Por Christina Goldbaum, Arijeta Lajka, Reham Mourshed y Sanjana Varghese / The New York Times
Cuando rebeldes depusieron al dictador Bashar al-Assad el año pasado, muchos sirios recibieron a sus nuevos gobernantes con una mezcla de preocupación y optimismo cauto.
El nuevo Gobierno, liderado por Ahmed al-Shara, un ex combatiente yihadista, prometió proteger a las numerosas minorías religiosas de Siria y al fin traer paz luego de más de una década de guerra civil.
Al-Shara se distanció de sus raíces yihadistas, incluidos sus vínculos anteriores con Al Qaeda, y se comprometió a refrenar a los combatientes extremistas de su coalición que ven a las minorías religiosas de Siria —cristianos, drusos, alauitas y otros— como herejes.
Las garantías que ofreció le ayudaron a ganarse el apoyo de Estados Unidos, Europa y las naciones del Golfo Pérsico, que respaldaron su Gobierno con el levantamiento de sanciones y ayuda financiera.
Incluso cuando sus fuerzas y partidarios armados de su Gobierno abatieron a cientos de civiles de la secta de la familia Assad en marzo, muchos sirios lo vieron como un hecho aislado, un estallido de venganza brutal, pero esperado, contra personas vistas como cercanas a la pasada dictadura.
Luego llegó la matanza en la Provincia de Sweida. El derramamiento de sangre comenzó durante el verano con una disputa entre milicias rivales. Cuando miles de soldados gubernamentales llegaron a la zona, supuestamente para sofocar los combates, se desató una sangrienta masacre contra la población civil.
Unos 2 mil combatientes y civiles —la gran mayoría drusos— fueron abatidos, señaló un grupo independiente de monitoreo de guerra. Fue uno de los brotes de violencia sectaria más letales desde que las nuevas autoridades sirias tomaron el poder.
Para muchos sirios, la masacre evidenció un patrón de ataques y asesinatos contra minorías sirias por parte del Gobierno y fuerzas progubernamentales, con pocas consecuencias. La indignación por las matanzas amenaza ahora el control de Al-Shara sobre algunas zonas del País.
El más alto líder espiritual druso está llamando a que Sweida se separe de Siria. Desde la masacre, milicias drusas en efecto han impedido el acceso de funcionarios gubernamentales y militares a gran parte de la Provincia. Además, fuerzas de la minoría kurda en el noreste han frenado las negociaciones para su integración al nuevo Gobierno. Ninguna de las dos regiones participó en las elecciones parlamentarias que comenzaron el mes pasado.
The New York Times entrevistó a docenas de testigos y analizó cientos de videos del caos en Sweida, sacando a la luz atrocidades tipo ejecuciones contra civiles por parte de fuerzas gubernamentales y combatientes progubernamentales.
The Times documentó al menos cinco episodios en los que hombres con uniforme militar ejecutaron sumariamente a civiles drusos, entre ellos grupos de hombres desarmados que fueron llevados a la muerte por pelotones de fusilamiento improvisados.
Las fuerzas gubernamentales vestían diversos uniformes, y hombres armados vestidos de civil a veces luchaban a su lado, lo que a veces dificultaba determinar si los combatientes eran fuerzas de seguridad del Gobierno u otros elementos armados que apoyan a los nuevos líderes de Siria.
No obstante, The Times verificó que las fuerzas de seguridad del Gobierno perpetraron al menos una de las ejecuciones. En otras dos ejecuciones, testigos señalaron que al menos algunos de los combatientes se identificaron a sí mismos como miembros de las fuerzas de seguridad del Gobierno.
Muchos de los combatientes se grabaron a sí mismos al tiempo que cometían atrocidades, al subir videos que se propagaron por las redes sociales y sembraron temor entre minorías por toda Siria.
Al-Shara declaró ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre que “llevaría ante la justicia a toda mano manchada con la sangre de inocentes”.
Las garantías del Gobierno no han mitigado los temores entre los drusos, ni sus llamados a la secesión.
En Siria, una población de mayoría sunita vive entre musulmanes chiitas, cristianos, drusos y la secta de la familia Assad, los alauitas.
Durante los más de 50 años del régimen de los Assad, su Gobierno avivó temores sectarios para aferrarse al poder, alegando que la mayoría sunita despreciaba a todas las minorías sirias. El Gobierno, con muchos alauitas en sus altas esferas, se retrataba a sí mismo como el único protector de las minorías de Siria.
La guerra civil profundizó estas divisiones, con algunos de los rebeldes de mayoría sunita adoptando una postura yihadista. Después, cuando Al-Shara derrocó al régimen de Assad a fines del año pasado, un Gobierno liderado por sunitas llegó al poder por primera vez en décadas —y muchas minorías sirias se sintieron extremadamente vulnerables.
Al-Shara intentó calmar sus preocupaciones, al proclamar una nueva Siria, segura para todos. No obstante, su Gobierno batalló para convertir su heterogéneo grupo de rebeldes en un Ejército nacional disciplinado. Un nuevo nacionalismo sunita comenzó a surgir, envalentonando a extremistas sunitas por todo el País.
En marzo, fuerzas gubernamentales perpetraron una masacre en la costa siria que dejó al menos mil 400 muertos, en su mayoría alauitas. Dos meses después, otro brote de violencia sectaria, en las afueras de Damasco, cobró más de 100 vidas. La mayoría de los abatidos eran drusos, que practican una rama de Islam chiita.
Luego, a mediados de julio, estalló Sweida. El conflicto comenzó con escaramuzas entre beduinos armados, un grupo de mayoría sunita y milicias drusas que en efecto tenían años de controlar Sweida.
Poco después, el Gobierno sirio desplegó sus fuerzas de seguridad en Sweida —y se intensificó el derramamiento de sangre.
Algunos combatientes drusos atacaron a las tropas gubernamentales, al acusarlas de apoyar a los beduinos.
A medida que se aproximaban los disparos, Hazza al-Shatter, un hombre druso de 74 años, huyó de su hogar en la zona rural de Sweida y se dirigió al departamento de su hija en la Ciudad, relataron tres familiares.
A la mañana siguiente, hombres armados irrumpieron en el departamento y obligaron a Al-Shatter, a sus dos hijos adultos y a su yerno a salir a la calle, de acuerdo con un video verificado por The Times. En el video se observa a los combatientes haciendo que los hombres desarmados caminaran en fila mientras se escuchan disparos cerca.
Uno de los hombres armados patea a Al-Shatter en el pecho, tumbándolo contra una pared, y le da una cachetada. Otro combatiente le grita, “¡déjame ver tu bigote!”, en referencia al vello facial tradicional druso.
Los hombres son obligados a caminar hasta que se topan con lo que parece ser un grupo de combatientes vestidos con una mezcla de uniformes café claro, atuendos tradicionales y ropa más oscura. Los combatientes abren fuego contra los hombres drusos. Otro video, verificado por The Times, muestra sus cuerpos tendidos sobre el pavimento.
Otro video muestra a un jeque druso, Mohsen Hunaidi, de 93 años, postrado en cama en su hogar en la aldea de Al Majdal, en Sweida. De acuerdo con su hija, Samar Hunaidi, de 47 años, y otro pariente, llevaba meses postrado en cama tras haber sufrido una grave caída.
Samar huyó cuando la violencia se apoderó de Sweida, pero su hermano, Adnan Hunaidi, se quedó para cuidar de su padre, relató ella. Luego, cuando los combatientes llegaron a la aldea, Adnan tomó la angustiosa decisión de huir y dejar atrás a su padre, cerrando la puerta de la casa con llave con la esperanza de que los combatientes no entraran, explicó Samar.
Más tarde, recibió un mensaje del número de WhatsApp de su hermano: era una foto de su hermano tendido en el suelo. Al parecer, los combatientes lo habían asesinado, le habían quitado el teléfono y habían enviado la foto.
Después, Samar vio un video en Facebook de la casa de su familia en Al Majdal. En el video, su padre mira a un hombre e intenta en vano apartar su mano mientras este le corta el bigote al anciano jeque con unas tijeras. Los combatientes le cortan el bigote y dejan al hombre ahí.
Transcurrieron varios días antes de que combatientes drusos aseguraran la aldea y llevaran a Hunaidi a un hospital. Estaba débil y apenas podía hablar tras días sin comida, agua ni sus medicamentos. Murió a los pocos días.
“Al principio, pensaba, ‘díganme cómo hacerlo, cómo confiar en ellos’”, manifestó Samar, en referencia al nuevo Gobierno de Siria. “Ahora, después de todo esto, me parece imposible confiar en ellos o reconciliarme con ellos”.
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