Por Vivian Yee | The New York Times
EL CAIRO — Poco después de que los rebeldes islamistas depusieron a Bashar al-Assad, el Presidente autoritario de Siria, se difundió un hashtag en las redes sociales egipcias: “Es tu turno, dictador”.
Pero el Presidente Abdel Fattah el-Sisi de Egipto difícilmente necesitaba la advertencia. Desde la expulsión del dictador de Siria el 8 de diciembre, los líderes egipcios han observado los acontecimientos en la capital de Siria, Damasco, con mirada sombría, sabiendo bien que el fuego revolucionario tiende a extenderse.
A fines del 2010 comenzaron las revueltas de la Primavera Árabe, que luego se extendieron por todo Oriente Medio. La revuelta siria finalmente culminó con la caída de Al-Assad.
Días después de que Al-Assad huyó de Siria a Rusia, las fuerzas de seguridad egipcias arrestaron al menos a 30 refugiados sirios que vivían en El Cairo y que celebraban espontáneamente su caída, reportó la Iniciativa Egipcia para los Derechos Personales, un grupo de derechos humanos. Las autoridades también han dificultado el viaje de los sirios a Egipto, exigiendo que la mayoría obtenga autorizaciones de seguridad.
El-Sisi ha dado discursos inusualmente frecuentes en las últimas semanas en defensa de su historial. “Mis manos nunca se han manchado con la sangre de nadie y nunca he tomado nada que no fuera mío”, dijo una semana después de la caída de Al-Assad.
Parecía estar estableciendo un contraste con el líder sirio depuesto mientras dejaba de lado su propio historial de derechos humanos, que incluye lo que los grupos de derechos humanos dicen que fue una masacre —por parte de las fuerzas militares a su cargo— de al menos 817 personas que protestaban contra el golpe de estado de El-Sisi en el 2013.
Desde que los rebeldes en Siria tomaron el poder, Egipto ha arrestado o comenzado procesos legales contra varias personas consideradas opositores políticos, incluyendo al director de un destacado grupo de derechos humanos y un usuario de TikTok que había estado publicando videos criticando a El-Sisi. Ya se estimaba que Egipto mantenía decenas de miles de prisioneros políticos, muchos de ellos islamistas.
Mirette F. Mabrouk, experta en Egipto en el Instituto de Medio Oriente en Washington, dijo que cualquier indicio de que los egipcios pudieran contagiarse del fervor revolucionario de los sirios significa problemas para El-Sisi, porque podría tomar muy poco para que el descontento de los egipcios estalle en protesta.
Mahmoud Badr, un activista pro gubernamental egipcio, dijo en X que Hayat Tahrir al-Sham, el grupo islamista que ha tomado el poder en Siria, era indistinguible de la Hermandad Musulmana —el partido islamista que ganó la Presidencia de Egipto después de la revolución de 2011, pero que volvió a gran parte de la población en su contra antes de ser depuesto por El-Sisi.
“Todo es parte de una red, y nadie puede convencernos de lo contrario”, dijo, citando fotografías ampliamente difundidas que mostraban al líder del grupo sirio reuniéndose con un destacado miembro egipcio de la Hermandad.
Aunque el sentimiento antiislamista sigue siendo fuerte entre los egipcios, también lo es el sentimiento anti-Sisi.
“Llega en un muy mal momento para Sisi”, dijo Broderick McDonald, miembro asociado del Centro Internacional para el Estudio de la Radicalización en el Kings College de Londres.
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