Por Delger Erdenesanaa/ The New York Times
Desde un muelle en la isla de Santa Elena, Carolina del Sur, Ed Atkins sacó una atarraya del agua y extrajo unos cuantos camarones blancos brillantes de la marisma. Atkins, pescador de la etnia gullah geechee, vende carnada viva en una tienda que sus padres abrieron en 1957.
Estas marismas proporcionan un hábitat de cría crucial para muchas especies marinas, incluyendo la pesca comercial y recreativa. Sin embargo, estos vastos paisajes marinos se han convertido en algunos de los hábitats marinos más vulnerables del mundo, revela un estudio publicado recientemente en la revista Science, que recopila y mapea cómo la actividad humana está transformando los océanos y las costas de todo el mundo.
Pronto, muchos de los ecosistemas marinos de la Tierra podrían verse alterados de forma fundamental y permanente si presiones como el cambio climático, la sobrepesca, la acidificación de los océanos y el desarrollo costero continúan sin cesar, de acuerdo con el estudio.
“Será una comunidad menos rica en especies”, afirmó Ben Halpern, biólogo marino y ecólogo en la Universidad de California, en Santa Bárbara, y uno de los autores del estudio. “Y quizás no sea algo que reconozcamos”.
Entre otros ecosistemas en alto riesgo figuran las praderas de pastos marinos, las zonas intermareales rocosas y los manglares. Estas partes del océano, cercanas a la costa, son de las que más depende la gente. Proporcionan defensas naturales contra los daños causados por las tormentas. Y la gran mayoría de la pesca comercial y recreativa se realiza en aguas costeras menos profundas.
El estudio encontró que con la trayectoria actual mundial, para mediados de siglo alrededor del 3 por ciento del todo el océano global corre el riesgo de quedar irreconocible. En el océano cercano a la costa, la cifra asciende a más del 12 por ciento.
Se prevé que los mares tropicales y polares sufran efectos más pronunciados que los templados de latitudes medias. Se anticipa que la presión humana aumente más rápidamente en las zonas de alta mar, pero las aguas costeras seguirán experimentando los efectos más graves, pronostican los investigadores.
Algunos países son considerados más vulnerables porque dependen en mayor medida de los recursos del océano: Togo, Ghana y Sri Lanka encabezan la lista del estudio.
El estudio reveló que las mayores presiones, tanto actuales como futuras, son el calentamiento de los mares y la sobrepesca. Sin embargo, los investigadores probablemente subestimaron los efectos de la pesca, escribieron, porque su modelo asume que la actividad pesquera se mantendrá estable, más que aumentar. Tampoco incluyeron la captura incidental, ni la destrucción del hábitat causada por la pesca de arrastre de fondo.
Otra limitación del estudio es que los investigadores sumaron las presiones de las actividades humanas de forma lineal para llegar a su estimación de los efectos acumulativos. En realidad, esos efectos podrían ser más que la suma de sus partes.
“Algunas de estas actividades podrían ser sinérgicas, podrían duplicarse”, dijo Mike Elliott, biólogo marino y profesor emérito en la Universidad de Hull, Inglaterra, quien no participó en el estudio. “Y otras podrían ser antagónicas, podrían cancelarse”.
En Carolina del Sur, grupos conservacionistas y voluntarios han estado construyendo litorales vivos, cuyo objetivo es estabilizar la costa utilizando materiales naturales como mariscos y vegetación endémica.
Los castillos de ostras —bloques de concreto casi ocultos por miles de conchas— tienen como objetivo proteger los paisajes que se encuentran detrás de ellos de la erosión, el aumento del nivel del mar y las marejadas ciclónicas. Detrás de los castillos de ostras, que permiten el paso del agua y depositan sedimentos, el lodo puede acumularse a una altura significativamente mayor que en otros lugares. Y en el lodo, la hierba de los pantanos puede echar raíces y crecer.
El programa de reciclaje de conchas de ostras de Carolina del Sur ha construido pequeños litorales vivos en más de 200 sitios, todo con la ayuda de voluntarios y a menudo en colaboración con otros grupos, como la Nación Gullah Geechee, una comunidad a lo largo de la costa sureste de EU, descendiente de africanos occidentales esclavizados.
Marquetta Goodwine, líder electa del pueblo gullah geechee y quien encabeza los esfuerzos por proteger y restaurar la costa de la que dependen, dijo que su cultura depende de factores como los criaderos de ostras, las hierbas nativas y los bosques marítimos, así como de las numerosas islas mareales y barrera de la zona, conocidas colectivamente como las Islas del Mar.
“Si no existe eso, no existe una Isla del Mar”, afirmó Goodwine. “Si no existe una Isla del Mar, no existe la cultura gullah geechee”.
© 2025 The New York Times Company