Tegucigalpa, Honduras.- Imagine esta escena: dos personas se conocen, conversan durante días o semanas, acuerdan encontrarse en un restaurante y comparten una comida. Sin embargo, la chispa nunca aparece. Al terminar, ambos se dan cuenta de que no habrá segunda cita.
Entonces llega el momento incómodo: ¿quién paga la cuenta? Aunque parece una simple decisión práctica, esta situación revela mucho sobre normas culturales, creencias arraigadas y la evolución de las relaciones modernas.
Durante décadas, especialmente en contextos latinoamericanos, se ha entendido que el hombre debe pagar la cuenta, no solo como acto de cortesía, sino como una afirmación de su rol tradicional de proveedor. Este gesto, muchas veces automático, responde a una construcción social profundamente enraizada en ideas de masculinidad, caballerosidad y liderazgo económico. No obstante, esta práctica comienza a tambalear en una sociedad que busca mayor equidad entre géneros.
La psicóloga mexicana Paulina Chavira afirma que "cuando hablamos de citas y dinero, también estamos hablando de poder, de expectativas y de comunicación no verbal".
Según su análisis, pagar la cuenta puede interpretarse como un acto de interés romántico, pero también puede generar presión o malentendidos si no hay una conversación clara entre ambas partes.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando la cita no funciona? Si no hubo conexión, química ni intención de repetir el encuentro, el acto de pagar deja de tener un componente simbólico romántico y se convierte en una cuestión de principios.
En este contexto, usted podría preguntarse: ¿debe quien invitó asumir el costo? ¿O es más justo dividir la cuenta en nombre de la igualdad y el respeto mutuo?
La cultura latinoamericana, con su calidez y apego a tradiciones, suele ver el gesto de pagar como muestra de buena educación, incluso cuando la cita fue un fracaso. Sin embargo, esta misma cultura también empieza a dar paso a nuevas formas de relacionarse, donde las mujeres tienen voz y poder económico, y donde se valoran la honestidad y la autonomía.
En países como Colombia, Argentina o México, cada vez más personas prefieren hablar abiertamente del tema antes o durante la cita, para evitar malentendidos o incomodidades. ¿Qué opina usted?
Desde una perspectiva psicológica, la clave está en la comunicación y el respeto mutuo. Establecer desde el principio que cada quien pagará lo suyo no implica frialdad, sino madurez emocional.
La doctora Pilar Sordo, psicóloga chilena, señala que "el respeto empieza cuando uno deja de suponer y empieza a preguntar". En otras palabras, asumir lo que la otra persona espera puede llevar a tensiones innecesarias.
También es importante reconocer que el dinero no debería ser utilizado como mecanismo de control o compensación emocional. Si la cita no fue satisfactoria, pagar la cuenta no "compra" una segunda oportunidad, ni tampoco divide culpas; simplemente es un cierre respetuoso de una interacción que no funcionó.
Dividir los gastos puede ser un gesto de cortesía mutua que honra el tiempo compartido sin atribuirle un valor desproporcionado.
Lo más sano es tener claridad, tacto y apertura para hablar del tema sin tabúes. Recuerde que no todas las personas tienen las mismas expectativas, y lo que para una puede ser un gesto de generosidad, para otra puede parecer una carga incómoda.
Las citas no deberían convertirse en escenarios de tensión económica, sino en oportunidades para conocerse desde la honestidad.
En vista de lo anterior, ¿quién paga en una cita fallida? Esta pregunta no tiene una única respuesta correcta, pero sí muchas posibilidades justas. Lo esencial es dejar atrás los automatismos heredados y apostar por un trato equilibrado, que refleje no solo equidad de género, sino también madurez emocional. Porque, más allá de la cuenta, lo que realmente importa es salir de la cita con respeto por uno mismo y por la otra persona.