En el libro de poesía “Los espejos de Carlos” (il miglior fabbro editores, 2006), el poeta Néstor Ulloa nos introduce a sus propios abismos cotidianos y a los de un personaje imaginario que deambula en su memoria, en las miradas de los parques y las calles; en sus sueños o en sus pesadillas.
Poesía de una sutil construcción verbal, no simplista, sino precisa y que no quiere tratos con lo ufano. La idea de verse o de ver siempre resulta tentadora, primero por la inquietud narcisista y después por el placer voyeur.
Pero las cosas, las veamos o no, existen; nosotros, incluso, nos vean o no, existimos; somos el aliento dejado en los espejos de los instantes, un fluir hacia el abismo que también no depende de quién lo ve, lo presiente o lo imagina, pues igual existe. Tal es la versión de Néstor Ulloa en “Los espejos de Carlos”, libro que da fe de un salto de su autor a una forma poética más depurada y profunda, respecto a su poemario anterior, “Soldemedianoche”.
SU OBRA
Las tres partes en que se divide este libro se complementan. En la primera, “Los espejos de Carlos”, se observa una familiaridad de recursos poéticos bajo la estructura del lenguaje narrativo; el lector puede asumir esta primera sección como un poema unitario o como poemas independientes.
El poeta devela un personaje casi encerrado en sí mismo, pero en conflicto con las percepciones o las explicaciones que le llegan del exterior y quieren dibujarle un mundo que es difuso, pues se estructura bajo los reflejos, las dudas o la alienación.
Esta visión poética del mundo explora al hombre que observa la realidad; es decir, esta vez, no responde el poema como evocación, sino como conflicto. No está el poema dialogando directamente con el mundo, permanece leyendo al hombre que está ante el mundo; en ese sentido, las cosas que el poema cuenta tienen como identidad el reflejo. Y como la inmortalidad siempre ha sido un juego de mortales, Ulloa roza su espacio a través de la insular vida de un personaje y de una criatura poética (léase, voz poética) que vela y debate la exploración de la vida cotidiana de ese personaje que aspira a un estatuto mayor, al asomo a un mundo trascendental que existe en la memoria o en la razón y los sentidos, pero sujeta a su situación en el mundo: “No creas, Carlos, / que las lumbreras del techo siempre son estrellas. / A veces, / no son nada más / que simples agujeros”., poema con que inicia el libro y al que le sigue otro poema con igual estructura formal, que parece contradecir al primero. Sin embargo, el conflicto no radica en la contrariedad que puede existir entre un poema y otro, ni en la oposición del personaje y la voz poética, sino en el juego de reflejos de la realidad y en juicios poéticos que son sorpresivos como los siguientes versos que enfrentados a los primeros no quieren dar una respuesta, sino abrir el universo de las sensaciones, de los presagios sobre algo que siempre escapa a una mirada definitiva: la vida.
“Pero no creas, Carlos, / que las lumbreras del techo/ siempre son simples agujeros. / A veces también son estrellas”. Más allá de ese juego con las palabras, ambos poemas pueden ser una puerta de entrada al mundo de Carlos, un nombre cualquiera, o un personaje cualquiera, máscara o arquetipo; no importa, pues es un atavismo que bien puede ser de un hombre común o esa dualidad entre el creador como hombre y el yo poético ante el acto creador.
La segunda parte, “Con los ojos en sepia”, incluye poemas breves, casi cercanos al monólogo y a la confidencia. Hay en ellos una fuerza que pretende establecer una relación orgánica entre el creador y su mundo para que el poema no resulte, en este proceso, un mediador o una excusa que raye en el artificio, y que los demonios no se liberen, sino que el poema sea el límite de la libertad que el creador les permite.
En esta parte del libro aparece el poema “Némesis”, personalmente creo que es un poema de gran belleza; poco valdría hablar de su acompasado tempo y sus imágenes, a veces de referencia oscura y envidiable plasticidad; hay que sumar la capacidad de introspección a un mundo subjetivo, perdido, un mundo donde ya nada se puede juzgar o reconocer, pues todo lo que se podría evocar de él se destruye; una suerte del destino de quién en si mismo se ha perdido para borrarse de una vez o para ya no comprender ese instante cuando “el agua ha devorado su frontera” y la nada espera como la mayor pertenencia en ese reino interior donde “la arena se pierde tras las huellas”.
EL DIáLOGO
La tercera parte del libro, “Otros espejos de Carlos”, es la salida del mundo interior de ese yo poético o de ese personaje para dialogar con la realidad social.
Por supuesto que no hay familiaridad con una catarsis inocua del individualismo a ultranza, ya que la referencia al sujeto con sus batallas ante el sistema de poder, ante la norma y la febril muralla social, pasa con sutileza de la experiencia propia a un estatuto universal donde el poeta habla, ponderado, lejos de creerse un espíritu en el que golpea todo el dolor o un mensajero político, sino más bien es la evidencia de sí mismo y de los fragmentos de su vida y de la vida de los otros.
La poesía de Ulloa, está más allá de una poesía de denuncia crasa, es una poesía que hace de la confidencia un arma para curarse del silencio, ya sea este un umbral para la reflexión o una reja impuesta para que no hablen los hombres. Hago referencia aquí a poemas como “Audiencia”, “Profesión de fe”, “Lo que se multiplica” y “Síndrome de Estocolmo”.
Que esta voz de nuestra poesía actual hable por sí misma, por ello entregamos una selección de poemas del libro “Los espejos de Carlos”, de Néstor Ulloa. Seguro los poemas son mejores de lo que se pueda decir de ellos; así es la buena poesía, cercana a lo que Ulloa ha nombrado “la ternura del abismo”.