Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El día que cayó “El Patrón”

“Tarde o temprano nos íbamos a enfrentar a un hombre que no se vende ni tiene miedo”
05.02.2023

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-NOTA INICIAL. Hoy quiero contarles a los lectores de esta sección de diario EL HERALDO uno de los episodios más emblemáticos de la guerra contra las drogas que se desató en Honduras desde 2010.

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La captura de dos de los capos del narcotráfico más poderosos y de mayor peligro del país: los hermanos Valle. Una operación entre los “Tigres” y la DEA que acabó con el Cartel de Occidente y que forma parte de la historia de Honduras, aunque sea una historia oscura.

Peligro

El domingo 5 de octubre de 2014 amaneció frío, más frío que de costumbre. Había niebla en las montañas que están más allá de El Florido, Copán, y el manto blanquecino se extendía hasta la frontera con Guatemala. Dos hombres bebían café en tazas de latón. A uno de ellos le temblaban las manos, no por miedo, por supuesto; era, tal vez, la falta de insulina. El otro estaba tranquilo, aunque no había dormido en toda la noche. El primero era Miguel Arnulfo Valle; el segundo, su hermano Luis.

“La DEA los tiene cercados -les avisaron unos días antes-, y esta vez van en serio porque es el propio general Ramón Sabillón el que está dirigiendo la gente para capturarlos”.

“¿Y es que nadie pudo hablar con el general para que nos dejara en paz?”

“Nadie, señor -respondió el hombre que hablaba por teléfono, como si se estuviera dirigiendo a un superior-; nadie ha tenido el valor de acercársele a mi general. ¿Se acuerda cuando capturó a Paico? Mi general era director de la Policía de Fronteras, y lo detuvo en la posta de El Durazno, en la salida hacia el norte, y Paico le ofreció dos millones de dólares en efectivo para que lo dejara ir... Después, cuatro millones, y ni con eso pudieron comprar a ese hombre; así que lo mejor es que usted y su hermano se vayan para Guate, por mientras se calma esto... Yo ya no puedo hacer mucho para ayudarlos; si mi general me descubre que estoy trabajando con ustedes, me va a sacar de la Policía, y me va a mandar a la cárcel...”

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“¿Y por qué no matamos a ese hijo de p...?

”La voz sonó fuerte a través del teléfono. Era casi como una orden.

“¿Matar a un director de la Policía, don Miguel? Eso jamás...”

“¿Cómo? ¿Por qué no? ¿Es que no tienen huevos? ¿No mataron al general González...?”

“Don Miguel, no es lo mismo, y son otros tiempos... Ahora hay leyes... Ese mal parido de Juan Orlando puso la extradición, puso la ley contra el lavado, y va con la depuración de la Policía, y somos muchos los que tenemos que cuidar el puesto que tenemos... No ha sido fácil para muchos de nosotros llegar hasta donde estamos...”

“¡Muchos de ustedes están donde yo los he puesto! Yo les he pagado más de lo que hubieran ganado en toda su vida, y ahora se me dan vuelta”.

El “oficial de policía” esperó a que “El Patrón” se calmara.

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“No es eso, don Miguel. Aquí, todos le seguimos siendo fieles; a usted y a sus hermanos; pero resulta que con mi general Sabillón nadie puede negociar, y ya ha traído a las fuerzas especiales, ‘los Tigres’, para rastrearlos y capturarlos... Y la DEA tiene helicópteros listos en Palmerola para apoyarlos... Yo le aviso porque es lo único que puedo hacer”.

“Decile a Sabillón que le damos diez millones de dólares para que nos deje en paz”.

“Ni cien que le diera, don Miguel... Ese hombre no entiende de negociar con... narcos... Lo mejor es que se pierdan por un tiempo. Si mi general Sabillón los captura, los van a mandar para Estados Unidos...”

“Maldito Juan Orlando -gritó “El Patrón”, como si hablara consigo mismo-; y malditos esos gallinas que no pudieron matar a ese hijo de p...”

“Él Patrón” se refería a los hombres que contrató para asesinar al Presidente. También había mandado un equipo para matar al general Sabillón, pero inteligencia de la Policía descubrió el complot a tiempo, y les destruyó los planes.

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Soledad

El “fabuloso pasado” de los hermanos quedaba atrás. Ahora escapaban hacia Guatemala. Tenían un ejército de guardaespaldas con ellos, “hombres valientes, fieles y decididos a todo por sus jefes; hasta a dar la vida”. Y los hermanos se sentían confiados. En Guatemala esperarían a que el general Sabillón se calmara, y volverían a Honduras “poderosos como siempre”.

Mientras tanto, en el cuartel general de la Policía, en el barrio “Casamata”, el general Sabillón estudiaba el plan de persecución y captura de los Valle Valle una vez más.

“No van a poder entrar a Guatemala -les decía a sus oficiales-; la Policía de Guatemala y el Ejército les tiene cerrado el paso. Y los ‘Tigres’ avanzan despacio en las montañas de El Florido para cercarlos”.

“Tienen más de treinta guardaespaldas, mi general”.

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“No se preocupen por eso -respondió el general-; a la hora de la hora, estos hombres se van a quedar solos. Tenemos infiltrados que les avisan a los escoltas de los capos que los ‘Tigres’ tienen órdenes de matarlos a todos si no se rinden; y les avisamos que tenemos a gente de la DEA con helicópteros artillados, y qué si se oponen, los vamos a hacer pedazos... ¿Me entienden bien?”

“Muy bien, mi general”.

Todo estaba decidido. La cacería había empezado, y el general Sabillón se comunicaba con sus oficiales a través de un teléfono satelital, para que “nadie, ni los capos ni gente del gobierno, supiera donde estaba”.

Tiempo

Esa mañana fría y llena de niebla, mientras los hermanos bebían café, había en el aire un olor a Judas. Los hermanos Valle estaban a punto de ser traicionados. Sus “valientes” guardaespaldas, los que eran capaces de dar hasta la vida por ellos, se habían esfumado entre la niebla. No quedaba ni uno solo. “Y esto que los hermanos habían sido buenos con ellos”.

Cuando Miguel Arnulfo se dio cuenta, entendió que todo estaba perdido; pero quedaba algo que todavía podían hacer. Refugiarse en Guatemala. Allí tenían amigos todavía. Gente que “les era fiel”. Además, llevaban en dos mulas varios sacos repletos de dólares, con los que podían comprar a cualquiera...

“Menos a ese general hijo de p... -dijo Luis-. Le hubiéramos ofrecido más dinero... ¿Qué son cien millones para nosotros? Y te aseguro que nos hubiera dejado en paz, por lo menos, hasta que nos hubiéramos escondido bien en Guate, y mientras pasaba todo ese macaneo que ha armado ese mal parido de Juan Orlando con la extradición...”

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“Paico quiso comprar a Sabillón, y no pudo... -dijo Luis-. Y los mensajeros que le enviamos, ninguno tuvo huevos para acercarse a él... Sea como sea, solo nos queda irnos para Guate... Hasta que pase todo esto...

”Se refería a José Israel Pineda Duarte, “Paico”, el narcotraficante que le ofreció dinero al general Sabillón para que lo dejara libre.

“Yo no soy su enemigo, comisionado -le dijo Paico a Ramón Sabillón, que en ese tiempo era comisionado de policía-, y lo que hago es trabajar... Agarre este dinero, que le va a servir de mucho; y seamos amigos”.

“Traficar con drogas no es trabajo -le contestó Sabillón-, es un delito; y yo no necesito de su dinero podrido. Mi trabajo es capturarlo y llevarlo ante la ley. No puede haber negociaciones entre la Policía y la delincuencia”.

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“Mire -insistió Paico-, aquí tengo dos millones de dólares. Son para usted... si los quiere; es más, le doy cuatro millones, y le ofrezco seiscientos mil dólares mensuales para que no me persiga... Usted me entiende; y no lo tome como un soborno; es un apoyo... Yo sé que usted me quiere matar... Me lo dijo un compañero suyo, por eso quiero que nos arreglemos...”

“Yo no lo quiero matar -respondió Sabillón-, yo lo que quiero es echarlo preso... Usted es un delincuente, yo soy policía. Mi deber es agarrarlo y meterlo preso. Yo no mato delincuentes. Yo solo cumplo la ley y los capturo. Hay una línea amarilla entre usted y yo, y esa línea es la ley. Usted viola la ley, yo defiendo la ley; y por eso es que lo persigo, para meterlo preso”.

Todo esto lo sabían los hermanos Valle. Y sabían que no iban a negociar con él. Era hora de escapar, de esconderse, y de esperar. Pero las cosas amanecían mal para ellos. Sus guardaespaldas habían huido. Estaban solos, y sabían que los “Tigres” y la DEA estaban cerca; cada vez más cerca. Se terminaba su “imperio”, con el que enviaban casi veinte toneladas de cocaína cada mes hacia Estados Unidos, ganando más de trescientos cincuenta millones de dólares al año.

“Hay que hablarles a los amigos -dijo Luis-; todavía tenemos amigos poderosos; amigos que nos deben favores... Allí mismo, en la Secretaría...

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”A lo lejos, empezaba a asomar el sol; un sol tímido, que apenas se dejaba ver entre la bruma de la niebla que dominaba el cielo y la tierra. Ramón Sabillón tampoco había dormido. Esperaba a que sus órdenes se cumplieran. Fue a esa hora, mientras le servían un té de manzanilla con jengibre, cuando recibió una llamada. En realidad, era la décima llamada que recibía desde la noche anterior. Y ya le habían advertido que “alguien poderoso” lo llamaría para “pedirle” que detuviera el operativo.“¿Quién es ese hombre tan poderoso?” -preguntó.

“Conteste, mi general, y va a saber”.

El general miró el teléfono, sorbió un trago de té, y dijo:

“No me interesa quien sea. Mi deber es hacer que se cumpla la ley, y ya tenemos localizados a los Valle... Solo es cuestión de horas para que sean capturados. Y los ‘Tigres’ no se venden. Y Ramón Antonio Sabillón tampoco. Vamos a capturar a los Valle, y los vamos a extraditar a Estados Unidos; y vamos a ganar esta guerra contra el narcotráfico. Ese es mi deber. Ese es el deber de la Policía”.

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La caída

Poco a poco, como los anillos de una serpiente, el cerco se iba cerrando en torno a los hermanos. Habían dejado la casa, y avanzaban despacio, por las veredas en las montañas, hacia Guatemala. La niebla se disipaba, el sol empezaba a calentar, y ellos se sentían confiados, aunque estaban solos. No habían avanzado mucho, cuando se escuchó el ruido de los motores de los helicópteros, y se escucharon los gritos de los policías que los rodeaban... Se detuvieron levantaron las manos, y fue en ese momento en que entendieron que todo había terminado.

Miguel Arnulfo, ya más relajado, esposado de pies y manos en una oficina del Escuadrón “Tigres”, en Tegucigalpa, dijo, mientras hablaba con el general Sabillón:

“Cuando Juan Orlando lo puso a usted al frente de la Policía, supimos que en usted teníamos un enemigo mortal. Unos dijeron que como no lo podíamos comprar, lo mejor era que lo mandáramos a matar; pero decir y hacer son dos cosas distintas. Nadie tuvo ‘güevos’, y los que mandamos los descubrieron. En diez meses usted nos echó carrera, nos dejó en la calle y nos agarró... Por eso le decíamos ‘La Bestia Negra’. Así le decíamos”.

El general Sabillón sonrió.

“Pero en diez meses le cambiamos el nombre, general -siguió diciendo Miguel Arnulfo Valle-. Le pusimos ‘la Bestia blanca’”.

“¿Y ahora por qué ‘la Bestia Blanca’?” -le preguntó el general.

“Porque usted nos hizo creer en Dios...

”Todo había terminado para los hermanos Valle. Como había dicho el capo, “habían encontrado a un hombre que no se iba a vender y que no les tenía miedo”; y ese hombre estaba ahora frente a él. Era Ramón Antonio Sabillón Pineda. Era solo cuestión de tiempo para que fueran extraditados hacia los Estados Unidos.

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