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Creta, tras las huellas del laberinto

Las maravillas de una civilización, cuna de dioses y de grandes tesoros del arte, de la ingeniería y la arquitectura, descubiertas por el arqueólogo británico Arthur Evans.

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07.07.2012

Arthur Evans (1851-1941) fue el arqueólogo británico descubridor del palacio de Knossos, y mostró al mundo las maravillas de una civilización de la cual solo se sospechaba de su existencia, pero de la que no se conocía nada.

Creta y su “Talasocracia”, con su dominio del Mediterráneo estaba poblada de grandes ciudades y tenía un arte que desvela grandes claves para la comprensión del pasado.

Cuenta la antigua tradición que Creta es el lugar en donde Rea da a luz a Zeus y en donde este se esconde de su padre Cronos. Algunos dicen que en el monte Ida y otros en Dikte (descubierto también en la misma época por Hogart).

Desde el comienzo de las excavaciones que hizo Evans, el gran montículo de Kefala comenzó a revelar grandes tesoros. No de oro ni piedras preciosas como Schlieman había encontrado en Micenas con el tesoro de Agamenón, sino muestras claras de un arte maduro y refinado, de una destreza en ingeniería y de una arquitectura de tal esplendor, sutileza y elegancia que solo podía ser producto de una civilización de siglos de duración y con conocimientos que se escapan de nuestra imaginación debido a las ataduras y prejuicios positivistas que la sociedad moderna arrastra desde hace ya varios siglos.

Todo lo encontrado en Knossos poseía las características Micénicas; pero revelaban una antigüedad mayor. Evans y sus compañeros fueron siguiendo pacientemente el hilo de Ariadna, pero cada descubrimiento parecía traer consigo nuevos misterios por aclarar, nuevas preguntas.

El laberinto parecía no tener fin. Poco a poco fue penetrando en los misterios de los orígenes de la civilización europea, cambiando esquemas y trayendo a la luz conexiones entre Europa y Oriente.

No solo los sabios de la época clásica y preclásica de Grecia beben de Egipto: Platón, Pitágoras, Solón,… Sino que mucho antes la influencia egipcia era muy importante como nos lo revela el arte, ciencia, política y religión que van descubriendo tras cada fresco que reconstruyen, tras cada muro que vuelven a colocar en su antiguo lugar de origen.

Es así como todavía hoy siguen, a través de los continuos estudios y análisis, trayendo a la luz los orígenes europeos; escritura, arquitectura, etc. Una civilización que fue clave no solamente por su historia sino que más bien ha llegado a nosotros a través de la mitología. Se suele creer que un mito es sinónimo de leyenda, de cuento, algo que es bonito pero falso.

Sin embargo en el mundo antiguo en general, se tenía una visión diferente. El mito de alguna manera representaba la memoria de la humanidad y es así como hoy por hoy gracias a incesantes investigaciones se va demostrando con hechos aquello que hasta hace poco se consideraba fantasía. Y esta memoria le debe a Creta uno de sus recuerdos más maravillosos: el mito del Laberinto.

EL SÍMBOLO DEL LABERINTO. Seguramente, todos conocemos alguna forma de laberinto, tal vez de niños hemos jugado con uno o en uno. Y esto porque puede llegar a ser desde un auténtico edificio, hasta un jardín, pasando por una composición literaria, una danza o un dibujo hecho en papeles, cerámicas, paredes, tapices.

En fin, son innumerables las maneras en las que se ha representado este símbolo en diferentes épocas y lugares. Así lo encontramos por todo el mundo: en Egipto, Grecia, América, Babilonia, Roma, India, dentro de la cultura celta y los monumentos etruscos, en el suelo de las catedrales medievales y hasta en las revistas de pasatiempo de nuestra época, solo por citar algunos ejemplos. Se puede reconocer por lo tanto, que el laberinto es mucho más que un objeto, es una realidad que rebasa lo material e incluso lo racional (lo objetivo) puesto que es un símbolo.

La versión más conocida de este mito en Occidente nos llega de la antigua Grecia: en muy resumidas cuentas dice que Dédalo, acatando la orden del rey Minos, construye el laberinto para albergar al Minotauro (cuerpo de hombre y cabeza de toro) al que han de ofrecer como tributo la vida de varios jóvenes atenienses. Teseo (uno de los atenienses a los que el Minotauro ha de dar caza dentro del laberinto), ayudado por su padre Poseidón y por un ovillo de hilo de Ariadna, es quien lo vence después de alcanzar el centro junto a varios jóvenes atenienses. Con este acto heroico Creta y Atenas se liberan del terrible tormento de tener que sacrificar a sus jóvenes a la criatura.

Desde luego el relato es mucho más extenso y sus detalles asombrosos en cuanto a belleza y simbolismo. Un símbolo sería aquello con lo cual se da sentido y significación a lo que, aunque no se puede explicar racionalmente, no deja de ser realidad. Lo que ocurre es que no es una realidad material sino psicológica. Por ejemplo: una piedra es una piedra y puede ser descrita, pesada, medida, valorada en términos de calidad y cantidad porque es materia.

En cambio ¿cómo podemos explicar el miedo? Es difícil medirlo, definirlo o explicarlo, y sin embargo es algo que para quien lo experimenta es tan real como la piedra más dura o la montaña más alta. Los símbolos, precisamente, nos ayudan a entender esas cosas que no podemos explicar simplemente con datos. ¿Cuál es esa realidad que representa el laberinto? Santarcángeli en su “Libro de los laberintos”, lo define como un “recorrido tortuoso, en el que a veces es fácil perder el camino sin un guía”. ¿Quién no ha sentido alguna vez que se halla en medio de un recorrido de esta naturaleza? No solamente en lo físico, ya que es fácil perderse entre imbricadas callejuelas o edificios dispersos, sino perdidos en experiencias que producen la misma angustia, miedo o desconcierto que sintió Teseo.

Estamos en un auténtico laberinto cuando nos enfrentamos a decisiones difíciles, a preguntas sin respuesta sobre nosotros mismos, preguntas sobre el sentido de la vida, sobre las causas del dolor y de la alegría.