San Pedro Sula, Honduras.- Hay victorias que no siempre se miden en centésimas o medallas, sino en la capacidad de levantarse en cada amanecer, cuando el cuerpo grita que no se puede y el alma responde adelante.
Esa es la esencia de Douglas Andrés Romero Flores (18 años), un nadador juvenil hondureño que lleva el alma de su país grabada en cada brazada y cuya historia es un recuerdo a la resiliencia que tienen los nadadores.
"La clave para la victoria a menudo reside en dar lo mejor de uno mismo cuando uno se siente peor", confiesa Douglas, mientras prepara su participación en el Mundial Juvenil de Natación en Otopeni, Rumania, que será en agosto 2025.
Su objetivo es claro: romper el récord nacional en 50 metros dorso (categoría Juvenil B). "Estoy seguro de que puedo bajar mis tiempos, estoy a centésimas de lograrlo y estoy trabajando con ese objetivo", afirma con una convicción que quiebra cualquier duda.
Sus inicios, a los 9 años en la piscina del colegio La Salle de San Pedro Sula, fueron el preludio de una pasión inquebrantable. Tras el guía inicial de Eder Espinal y el impulso fundamental de Carlos Cerrato (Municipalidad SPS), hoy su brújula técnica es José Leonardo "Coro" González, a quien atribuye su mejor nivel actual. Pero el trayecto no ha sido un río tranquilo.
En 2023, el golpe más duro: una lesión en la rodilla, ligamento cruzado, jugando como delantero en el colegio. Como comenta Douglas, ese es también otro sueño futbolero que impacta a los nadadores por la cultura de nuestro país "Si no fuera nadador, sería delantero en San Pedro Sula, aunque soy fan de un club de Tegucigalpa"). Más de un año de rehabilitación, dolor y paciencia. "Hay que hacer las cosas que no te gustan, como si las disfrutaras", reflexiona sobre esos días oscuros.
"Hay que levantarse todos los días a entrenar duro, luchar con la fatiga, el cansancio, los compromisos estudiantiles", describe su rutina. Mientras otros duermen, él nada en el agua de las piscinas del Club Delfines Sampedranos, sabiendo que "las medallas se ganan en los entrenamientos". Su primera medalla –intercolegial, en relevos– fue solo el inicio. Hoy, su mirada está puesta en romper récords nacionales absolutos y convertirse en "el mejor nadador de Honduras y Centroamérica".
Detrás de cada logro, un faro: su madre, Angélica Flores. "Ella es mi mayor fan, mi motor en los momentos de frustración", dice Douglas, con voz emocionada. En las gradas con su silla plegable o en casa, su presencia es el abrazo invisible que lo impulsa.
Pero una sombra nubla el camino a Rumania: la falta de recursos. Douglas y otros 17 nadadores juveniles hondureños luchan por financiar su sueño mundialista. Su llamado es claro y urgente:
"No tenemos los recursos. Le pido a la Señora Presidenta Xiomara Castro que nos ayude a cumplir nuestros sueños y poner en alto el nombre de nuestro país a nivel internacional. Siempre hay apoyo para el fútbol... Si fueran jugadores de fútbol los clasificados a un Mundial juvenil, el Gobierno los apoyaría con toda la logística. ¡Eso debe cambiar!".
“Uno se sorprende de como hay apoyo para otros deportes. Vino Messi a San Pedro Sula y remodelaron el estadio las áreas aledañas y nosotros por nuestro lado vimos como a los nadadores que incluso les cancelaron las clases en el complejo de natación que está en el Olímpico, son cosas que definitivamente nos marcan como atletas”.
Douglas admira a Michael Phelps, no solo por sus medallas, sino por su batalla contra la depresión, esa sombra que también acecha a los atletas. Como él, Douglas entiende que la grandeza se forja en la adversidad. Su prueba favorita es el 100 mariposa –uno de los estilos más exigentes de natación, pero es en el dorso donde su cuerpo habla con más elocuencia.
"Hay que entrenar duro, para competir y ganarle a los más duros", sentencia. Cada brazada suya es un acto de fe: en el sacrificio, en su madre, en los entrenadores que moldearon su técnica, y en un país al que anhela representar con orgullo en Rumania.
Douglas Romero sigue nadando por las madrugadas. Luchas no solo contra el agua o el cronómetro para bajar sus marcas, sino contra la indiferencia. Su historia es un recordatorio: los sueños no flotan, se construyen con lágrimas, sudor y un corazón que se niega a hundirse.