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Algunas estimaciones sobre la calidad de la pintura hondureña

Gabriel Galeano hace una reflexión sobre la situación del arte en Honduras, ante el debate sobre la falta de calidad en la propuesta de los artistas
01.01.2024

MADRID, ESPAÑA.- Recientemente se ha discutido desde diversas posiciones la calidad de la pintura hondureña.

La mayoría de las visiones son sumamente interesantes y respetables, pero a mi juicio no han logrado captar el en sí o la cosa misma del fenómeno.

¿Qué está pasando con la pintura hondureña?

Algunos de los argumentos más notables se extravían al considerar a los artistas como los únicos responsables del escaso desarrollo de la pintura hondureña, de su precariedad ontológica y epistémica.

Si bien es cierto que en buena parte la calidad y la unidad estructural de una obra es responsabilidad del artista, pero también es verdad que en el proceso de producción del objeto artístico intervienen una serie de variables socioculturales, tanto las relacionadas con la vida del sujeto creador como las del propio contexto.

Un análisis que pretenda aproximarse a la complejidad del fenómeno tendrá que considerar la calidad de la enseñanza artística, los debates y la producción de las ideas estéticas que circulan en el ambiente artístico hondureño.

Asimismo, deberá de tomar en cuenta los proyectos estéticos-políticos que durante mucho tiempo han impulsado y motivado a los artistas para intervenir desde la esfera de la creación en el mundo de la vida y, por supuesto, muchas cosas más.

En cuanto a lo primero, debemos sostener que la enseñanza artística en Honduras es muy limitada, no porque los maestros sean malos o no estén capacitados, sino porque cuentan con recursos bastante limitados.

El Ministerio de Educación tiene relegada a la Escuela Nacional de Bellas Artes y, por ello, sus planes de estudios no han logrado incorporar las exigencias de las dinámicas culturales y artísticas actuales.

En ese sentido, es lamentable que la UNAH, una institución con mayores recursos, no haya logrado crear una carrera de Artes Visuales a nivel universitario, y si bien es cierto que se ha estado trabajando en ello, las autoridades no lo han tomado como una prioridad fundamental.

De igual manera, debemos de considerar que en Honduras no hay una cultura del debate, de la confrontación a raíz de la producción de ideas estéticas o artísticas.

Las universidades y su profesorado no tienen conexión alguna con el mundo del arte y sus procesos. Las galerías, los museos y los centros culturales se caracterizan por un desinterés en la producción de ideas y en la formación de una cultura intelectual. Su aporte se reduce a la prestación de espacios, lo cual, se agradece, pero no es del todo suficiente.

Con el restablecimiento del Ministerio de Cultura por parte del actual gobierno pensamos que la situación del sector cultura mejoraría cualitativamente, sin embargo, la realidad ha sido completamente diferente.

Lo cierto es que esta área de la administración pública ha sido muy mal gestionada y, lo paradójico, aun no se ha logrado construir una política cultural que incida de forma directa en la dinámica social.

Los altos funcionarios de esta institución tienen la falsa idea que generar pequeños festivales de arte en distintas localidades del país es suficiente como para cumplir satisfactoriamente el mandato constitucional de dirigir, organizar y salvaguardar la actividad cultural de la nación.

Pero hay una problemática mucho más profunda y es la que se relaciona con la espiritualidad imperante, la cual se organiza desde los intereses del cálculo y la planificación racionalizada de la técnica moderna.

Nos encontramos en un contexto de retrocesos donde la mayoría de los artistas elaboran sus obras bajo los parámetros del mercado y la visión instrumentalizada del mundo de la vida.

De manera que, en este contexto, es completamente válido preguntarse: ¿Qué podrá salvar al arte de la barbarie imperante?

La respuesta no es nada sencilla, pero la rebeldía, el pálpito de la vida que brota de lo que Theodor Adorno denominaba arte auténtico, puede conducirnos a prácticas que resistan en expresión desenfrenada a la brutalidad de nuestro tiempo.