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Un refugiado de Honduras será beatificado

El obispo católico, sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer, que dirigió durante 19 años la labor apostólica del Opus Dei, la cual sembró en el país en 1980, será beatificado el 27 de septiembre en Madrid, España.

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09.03.2014

El 27 próximo de 27 de septiembre será beatificado en Madrid Álvaro del Portillo.

Cuando se cumple el martes, el centenario de su nacimiento, hacemos un recorrido por la vida del obispo, que durante 19 años continuó la obra de San Josemaría Escrivá de Balaguer al frente del Opus Dei, y que al igual que su antecesor, encontró refugio en el consulado de Honduras en Madrid, durante la guerra civil española.

El prelado llevó la labor de esta institución de la Iglesia Católica a veinte nuevos países.

Numerosas iniciativas sociales y educativas, como apertura de hospitales, escuelas, colegios y universidades se realizaron en los cinco continentes durante su gestión, muchas de ellas en favor de la gente más necesitada.

Álvaro del Portillo, quien era doctor ingeniero de caminos y doctor en Filosofía y Derecho Canónico murió en Roma el 23 de marzo de 1994 después de regresar de una peregrinación a Tierra Santa. El papa Juan Pablo II acudió ese mismo día a rezar ante sus restos mortales.

El 28 de junio de 2012, con la aprobación del papa Benedicto XVI, la Congregación para las causas de los santos promulgó el Decreto sobre las virtudes heroicas, que lleva consigo el título de “Venerable”.

Casi un año después, el 5 de julio de 2013, el papa Francisco firmó el decreto que reconoce un milagro atribuido a su intercesión.

Y de inmediato se programó su beatificación que tendrá lugar en Madrid el 27 de septiembre.

ENCUENTRO CON HONDURAS

Pero, cómo fue ese primer encuentro de don álvaro con Honduras y que más tarde se traduce en el inicio de la obra del Opus Dei en el país...

El 18 de julio de 1936 estalló la Guerra Civil. El número de muertos a causa del conflicto se estima fue de 500,000 personas. España quedó devastada, con pueblos totalmente asolados.

La economía española tardó décadas en recuperarse y aún hoy existen heridas morales que se resisten a desaparecer. A pocas semanas de haber iniciado la guerra, España quedó dividida en dos zonas: la llamada “republicana” y la denominada “nacional”.

En la zona republicana, en donde se encontraba Madrid se desató una “salvaje persecución religiosa” con asesinatos, saqueos e incendios. En los primeros meses era suficiente que alguien fuera identificado como sacerdote, religioso o simplemente cristiano militante para que fuera ejecutado sin el debido proceso. En el primer año murieron 6,500 eclesiásticos.

A causa de la persecución, muchas personas abandonaron Madrid y se considera que más de 13,000 personas buscaron refugio en sedes diplomáticas. El refugio en las embajadas y consulados fue un recurso típico de la guerra civil para huir de la persecución, aunque no siempre fue garantía para los refugiados. En la Legación de Honduras casi un centenar de personas encontraron refugio, entre ellos Álvaro del Portillo.

El consulado de Honduras ocupaba parte de un inmueble ubicado en el Paseo de la Castellana de Madrid. En aquel tiempo el título de

“Legación” era un estatus diplomático de segundo orden que ostentaban países pequeños o con poca actividad en el país. El cónsul, el diplomático Pedro Jaime de Matheu Salazar, no era hondureño, sino salvadoreño, y había obtenido el cargo de Cónsul Honorario por sus relaciones de amistad con políticos hondureños.

El 13 de marzo de 1937, Álvaro del Portillo se refugia en la Legación de Honduras. Ahí se encontró con San Josemaría Escrivá, otros miembros del Opus Dei y Santiago, hermano de San Josemaría, que también se acogieron a la protección de la Legación de Honduras con la esperanza de ser evacuados de Madrid, sin embargo, todos sus intentos fracasaron. La reclusión de Álvaro del Portillo se prolongó durante un año y cuatro meses.

Hasta mediados de mayo, Álvaro y sus acompañantes no dispusieron de habitación propia. Se les destinó un cuarto al final del corredor, junto a la puerta de la escalera de servicio. Probablemente, el cuarto había servido de depósito en otros tiempos. Era angosto y con suelo de baldosas.

Por la noche dormían sobre unas colchonetas, que cubrían todo el pavimento. Durante el día, convenientemente enrolladas y arrimadas a la pared, esas mismas colchonetas servían de asiento. Una estrecha ventana daba a un patio interior, tan oscuro que durante el día era necesario dejar encendida la lámpara.

Más agobiante que la falta de espacio era la escasez de alimento debido a las dificultades de abastecimiento.

En 1979, en una conversación familiar, Álvaro del Portillo explicó que “la comida era a base de algarrobas –un alimento que suele darse a los animales-; además estaban pasadas y con proteínas –bromeábamos- pues tenían bichos de todos los colores: rubios, morenos…”.





El ambiente general entre los refugiados en la Legación de Honduras era de gran tensión debido al hacinamiento, a la falta de alimentos y de libertad de movimientos. Además de la precariedad material, se le suman las pocas noticias de fiar sobre lo que ocurre en la guerra y, sobre todo, la incertidumbre de su desenlace. A pesar de todo, este ambiente contrastaba con el de la pequeña habitación donde estaban Álvaro y sus acompañantes. Pilar del Portillo, hermana de Álvaro, escribió: “A pesar de la situación, vivían en un clima de serenidad, de sentido sobrenatural y de alegría. Recuerdo que, a veces, le pedían a mi hermana Tere que les cantara unas canciones mexicanas que estaban de moda y, con frecuencia, el Padre (San Josemaría) se ponía a cantar junto con todos”.

En una ocasión, Mons. Javier Echevarría, actual Prelado del Opus Dei, escuchó de labios de San Josemaría y de otras personas que estuvieron en la Legación de Honduras que: “Álvaro demostró gran equilibrio y espíritu sobrenatural en aquellas circunstancias, prodigándose, entre otras cosas, en actos de servicios y de atención a los demás y de olvido de sí mismo. Afrontó el hambre y el frío con verdadera elegancia y sincera alegría. Se conformaba con lo poco de que disponían, sin quejarse ante la escasez”.

Álvaro también se ocupó de llevar la contabilidad de la Legación de Honduras y se empeñó en aprender japonés y alemán.

Durante ese tiempo, el 14 de octubre de 1937, su padre Ramón del Portillo, murió y Álvaro no pudo abandonar la Legación de Honduras para despedirlo.

Mientras permaneció refugiado en la Legación de Honduras, Álvaro aprovechó este tiempo para fortalecer su fe, su esperanza y su adhesión a la voluntad de Dios.

SU VIDA EN EL OPUS DEI

A finales de octubre la balanza empezó a inclinarse a favor del ejército “nacional”, entonces, Álvaro inició las gestiones para abandonar la

Legación de Honduras. Salió en el mes de julio de 1938 y el mismo día se enlistó en el ejército republicano. El 9 de octubre, llega al frente de guerra y tres días después, junto con dos amigos, atraviesa las líneas. El 14 de octubre llega a Burgos y se encuentra con San Josemaría, quien había abandonado previamente la Legación. El 28 de marzo 1939 el ejército nacional entra a Madrid y cuatro días después termina la Guerra Civil Española.

Pasados los años, el 25 de junio de 1944, Álvaro fue ordenado sacerdote y desde 1946 fijó su residencia en Roma, junto a San Josemaría, siendo uno de sus colaboradores más próximos al frente al Opus Dei.

El 15 de septiembre de 1975 fue elegido primer sucesor de San Josemaría, quien había fallecido el 26 de junio de ese mismo año. Durante sus 19 años de gobierno del Opus Dei impulsó que la labor apostólica comenzara en nuevos países, uno de esos países fue Honduras en diciembre de 1980.

El hombre de quien San Josemaría dijo en más de una ocasión que “a otros hermanos vuestros los he buscado yo, pero a don Álvaro me lo ha puesto Dios”, será beatificado el 27 de septiembre.

Y hoy recordamos cómo el refugio que le brindó nuestro país en la Legación de Madrid de aquel lejano 1937 permaneció vivo en sus recuerdos y por eso es motivo de alegría y orgullo poder decir que un refugiado de Honduras será beatificado este año.