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Camino a la Rusia olvidada entre grandes ciudades

A orillas de las dos grandiosas ciudades de Rusia, comienza otra Rusia, descuidada por el estado y atrasada en el tiempo. Esto no será evidente en las Olimpiadas de Invierno ni se ve desde el tren alemán de alta velocidad.

03.11.2013

Cuando se sabe que el director de la compañía ferroviaria estatal de Rusia – un amigo cercano del Presidente Vladimir Putin – va a bordo, los empleados de la estación se forman en la plataforma en posición de firmes, saludando a la modernización de Rusia durante los segundos que le lleva al tren pasar volando.

Pero Vladimir G. Naperkovsky no es uno de ellos. Él observó con una mirada fija de sus ojos azules como el tren pasaba por la ciudad donde nació, con sus caminos lamentables y sus edificios que se derruyen. A los 52 años de edad, tras cerrar su pequeño negocio de reparación de computadoras, Naperkovsky se está mudando a otra región en Rusia, con la esperanza de que no sea demasiado tarde para empezar una nueva vida en un lugar más próspero. Las razones son muchas, pero su comentario se reduce a esto: “Gradualmente”, dijo, explicando su opinión de Lyuban, “todo se está pudriendo”.

NUEVA Y TRISTE REALIDAD. A orillas de las dos grandiosas ciudades de Rusia, comienza otra Rusia.

Esto no será evidente en las Olimpiadas de Invierno del año próximo en Sochi, ni es visible desde el tren de alta velocidad de fabricación alemana. Es a lo largo de la autopista entre Moscú y San Petersburgo – una estrecha extensión de carretera de 692 kilómetros que es un viaje de 12 horas en auto – que uno ve las grandes extensiones de Rusia tan descuidadas por el estado que parecen atrasadas en el tiempo.

Mientras la mano del estado elude al interior, la gente está pasando apuros con decisiones que pertenecen a siglos pasados: ¿calentar sus casas con una estufa de leña, que debe ser alimentada a mano cada tres horas, o quemar combustible diesel, que cuesta la mitad del salario de un mes? Cuando las carreteras están tan deterioradas que las ambulancias no pueden llegar a sus casas, ¿es seguro quedarse? Cuando su casa no puede ser vendida, ¿pueden irse?

Calzado con zapatillas de caucho, con los antebrazos cubiertos de tatuajes, Naperkovsky es el tipo de hombre franco a quien los rusos llamarían un “muzhik”. Tenía un mensaje que quería transmitir a Putin, quien ha dirigido a Rusia durante 13 años de estabilidad política y expansión económica.

“La gente en la cima no sabe lo que está ocurriendo aquí abajo”, dijo. “Ellos tienen su propio mundo. Comen diferente, duermen en sábanas diferentes, conducen autos diferentes. No saben lo que está ocurriendo aquí abajo. Si yo necesitara una palabra para describirlo, diría que es un pantano, un pantano estancado. Como era, así es. Nada está cambiando”.

Al conducir por la autopista, la M10, hoy en día, uno encuentra belleza y decadencia. Hay lugares donde los jabalíes vagaban por aldeas abandonadas, atiborrándose de las frutas de huertos plantados por los hombres.

DIGNO DE LA MIRADA DE UN LÍDER VALDAI. Ubicada en una isla en un lago como un espejo en las afueras de la ciudad de Valdai había evidencia, la primera que habíamos visto, de que a alguien le había importado mucho arreglar algo. El Monasterio de Iversky del siglo XVII, usado por los soviéticos para albergar a pacientes tuberculosos, ha experimentado una rápida y lustrosa renovación, financiada por un grupo de compañías conectadas con el estado como Sberbank, Gazprom y Ferrocarriles Rusos. Sus jardines son aterciopelados, su torre de los colores de las rosas y crema.

En una tarde reciente, una guía de turistas compartió el secreto del renacimiento del monasterio: Putin tiene una casa de vacaciones al lado.

“Al otro lado del río está su residencia, así que está dentro de su línea de visión”, dijo la guía de turistas, Nadezhda Yakovleva. Yakovleva se jactó de que él visita el lugar frecuente y espontáneamente, poniendo tanto interés que es propenso a acercarse a los constructores para preguntar por qué están usando ese tono de pintura. Agitando su mano hacia un trozo de cielo, describió una escena mágica de comunión entre “el soberano”, como ella lo llamó, y su gente: Su helicóptero vuela tan bajo que cuando los turistas lo llaman desde abajo, él realmente responde.

En la aldea que limita con la residencia vacacional de Putin, un obrero ebrio contó relatos extravagantes de amenidades que había visto dentro de sus muros de concreto, como cuencos individuales que permitían a los invitados bañarse en miel y yogur. Luego, disgustado, espetó la suma de su pensión del ejército. “Para él, si hay vida fuera del anillo de circunvalación de Moscú, somos vegetales, no personas”, dijo el obrero, un poco amodorradamente, antes de que sus amigos, visiblemente ansiosos, se lo llevaran.


“HOYOS NEGROS” SALPICAN EL NOROESTE DE RUSIA. Más allá de Valdai, donde las granjas colectivas alguna vez se extendieron por kilómetros en todas direcciones, aventurarse en la autopista por más de unos cuantos kilómetros es como dejar el mundo conocido.

Sobre nosotros, el cielo se arremolina, con muchas capas y lleno de luz. A lo largo del camino se da una vida desordenada, con peonias del tamaño de pelotas de voleibol que flotan en la niebla de mediados de verano. Después de eso, los bosques son más densos y más difíciles de penetrar. Trece kilómetros al oeste de la M10 está la aldea de Pochinok, donde la naturaleza lentamente se está cerrando en torno a Nina Kolesnikova y sus hijos.

Entre las grandes ciudades hay cientos de asentamientos que desaparecen: ciudades que se convierten en aldeas, aldeas que se convierten en bosque. Los soviéticos les suspendieron el apoyo durante las campañas de eficiencia en los años 60 y 70, que catalogaron a las aldeas como “prometedoras” o “no prometedoras”.

Pero la muerte de una aldea es un proceso lento. Una geógrafa, Tatiana Nefyodova, les llama “hoyos negros”, y estima que conforman entre 70 y 80 por ciento del noroeste de Rusia, donde Moscú y San Petersburgo actúan como aspiradoras gigantescas, absorbiendo personas y capital del resto del país.

Quienes se quedan caen en un aislamiento cada vez más profundo. La familia de Kolesnikova se baña una vez al mes ahora en el mal clima, y la casa huele a musgo. El camino está tan descuidado que no pasan extraños, esto es evidente por las miradas embelesadas de sus hijos rubios. Ellos han crecido en lo profundo del bosque.

Sin embargo, Kolesnikova no se va. Al preguntarle por qué, dio una razón que resonaría a cualquier ruso: El aire está limpio. Recolectan bayas y hongos en el verano. Producen su propio queso cottage y crema agria. “Todo es nuestro”, dijo.

‘POLVO NEGRO’ CHERNAYA GRYAZ. Un viajero que haya llegado a la aldea de Chernaya Gryaz – el nombre significa “Polvo Negro” – puede sentir la succión de Moscú en la piel. Así fue para el conductor de camiones Alexander Chertkov, quien, entrecerrando los ojos en dirección de la ciudad, tenía la mandíbula cuadrada y la mirada clarividente de un monumento soviético al hombre trabajado. Los años pasados en las autopistas de Rusia han socavado su fe en casi todo.

Polvo Negro es conocido por sus prostitutas, principalmente empleadas de tiendas reclutadas en ciudades provinciales, que se balancean sobre sus tacones altos en el bordillo de la autopista mientras pasan camiones de 18 ruedas. Se le conoce, igualmente, por sus redadas policiales televisadas contra la prostitución – imágenes que muestran a agentes uniformados persiguiendo a mujeres en los huertos de abedules, luego las obligan a dar la cara avergonzadas al camarógrafo para responder a sus preguntas.

Chertkov puso los ojos en blanco al pensar en este ritual: Pasan unos días, y las mismas mujeres están en la carretera de nuevo.

Chertkov ha empezado a anhelar el orden, algo que se imagina existía bajo Stalin. Siente envidia cuando conduce por Bielorrusia, donde la policía tiene demasiado miedo para pedir sobornos. La Rusia que él ve desde la cabina de su camión no sufre de falta de libertad; sufre de una falta de control.

“No hay amo en la casa”, dijo de los líderes de Rusia. “Firman decretos si es necesario, pero es como si vivieran en algún otro lugar en el extranjero y vinieran aquí a trabajar. No les importa un comino”.

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