mayoría de los componentes de los juegos.
La volatilidad comercial ha creado una amenaza existencial para las compañías de juegos independientes en Estados Unidos, que en su mayoría tienen menos de 10 trabajadores.
“No quiero que el crecimiento del pasatiempo se vea afectado por esto”, dijo Ho, de 36 años.
Dos compañías destacadas —Greater Than Games, que produce el juego de estrategia Spirit Island, y CMON Games, cuyos títulos incluyen Cthulhu: Death May Die y Marvel United— han recortado su producción. Varios otros están teniendo dificultades para cumplir con pedidos a tiempo para la temporada navideña.
En una convención celebrada en Columbus, Ohio, en junio, cerca del 20 por ciento de las compañías que normalmente asisten no acudieron, dijo John Stacey, director de la Asociación de Fabricantes de Juegos, un grupo comercial.
“Algunas de tus empresas favoritas podrían no estar aquí en seis meses”, dijo Stacey.
Eric Price, presidente de Japanime Games, con sede en Portland, Oregon, dejó de fabricar juegos de mesa nuevos hace unos cuatro meses. Comentó que no tenía muchas opciones, ya que los aranceles a China, fuente de la mayoría de sus materiales, pasaron del 34 por ciento al 125 por ciento, luego al 145 por ciento, antes de reducirse al 30 por ciento. Incluso a esa tasa más baja tendría que subir el precio de un juego de mesa de 50 dólares a unos 80, dijo.
Para tener ganancias, ha invertido más en productos económicos con mayores márgenes de ganancia. Sus juegos de cartas se venden por menos de 20 dólares, y estos, junto con las fundas, cajas y carpetas para cartas, pueden absorber los costos adicionales de producción.
Cephalofair Games, un fabricante de juegos de mesa de estrategia con cientos de piezas y cartas, se vio obligado a dejar productos con valor de 1.2 millones de dólares en un puerto de China durante unos dos meses tras la entrada en vigor de los aranceles, dijo Price Johnson, su director de operaciones. Los juegos más populares de Cephalofair se venden en más de 200 dólares cada uno. Con los impuestos de importación añadidos, ese modelo de precios “se desmorona”, afirmó Johnson.
La incertidumbre impidió que Gwen Ruelle y Sam Bryant, propietarios de Runaway Parade, con sede en Nueva York, realizaran su pedido habitual. Es probable que se agote Fire Tower, su juego estrella, antes de la temporada decembrina, que representa la mayor parte de sus ingresos.
Ruelle y Johnson comentaron que habían pasado meses evaluando a fabricantes nacionales, pero que les ofrecieron un producto de menor calidad que sería mucho más caro de producir. La mayoría de las compañías producen menos de 10 mil copias de un juego.
Quienes apoyan las políticas comerciales de la Administración afirman que los aranceles son necesarios para proteger la seguridad nacional estadounidense y promover la manufactura nacional. Pero hay una pregunta que ha atormentado a Jamey Stegmaier, fundador de Stonemaier Games, en St. Louis, Missouri: ¿Es realmente un problema que tantos juegos se fabriquen en China?
“Muchas de estas compañías de juegos son empresas de una sola persona que no existirían si no tuvieran la capacidad de hacer realidad sus ideas creativas gracias a esta capacidad de manufactura en China”, afirmó.
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