Por Gina Kolata / The New York Times
¿Realmente tenemos libre albedrío a la hora de comer? Es una pregunta dificultosa que está al meollo de por qué a tantas personas les resulta difícil seguir una dieta.
Para obtener respuestas, Harvey J. Grill, neurocientífico en la Universidad de Pensilvania, se preguntó qué sucedería si extirpara el cerebro de ratas, salvo los troncos encefálicos, que controlan funciones básicas como la frecuencia cardiaca y la respiración. Los animales no podían oler, ver ni recordar. ¿Sabrían cuándo habían consumido lo suficiente?
Grill les chorreó comida líquida en la boca. “Cuando llegaron a un punto de parada, dejaron que la comida escurriera de sus bocas”, dijo.
Esos estudios, iniciados hace décadas, fueron el punto de partida para un conjunto de investigaciones que ha sorprendido continuamente a los científicos. La labor ha cobrado relevancia a medida que los científicos se preguntan cómo exactamente los nuevos medicamentos que causan pérdida de peso, llamados GLP-1s, afectan los sistemas de control de la alimentación del cerebro. La historia que está surgiendo ofrece pistas sobre qué nos hace empezar a comer y cuándo dejamos de hacerlo.
Los investigadores han descubierto que el cerebro constantemente recibe señales apuntando a la densidad calórica de un alimento. Ver comida estimula a las neuronas a anticipar si ese alimento contendrá muchas calorías. Las neuronas responden con mayor intensidad a un alimento como la crema de cacahuate, rica en calorías, que a uno bajo en calorías como la comida para ratones. Cuando el animal prueba la comida, las neuronas calculan de nuevo la densidad calórica a partir de señales procedentes de la boca. Finalmente, cuando la comida llega al intestino, nuevas señales permiten a las neuronas determinar de nuevo el contenido calórico.
Zachary Knight, neurocientífico en la Universidad de California, en San Francisco, inyectó tres tipos de alimentos directamente al estómago de ratones. Uno contenía grasas, otro carbohidratos y el tercero proteínas. Cada uno contenía la misma cantidad de calorías. El mensaje al cerebro fue igual: las neuronas indicaban la cantidad de energía, en calorías, y no su origen. Cuando el cerebro determinaba que se habían consumido suficientes calorías, las neuronas enviaban una señal para dejar de comer.
Es cierto que las personas pueden decidir comer incluso cuando están saciadas o no comer cuando tienen hambre. Pero los controles del cerebro suelen anular las decisiones conscientes de una persona sobre si siente la necesidad de comer, explicó Jeffrey Friedman, investigador de obesidad en la Universidad Rockefeller, en NY.
Scott Sternson, neurocientífico en la Universidad de California, en San Diego, coincidió. “Una gran parte del control del apetito es automática”, dijo, también cofundador de Penguin Bio, una startup que desarrolla tratamientos para la obesidad.
Las personas pueden decidir comer o no en un momento dado. Pero añadió que mantener ese tipo de control requiere muchos recursos mentales. “Con el tiempo, la atención se centra en otras cosas y el proceso automático acaba dominando”, explicó.
Tres grupos de investigadores, dirigidos independientemente por Knight, Sternson y Mark Andermann, del Centro Médico Beth Israel Deaconess de Boston, examinaron la actividad de las neuronas del hambre. Comenzaron con ratones hambrientos. La sorpresa se produjo cuando los ratones vieron comida.
“Aún antes del primer bocado, la actividad de esas neuronas se desactivó”, explicó Knight. “Las neuronas estaban haciendo una predicción. El ratón mira a comida y predice cuántas calorías comerá”.
Mientras más rico en calorías sea el alimento, más neuronas se desactivan.
Bradford B. Lowell, quien trabajó con Andermann, se preguntó qué sucedería si desactivaba las neuronas del hambre aunque los ratones no hubieran comido mucho. Los ratones no comieron durante horas.
En el experimento opuesto, con animales saciados, Andermann dijo que al activar las neuronas del hambre, “el ratón se levanta y come entre 10 y 15 por ciento de su peso corporal”.
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