Las montañas y ríos de su San Antonio de Flores querido constituyen la primera fuente de inspiración de Roque Zelaya, el pintor insigne de Honduras.
'No había otra cosa que pintar', manifiesta el hombre sencillo, de hablar pausado y de inconfundible cabellera ensortijada.
Los lienzos de Zelaya implican una inversión de tiempo que pocos hacen, pero 'esa es mi marca', confiesa.
El primitivista que ha honrado el país con sus obras dice que ahora hace pocas estampas debido a problemas en su visión, pero que cada vez que toma el lienzo expresa lo que no puede decir con la voz.
EL HERALDO se introdujo en la privacidad de su estudio para conversar con el hombre que en sus inicios compraba las telas para pintar con el pago que recibía de la entrega de quesos y verduras en el sur del país.
¿En qué año comenzó a pintar?
En 1976. Inicié pintando para mi mamá temas religiosos, porque mi mamá todos los años tenía un compromiso familiar o personal de celebrar el 8 de diciembre de cada año el Día de la Virgen de la Concepción.
Mi mamá tenía la virgen en busto y para hacer el altar se ponen cortinas blancas, flores de papel crepé o de papelillo y alguna vez que hizo poner algo me dijo mi mamá que pintara a Jesucristo, entonces pinté a Jesucristo de forma imaginaria, ya lo había visto antes en una estampa, pero generalmente pintaba imágenes de forma imaginaria.
¿Cuándo se da cuenta que tiene habilidad para ser un artista?
Pues yo digo que a principios de 1977, porque fue cuando ya compré telas en mi pueblo.
¿Cómo hizo para comprar las telas?
Pues yo comencé a trabajar desde que tenía nueve años, creo, pero no trabajo como obligación de tener que llevar un recurso a la casa, sino como actividad propia al hacer mandados, la gente de la zona del campo, denominada del barrio, y me tocaba hacer mandados e incluso pasados dos o tres años hacía mandados de San Antonio de Flores (Choluteca) a Pespire en bus.
¿Qué le tocaba dejar?
Queso, chiles, tomates, me daban 10 centavos, me recuerdo y era una buena paga, estamos hablando cuando yo tenía unos 10 años.
Pero la mejor paga para mi, exquisita, era montar en bus por ver los paisajes, me cambiaba de asientos de un lado para el otro cuando no iba lleno. Me gustaba ponerme de frente para ver cómo se venía la calle sobre mí, los animales, los cercos.
Todo eso era una impresión que me extasiaba.
¿Cómo logró progresar el mundo de la pintura teniendo pocos recursos?
Yo leí en un periódico en 1976 que había una convocatoria en Tegucigalpa para un concurso de pintura costumbrista, yo ya había salido de sexto grado en la escuela Macario Ortiz Motiño, visite a mi maestro, al director de la escuela, y como el papel del periódico solicitaba concurso de pintura costumbrista yo no tenía una idea clara de qué era costumbrista y mi maestro me dio la idea.
Fue así que pinté un señor arriando ganado que pasó cuando estaba platicando con mi maestro, después salió un bus, bajó gente y también hice ese tema en la pintura.
Todo eso fue rudimentario, la tela la compré en el pueblo, sin preparar, luego fui donde un señor carpintero, don Modesto Alvarado, recuerdo, y le dije que pusiera algo atrás para templarlo, todavía no sabía que se llamaba bastidos, el marco lo pinté de rojo.
¿Y qué pasó en el concurso?
La diferencia estuvo en que parte del jurado fue doña Irma Leticia Oyuela, ella vio los trabajos bastantes raros, muy distintos al resto de competidores, me imagino.
¿Ganó el concurso?
No, para nada, pero predominó en su idea que tenía que encontrarle en cualquier momento. Ella miró aquellas pinturas que se veían de la parte delantera y de atrás.
Entonces doña Leticia, en los viajes que hacía con su marido, el abogado Félix Oyuela, al sur, empezó a buscarme y, como en una cuarta ocasión, me encontró y me regaló bastidores ya preparados, óleos, porque aquellos cuadros los había pintado con pintura para paredes.
Me dijo que si quería me invitaba a su galería, que era la única, la Leo, y ahí también estaba la editorial Nuevo Continente, que era de ella.
¿Aprovechó la oportunidad?
Empecé a pintar, le traje unos cuadros que no le parecieron para nada, porque yo no entendía que aquel costumbrismo que pinté cuando ella fue jurado era lo que le interesaba, por ser temas muy propios del pueblo.
Yo le traje unos caballos y una montaña y si los viera ahora me impresionaría de lo mal que pintaba.
Al siguiente mes que vine le traje tres cuadros, entonces doña Lety empezó a llamar personas por teléfono diciéndole que tenía noticias relacionas a cuadros.
¿Cuándo dio el gran salto como pintor?
Doña Lety comenzó a conservar cuadros míos. Para ese entonces yo era estudiante del colegio Mateo Molina, de Pespire, me los pagaba.
¿A cómo se los pagaba?
Pues era lo necesario para estar en el colegio, transporte y todavía gastos personales, aparte que ella tenía un local que pagar y empleados. Yo quedaba muy conforme con lo que ella me pagaba.
¿Qué fiascos se ha llevado en su vida como pintor?
Bueno, con doña Leticia yo trabajé tres años, luego ella enfermó, cerró la galería y en 1981, cuando yo vivía en el barrio Morazán, en la capital, llegó una señora que tenía tienda de suvenires y para entonces yo debía tres meses de cuarto, de comida y ya días no le mandaba dinero a mi papá, que necesitaba, y esa señora, muy amable y muy cordial, me pidió que le enseñara los cuadros.
Entonces le enseñé los que tenía y me pidió cuatro cuadros y dije yo “qué bendición más grande”.
Me dijo que al día siguiente fuera a su tienda, entonces le ayudé a acomodar los cuadros en el carro, eran cuadros grandes como de una media ventana. Escogí otro cuadro, uno mediano, y llegué donde ella y se lo regalé y le dije que se lo regalaba porque me compró los cuatro cuadros.
Cuando llegué a la tienda a cobrar el dinero de los cuadros me dijo que me los llevara de regreso porque el marido de ella decía que eran cuadros muy grandes y le tapan mucho espacio; ella me devolvió los cuatro cuadros, pero el que le había regalado no.
¿Qué hizo entonces?
Me fui para el pueblo, debiendo tres meses de comida a una pariente y tres meses de cuarto a una persona que los administraba.
¿A qué se dedicó en su pueblo?
A pescar, a halar leña y a pintar en momentos que tuviera la oportunidad.
¿Qué hizo para regresary no vencerse?
Pues me llegó un telegrama de mi hermana Olga Marina que decía: “Traiga cuadros. Nueva Galería. Saludos”.
Yo, mensajero de telégrafo a los 12 años, y recuerdo que las personas particulares solo tenían derecho a mandar cinco palabras y solo el gobierno podía mandar hasta 50 palabras para los mensajes oficiales. Entonces me vine con tres cuadros y era la galería de doña Roseba Zúniga, por la zona de El Arbolito, y me compró los tres cuadros.
¿A qué precios le compraron esos cuadros?
No, mire, con relación a precios yo sigo pintando a estas alturas precios casi los mismos que cuando yo inicié.
¿Pagó la deuda que dejó del cuarto y la comida con ese dinero?
Sí, pagué lo que debía y estoy muy agradecido con mi prima y su esposo porque me ayudaron mucho.
¿Por qué vende a los mismos precios que antes?
La gente tiene una idea de que yo gano bastante dinero con los cuadros, posiblemente, pero literalmente soy el pintor que menos dinero puede ganar en el país. Si ponemos en fila los mejores 25 pintores del país, el último en ganar soy yo. ¿Sabe usted por que?
No sé, dígame
¿Ve ese cuadro que está ahí? (pregunta mientras señala una pintura), pues me puedo tardar en hacerlo uno o dos meses y los demás pintores en ese tiempo hacen hasta cuatro.
¿Por qué se tarda ese tiempo?
Por el nivel de detalle que le doy a las pinturas, esa es mi marca.
¿Cuánto el es tiempo que más se ha tardado en hacer un cuadro?
Un año con dos meses, un cuadro que vendí en la década de los 80 como a 7 mil lempiras.
¿Cuántos cuadros ha pintado en su vida?
Creo que unos 100, por eso que le digo que me toma tiempo hacerlos.
¿Pero sigue pintando?
A inicios de 2011 fue el último cuadro que pinté, es que tengo problemas con los ojos, incluso hace poco me operé.
¿Por qué le gustó el primitivismo para pintar?
Pues en el pueblo no había más que paisaje y por eso fue.
¿Estudió pintura?
Nunca estudié, pero sigo aprendiendo todos los días con las pinturas.
¿Ha expuesto en otros países?
Sí una vez lo hice en Miami, en la galería que tenía Cristina Saralegui. Ella vino una vez a Honduras en 1984 a buscar pinturas y así la conocí, antes de que fuera la persona famosa que es. En 1995 su esposo me compró un cuadro para regalárselo a Cristina por cumplir 10 años de casado. La pintura fue sobre una boda campesina, casi fue de cortesía, yo fui a dejárselo a Miami.
¿Qué hace su familia, quién es su esposa?
Mi esposa se llama Aidé de Jesús Flores, la conocí en Choluteca y mis hijos son Dexi Alexandra, Miguel Ángel y Estephanie. Todos mis hijos avanzan en sus estudios.