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'La poesía es infinita”

Narrador, ensayista, traductor e investigador, con numerosas obras publicadas y acreedor de grandes premios literarios, el escritor mexicano que visitó Honduras habla sobre el oficio de ser poeta.

23.02.2013

El poeta mexicano Marco Antonio Campos arribó por primera vez a Honduras para formar parte del jurado del Tercer Premio Iberoamericano de Poesía “Juegos Florales de Tegucigalpa”, patrocinado por la Alcaldía Municipal del Distrito Central, visita que aprovechó para hacer una lectura de su poesía en el Centro Cultural de España en Tegucigalpa y, por supuesto, para hablar con la revista dominical Siempre sobre lo que más sabe, poesía, y otros temas que se colaron en la plática. “Honduras es ante todo un país de poetas”, dijo al recordar su amistad con Rigoberto Paredes, y agregó que la comunidad de poetas siempre acaba encontrándose por el mundo. A continuación, una entrevista en la que pretendemos conocer qué hay en los campos de Marco Antonio.

¿Qué siente un poeta al leer su poesía, darle el matiz, el sentimiento, la entonación adecuada? Tengo cuarenta años de leer mis poemas, pero no es lo mismo leerlos en público. Lo que intento hacer es lo que hacía un gran poeta italiano, Giuseppe Ungaretti, quien leía de tal forma que cada palabra se iba enlazando con el verso, darle a cada palabra la entonación y el significado preciso. Es decir, si hay una angustia, sentir que hay una angustia; si hay tristeza, sentir que hay tristeza; si hay un momento de exaltación, igualmente; creo que eso permite la comunicación más viva con el público, porque, al fin de cuentas, uno lee para emocionar al público. Es muy distinto la lectura directa de los poemas en el estudio de su casa, por ejemplo, que en público, porque es la emoción más inmediata, a eso se debe el auge de los festivales de poesía por el mundo, en México deben haber cuatro o cinco internacionales, por ejemplo, hay unos muy famoso como el de Medellín, como el de Rotterdam, también el de Granada que ha ido creciendo, pero por qué, porque aunque no sea posible captar del todo el poema, puede comunicar la emoción, porque si usted lee un cuento es más difícil que la gente resista quince o veinte minutos leyendo la trama del cuento y menos si es un fragmento de novela, aunque en la práctica se lea más el cuento y se venda mucho más la novela.

Usted sabe mucho de comunicar emociones a través de un poema, pues también es traductor, ¿qué se le hace más complejo, traducir poemas o prosa? He traducido alrededor de 30 libros, de los cuales 27 deben ser poesía. A mí ya se me dificulta más traducir prosa que poesía. La prosa cualquiera puede traducirla, en cambio la poesía es un mundo de ecos, resonancias, de insinuaciones, de sugerencias, hay muchos matices, las imágenes deben cobrarse lo más posible. Claro, toda traducción es una aproximación, la traducción perfecta no existe. Pero hay momentos, que son muy pocos, en los que el traductor puede mejorar al autor, casi siempre, si le falta una sílaba o una letra, la música ya no es la misma.

De esas 30 obras que ha traducido, ¿cree que en alguna ocasión superó a la original? En momentos sí, pero no por pedantería, sino porque se oía mejor en español. Hay muchos tipos de traducciones, he tratado de hacer la traducción literal, es decir, que se parezca lo más posible a la música y al sentido original. Hay otros, por ejemplo, Octavio Paz y José Emilio Pacheco, el propio Giuseppe Ungaretti, partían del poema pero lo traducían muy libremente. Paz a veces solo buscaba el espíritu del poema, porque a menudo parecía más un poema de Paz que del autor original.

Decía José Saramago que la pintura no es más que literatura hecha con pinceles, ¿cree usted, por ejemplo, que la poesía tampoco necesita de pinceles para recrear las más bellas y nítidas imágenes? La poesía es infinita, en la poesía cabe todo. Por ejemplo, los parnasianos en Francia en el siglo XIX trataron de hacer pintura, yo he hecho recreaciones sobre cuadros tratando de darles un complemento humano, si no se vuelve literatura de literatura, o literatura sobre arte. Es un problema estetizante. La poesía, cuando tú la lees, sientes y te da tristeza, sientes el dolor, la angustia ajena, ves el mar y al mismo tiempo ves otras cosas, los dobles, triples o cuádruples sentidos, la poesía no puede convertirse en prosa, por ejemplo.

¿Ha pensado en musicalizar sus poemas, como lo hacía Mario Benedetti, por ejemplo? No soy admirador de Benedetti, me parece un autor para preparatorianos, todo aquel que sepa poesía sabrá que le cojean mucho los versos, no tiene un buen oído, sabe contar sus historias exactamente para tener los efectos que busca en determinados lectores no muy avisados, pero también entre los lectores avisados tiene un público, pero sus escritos están muy ideologizados, yo admiro mucho a tantos que lo han hecho (narrativa política), pero esas cosas hay que darlas implícitas, no explícitas, y con sus escritos él trata de mostrar que es un hombre de izquierda dura y que solo están los buenos y los malos, y esa literatura en blanco y negro me aburre un poco, me pone de males, entonces suelo dejarla de lado. Todo el mundo pone el ejemplo de “La tregua”, pero siempre si alguien escribe mil poemas, pues a lo mejor le salen cuatro o cinco buenos...

Bueno, al parecer Benedetti no es santo de su devoción... Pasemos entonces a Octavio Paz y a Carlos Fuentes, ¿cuál cree que merecía más el Nobel? Yo creo que el premio a Paz es lo más bien dado que se pudo hacer. Digo, Fuentes lo merecía, pero creo que lo merecía mucho más Paz, en él es muy raro o casi imposible encontrar un libro malo, y Fuentes al principio fue un gran narrador, pero después me parece que muchas de sus novelas pecan de oficio. Ahora, fue también un gran ensayista, fue un hombre preocupado por los problemas de su tiempo, como toda esa generación (la de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar...), todos estuvieron fascinados por el poder, como también lo estuvo Paz...

¿A su criterio, hay en este momento algún escritor mexicano que merezca un Nobel? En este momento para un premio Nobel no, pero para un Cervantes sí, podría ser Eduardo Lizalde.

¿Y ya fuera de México, en Centroamérica, un Sergio Ramírez qué le parece? Claro que sí. A propósito, hice un ensayo sobre los cuentos de Sergio Ramírez en la revista cultural centroamericana Carátula (titulado: “Sergio Ramírez, el cuentista”). Sergio es un extraordinario cuentista, merecería el Cervantes, sin duda, es uno de los grandes cuentistas latinoamericanos del siglo XX y XXI, como novelista no, es mucho mejor como cuentista.

Y ya dejando a México y a Centroamérica, ¿por quién se decantaría para un Nobel? Creo que el latinoamericano más viable era Fuentes, de cualquier manera. No encuentro otra figura como él.

¿O sea que México, o más bien el mundo, perdió a un futuro Nobel? Sí y no. Sí porque lo merecía, y no porque todo es cuestión de geografía en el Nobel...

¿Cómo se lleva la cultura mexicana con el nuevo presidente Enrique Peña Nieto? Creo que se va a llevar bien. Peña Nieto ha vuelto a poner a una persona culta en el ministerio de Cultura, que ya estuvo y demostró su eficacia. México es el país de Latinoamérica que más produce cultura y que más la fomenta, usted no solo la encuentra en los institutos culturales de los Estados de la República, sino también en las universidades, la UNAM, por ejemplo, es una potencia cultural, la coordinación de difusión cultural de la UNAM produce mucha cultura. Producen cultura los ministerios, Hacienda tiene muchas de las mejores obras pictóricas del país, usted encuentra que se fomenta la cultura desde los municipios, las alcaldías, el gobierno, no solo las instituciones culturales, en México la cultura es lo que sobra, de su fomento no podemos quejarnos. Si usted lo compara con Chile, Perú, Argentina, vea la cantidad de premios que tenemos en México, hay tantos o más como en España, nada más que no están tan divulgados y tampoco tenemos un premio como el Cervantes, o el Reina Sofía, o el Príncipe de Asturias. Pero ya tenemos cuatro fortísimos, el Carlos Fuentes, por ejemplo, o sea que España y México están a punto de equilibrarse, si no es que ya están equilibrados en grandes premios. El Carlos Fuentes son 250 mil dólares, el Tomás Segovia de traducción literaria son 100 mil dólares. También está el premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que son 50 mil dólares, y el premio Octavio Paz, que son 150 mil dólares.

Y hablando de México como promotor cultural, Jacobo Cárcamo y Rafael Heliodoro Valle fueron dos hondureños que hicieron parte de su carrera en ese país, ¿conoce algo sobre sus obras? Desgraciadamente solo tengo la buena opinión que tuvieron mis maestros de ellos, sobre todo de Heliodoro Valle, pero no he tenido la oportunidad de conocer sus obras. Como mexicanos nos enorgullece mucho que buena parte de los grandes poetas, escritores y pensadores han vivido en México una gran parte de su vida. Por ejemplo, los tres narradores más importantes de Colombia han vivido más de la mitad de su vida en México (García Márquez, Álvaro Mutis y Fernando Vallejo), además de otros exilios que nos han llegado.

Se dice que cuando un escritor alcanza una obra cumbre, con la que llega a obtener el Nobel, se vuelve casi imposible superarla, ¿usted qué piensa? Bueno, en relación a eso, por ejemplo a García Márquez le fastidiaba que le dijeran que su obra cumbre era “Cien años de soledad”, porque él quería defender “El otoño del patriarca”, pero digamos, “El amor en los tiempos del cólera”, o esa brevísima obra maestra que es “Crónicas de una muerte anunciada” es una obra perfecta, como novela corta, las perspectivas, el lenguaje, cómo trata un tema que además ya sabe de antemano, como “El túnel”, de Ernesto Sábato, de qué va a tratar y lo hace de todas maneras emocionante, va creando las expectativas. Yo creo que García Márquez fue quien de todos siguió escribiendo buenas obras.

En fin, no va a superar esa obra maestra, pero la puede igualar. Pasa como cuando comparaban a Jaime Sabines con Octavio Paz sobre quién es el mejor poeta, quién influye más, y la verdad es que era una discusión bizantina, eran distintos, y a la larga ya muertos pues sí se igualan, digamos, es decir, hay quince o diez poemas de Sabines que vamos a leer para siempre y hay diez o quince poemas o veinte de Octavio Paz que vamos a leer para siempre.

Estudió derecho... Pero no lo vuelvo a hacer...

Sí, hizo esos estudios con la idea de iniciar una carrera política, luego se arrepintió, ¿cree que esos fueron años perdidos y que durante ese tiempo se pudo enfocar a una carrera más afín a las letras y el arte? Yo creo que si hubiese estudiado letras no hubiese sido escritor. La carrera de letras no hace escritores, hace maestros. Aunque han salido muy buenos escritores, la generación de Jaime Sabines, por ejemplo, tiene a Rosario Castellanos, a Sergio Magaña, Emilio Carballido, Dolores Castro, son promociones muy especiales de escritores que además estudiaron letras. Pero en general hay generaciones y son cientos y cientos de estudiantes que de pronto resultan escritores de la medianía para abajo. Creo que me hizo mucho bien estudiar derecho, lo volvería a hacer en su momento... pero no lo continuaría.

Acaba de mencionar que no lo volvería a hacer... Bueno, cuando estudié derecho casi a los 19 años, empiezo a escribir y leer mucho, al inicio pensaba en la política, y no en ser ni investigador, ni maestro, ni jurista o bien abogado, pensaba en la política, siempre me ha apasionado la política y, por ejemplo, en las novelas, cuentos y poesía que he hecho está metida la política, pero como crítica. También he escrito muchos artículos políticos, pero jamás, ni por asombro, se me ha ocurrido pensar en militar en ningún partido. Estudié por esa causa, pero en el 68 mismo, en el primer año, me di cuenta que yo no iba a ser abogado, primero porque ya me había devorado la literatura, esa era la primera causa, y ya veía que mi destino, para decirlo como Borges, iba a ser un destino literario. La segunda es que durante el movimiento estudiantil del 68, que culmina con la matanza del 2 de octubre, dije: ‘Yo nunca voy a trabajar para un gobierno de asesinos, y lo cumplí’.

¿Entonces no ha militado en ningún partido político? No. Tengo simpatías de izquierda, pero la izquierda en México tiene también una parte muy primitiva.

Y hablando de injusticias, luchas sociales, izquierdas y derechas, ¿cómo ve usted el proceso de Chiapas? ¿Han influido, de alguna forma, estos temas en sus poemas? No, en lo más mínimo, pero es imposible no simpatizar con los desheredados de la tierra, es imposible no estar al lado de los pueblos originarios. Yo nunca he estado físicamente con ellos, pero los indígenas y campesinos gozan de toda mi simpatía y creo que merecen mucha más justicia social, cosa que se les ha negado.

También, en este contexto de luchas, surge por primera vez la figura de Marcos, ¿qué opina de él como actor social y como escritor? Me parece que utiliza un lenguaje pseudopoético y pseudoliterario, es muy mal escritor pero se cree muy buen poeta, muy buen cuentista, está muy bien que sea uno de los líderes más carismáticos que ha habido en los últimos veinte años, pero que no escriba.

¿En qué está trabajando? Uno siempre escribe varios libros a la vez. Como uno no es poeta de todos los días... además sería muy aburrido, imagínese 365 poemas al año. La poesía debe ser cuando debe nacer, cuando hay una emoción auténtica, cuando hay inspiración. Uno siempre está trabajando y hay cosas que resultan y no. Para mí la inspiración es un mejor momento de nosotros. En ocasiones uno siente que está en más condiciones de hacerlo, pero como uno no sabe cuándo llegará ese momento, pues se sigue leyendo mucho, poesía, ensayos, historia, novelas, lo que no es tanto de la emoción. Lo que uno siempre puede escribir son crónicas o ensayos, sin necesidad de sentir esa emoción auténtica que es lo que hace nacer la poesía, porque como oficio yo le puedo escribir 30 poemas diarios y estarán bien hechos, porque uno tiene el oficio, pero para mí no dirán nada, esa es la impresión, por ejemplo, que me dan algunas novelas de Fuentes, que estaban escritas por oficio, pero que no había emoción.

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