Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres y se han omitido algunos detalles para proteger la identidad de los inocentes.
NOTA.
A los lectores y lectoras pido las más sinceras disculpas por la molestia que pudo causarles la publicación de este caso en dos partes pero, en honor a la justicia, estarán de acuerdo en que no debía resumirse y dejar a un lado elementos esenciales que hacen de esta historia uno de los casos más espectaculares del H-3, considerado uno de lo mejores detectives de homicidios de Honduras.
EL HOMBRE.
Arnoldo, demacrado, sin camisa, sudado y con la cabeza rapada, se acercó a los custodios que lo obligaron a dejar la pelota a un compañero.
“Tenés visita”.
“¿Un lunes? ¿Quién es?”
“La DNIC” –respondió el custodio.
Arnoldo se quedó mudo por un momento.
“¿La DNIC?”
“Agentes de homicidios de la DNIC. Quieren hablar con vos…”
“¿Por qué?”
“No sé, ese es asunto tuyo… O, ¿vas a decir que no sabés nada de la muerte de tu esposa?”
“Solo lo que vi en el periódico…”
“Bueno…”
Los ojos de Arnoldo brillaban cuando se acercó al H-3. Este lo saludó con un apretón de manos, una mirada serena y una nube de humo que le salía por la nariz y la boca.
“Imagino que sabe por qué venimos…”
“No sé; no estoy seguro…”
“¿Cuándo supo usted que su esposa Claudia había venido al país?”
“Que había venido no, pero sí que iba a venir. Me lo dijo su hermana por teléfono…”
El H-3 lo miró como si esperara a que siguiera hablando.
“Usted tiene ocho años de estar aquí, ¿cierto? ¿Siempre tuvo comunicación con su ex cuñada?”
“Sí; Laura fue la única persona que creyó en mi inocencia… Ella sabía que yo era incapaz de hacer algo tan horrible como eso…”
“¿Se refiere al abuso sexual de su hijastro?”
“Sí, a eso”.
“¿Por qué dice que Laura siempre creyó en su inocencia?”
“Ella siempre supo de lo que su hermana era capaz… Yo ya sabía que Claudia estaba con otro, y yo le pedí el divorcio. Estábamos bien económicamente y yo accedí a dejarle la mitad de las cosas que habíamos hecho juntos… Esa misma noche me acusó ante la Fiscalía del Menor… Alguien me avisó y me escapé… Dos años después me enjuiciaron… Ella ya se había ido para Estados Unidos, después de malvenderlo todo, pero vino al juicio y declaró en mi contra… El muchacho tenía entonces dieciséis años, y no dijo ni una palabra…”
“¿Vio los
periódicos?”
“Sí”.
“¿Qué opina?”
“Nada. No me importa.”
“¿Sabe que usted es el principal sospechoso?”
Una carcajada amarga brotó de la garganta de Arnoldo, pero su frente empalideció y un escalofrío le recorrió el cuerpo.
“¿Yo?”
“Sí, usted. ¿Quiere que hablemos de esto?”
“Claro… –La voz de Arnoldo sonó entrecortada– ¡Yo soy inocente! ¿Cómo pude haberla matado si he estado metido aquí desde hace ocho años?”
“
Fácil –le respondió el H-3–. Según el Forense, Claudia murió el domingo pasado, estuvo dos días enterrada; hoy es viernes y hace cinco días exactos, o sea, el domingo pasado, en la madrugada, su mamá, la madre de usted, murió del corazón en el hospital Catarino Rivas.
La dirección del presidio le dio permiso a usted para asistir a la vela y al entierro, y usted salió de aquí, con un solo custodio por su buena conducta, a las dos de la tarde… Laura, su buena amiga, dice que Claudia salió de su casa a eso de las tres, después de recibir una llamada… Dijo que iba a verse con alguien y salió, pero no regresó…”.
Arnoldo abrió la boca para tragar aire. Estaba angustiado y sus ojos bailaban en sus órbitas. La desesperación se iba apoderando de él.
“Ustedes están equivocados… Yo no maté a Claudia… Y mi mamá no está muerta…”
“También sabemos eso. Un equipo de la DNIC confirmó eso. Una llamada de su hermana le informó a la dirección del presidio que su mamá estaba muerta, y el director le dio permiso. Usted regresó con el custodio a eso de las nueve de la noche, a las nueve y tres minutos para ser exactos, y le dijo al director que la llamada era mentira, que él no tenía ninguna hermana y que su mamá estaba vivita y coleando. A nadie se le ocurrió preguntarle a usted por qué no había dicho que no tenía ninguna hermana cuando le informaron de la llamada, y salió aun así. El custodio venía cayéndose de borracho, por lo que fue castigado. ¿Dónde estuvieron? ¿Dónde estuvo usted siete horas? ¿Cómo se emborrachó el custodio y usted no?”
Arnoldo estaba mudo.
“Yo voy a decirle lo que hizo en esas siete horas…”
ACUSACIÓN. “Nadie más que usted tenía motivos suficientes para odiar a Claudia, y, quizás, para matarla, después de torturarla, pero no podía hacerlo solo. Necesitaba ayuda, y nadie mejor que Laura”.
El hombre abrió los ojos como platos y estuvo a punto de desmayarse. El H-3 le llenó de nuevo su vaso con Coca-Cola y esperó a que se repusiera.
“Sabemos, por los registros del presidio, que Laura lo ha visitado con frecuencia los últimos ocho años, y sospechamos que fue ella quien le avisó a usted que Claudia lo había denunciado y que lo buscaba la Policía… También creemos que fue Laura la que llamó a la dirección del presidio y quien dijo que su mamá había muerto. Creemos que usted llegó a la casa de las hermanas, que de alguna forma dejó al custodio en una cantina o que lo emborrachó a propósito en la casa de Laura. Si llevó al custodio a la casa, Claudia ya estaba neutralizada, lo que significa que Laura la atacó por la espalda con una freidera pesada, la amarró y esperó a que usted llegara para terminar el trabajo… Si no llevó al custodio a la casa, y el custodio todavía no habla con nosotros, entonces usted entró a escondidas a la casa, golpeó a Claudia y, después, hizo lo que hizo… Con su cómplice llevaron el cuerpo hasta el Merendón, usted abrió la tumba y lo enterraron. Luego fue por el custodio, dijo que la muerte de su mamá era un engaño, y regresaron a la cárcel… Un plan perfecto… Ahorita sale un equipo para la casa de Laura. Solo estamos esperando la orden del fiscal. ¿Qué tiene que decir a esto?”
Arnoldo lloraba y cualquiera diría que estaba a punto de morir. El H-3 acababa de encender su vigésimo cigarro en una hora y miraba al hombre de una forma extraña…
CHASCO.
En ese momento se le acercó uno de sus compañeros y le dijo al oído:
“Hablamos con el custodio y dice que fueron a la casa de la mamá del reo en Choloma; fuimos a Choloma y diez personas confirman la versión, incluso los policías de Choloma que vieron al reo y al custodio cuando pasaron en taxi por un operativo.
Dos vecinas dicen que hablaron con Arnoldo y que este estuvo hasta después de la cena en la casa. El custodio dice que pasaron por una cantina que está debajo de la línea, por el mercado, y que estuvieron allí hasta las ocho y media, más o menos.
Llegaron a eso de las siete. Arnoldo se fue con una prostituta. El cantinero, la mesera y la prostituta confirman esta versión. De la cantina al presidio tardaron poco en llegar. Creo que debemos buscar por otro lado.
El H-3 estaba pálido. Un grito salió de su garganta y estremeció las paredes de la oficinita del director.
“¡Me lleva la gran mil p…! Creo que ando orinando fuera de la nica… Vamos a El Pedregal, rápido. Pidan gente de Inspecciones Oculares y que vayan listos con luminol… ¡Me lleva el diablo!”
Los detectives salieron casi corriendo del presidio. El H-3 pensaba en voz alta.
“¿Quién tenía motivos para desear la muerte de Claudia? El marido, por supuesto, y más si es inocente como dice. ¿A quién le convenía la muerte de Claudia? A su hermana. Las dos son solas, sin hijos, Claudia tiene dinero, vive bien en Nueva York y su hermana es prácticamente una mantenida suya… ¡Ya sé lo que pasó! Claudia no salió nunca de la casa ese domingo. Laura la atacó por la espalda, con la freidera, la amarró, la torturó, no por placer ni por satisfacer una venganza, sino más bien para despistarnos, la desnudó y la llevó a enterrar. Para esto necesitó ayuda, es lógico. Pero Laura quiso hacernos creer que Arnoldo era el asesino, llamó a la cárcel, logró la salida, armó bien el crimen y nos enredó por todos lados…”.
“¿Qué vamos a encontrar en la casa?”
“Sangre, cabellos, piel, la freidera ensangrentada, o bien lavada, algo que se relacione la sábana celeste, palas, barras… ¡Casi todo! No creo que esa mujer sea capaz de cometer el crimen perfecto… Algo debió dejarnos para hacer nuestro trabajo”.
“¿Y ella?”
“¿Le avisaron al fiscal de turno?”
“Sí; va para El Pedregal”.
“¿Y los preventivos?”
“Han de estar llegando… Tienen instrucciones de rodear la casa y no dejar salir a nadie hasta que nosotros lleguemos…”
En ese momento la tensión del H-3 desapareció y una sonrisa enorme transformó su rostro. El color volvió a sus mejillas y detuvo la marcha del chofer.
“A nada vamos a la casa… Esa mujer es más astuta de lo que imaginamos…”
“¿Qué pasa?”
“Son las once de la mañana… Vamos al aeropuerto, pero sin prisa… Solo quiero confirmar una cosa, un detalle que no sé cómo se me fue por alto”.
El Toyota doble cabina empezó a perder velocidad, el H-3 encendió otro cigarro, quizás el número un millón de su existencia. Uno de sus compañeros le preguntó, intrigado:
“¿Y la gente que va para la casa?”
“Que hagan su trabajo, nosotros nada tenemos que hacer allí”.
EL AEROPUERTO.
Hacía calor, el bullicio era permanente y la gente que iba y venía le daba vida al aeropuerto Ramón Villeda Morales, de San Pedro Sula, aunque, en realidad, está ubicado en la ciudad de La Lima, y por el cual transitan al año más de un millón de personas.
El H-3 se bajó del vehículo sin prisa aparente, entró a la terminal climatizada y suspiró. Avanzó despacio, mordiendo el filtro apagado de su cigarro, y saludó con una sonrisa a la empleada de una aerolínea internacional que estaba detrás del mostrador. Con el saludo le enseñó su placa.
“Solo necesito su ayuda, señorita, y no voy a quitarle mucho tiempo…”
La muchacha no contestó. Esperó, con una sonrisa congelada, a que el policía siguiera hablando.
“Necesitamos saber si está señora viajó con ustedes a Nueva York en estos días”.
“¿Me permite llamar al encargado? El podrá ayudarle mejor que yo”.
El encargado, un muchacho alto y amable, se presentó de inmediato.
“¿Puedo ayudarle?”
El H-3 habló pausadamente y le entregó un papel en el que estaba escrito un nombre.
“Cardona Gálvez, Claudia –dijo el encargado, deletreando el nombre–. Sí, señor; viajó con nosotros antier con destino a Nueva York… Desembarcó en el aeropuerto John Fitzgerald Kennedy…”.
El H-3 ya no lo oía. Con una sonrisa de oreja a oreja se alejó de allí. Cuando salió de la terminal, iba fumando un nuevo cigarro.
“¿Qué hay? ¿Encontraste algo?”
El detective pareció no escuchar la voz de su compañero. Subió al doble cabina, se arrellanó en el asiento y soltó el humo que infestaba sus pulmones, luego cerró los ojos y algo parecido a una risa salió de su pecho.
“Vámonos –dijo, poco después–; ya días no veo a mi familia… Quiero estar en Tegucigalpa antes de la cena”.
Su compañero dejó pasar unos segundos antes de preguntarle:
“¿No nos vamos a reportar en San Pedro?”
“No. A nadie le hacemos falta allí”.
“¿Y la requisa en la casa de la sospechosa?”
“Va a salir bien. Los muchachos saben hacer su trabajo”.
Hubo un instante de silencio, luego, una nueva risita salió del pecho del H-3.
“¿Quién fue el que nos dijo que Laura y Claudia eran gemelas?”
NOTA FINAL.
Laura tiene orden de captura. La Policía confirmó su ingreso a los Estados Unidos como Claudia Fidelia Cardona Gálvez pero hasta la fecha no se sabe nada de ella.
Arnoldo insiste en que es inocente, que su esposa Claudia lo acusó para deshacerse de él y quedarse con todo lo que había hecho en una larga vida de trabajo.
Dice que el hijo de Claudia, de quien se reservó el nombre, lo llamó antes de salir hacia Irak para pedirle perdón por algo que no pudo evitar bajo la presión de su madre; era solo un niño al que su madre dominaba.
Arnoldo está a punto de salir en libertad. No tiene rencor contra nadie y sonríe ante el susto que le hizo pasar el H-3.
Rehizo su vida en la cárcel y solo está esperando salir para vender la casa de El Pedregal, que todavía está a su nombre. Dice que Laura fue su “novia” por algún tiempo y que jamás imaginó que fuera capaz de semejante trama… Desea que no la capturen jamás.