Opinión

Vicio de repetir errores

Cada cuatro años renace la esperanza y cada otros cuatro vuelve la decepción, según acceda o descienda un gobernante. Caras nuevas, las promesas talladas en la atmósfera de las concentraciones políticas, la marcha de los tiempos que supone que el ser humano madura y progresa y que perfecciona la calidad, despiertan ilusión en el votante, quien imagina que arranca un ciclo innovador y que sus males van por fin a ser superados.


Y otra vez, en el corto plazo de 48 meses, el ambiente se puebla no solo con tristeza sino, más grave, con desengaño ya que se palpa claramente que el espectáculo fue todo mentira y que el “elegido” no era más que un globo inflado al que el desafío de esos cuatro años develó e hizo explotar.

El ciudadano se sorprende de que la visión política de los gobernantes sea tan miope pues los compromisos de clase y la ambición de hacer pronta riqueza personal los orilla al vicio insomne de repetir errores. En el caso presente, verbigracia, es obvio que la estrategia del anterior mandatario, Porfirio Lobo, orientada a combatir la delincuencia con aumentos masivos de la fuerza pública fracasó y que más policías o ejército a las calles sirve para mitigar el problema pero no para resolverlo.


La violencia ciudadana es fenómeno social y por ende cultural y solo se compone o retrotrae a la norma con respuestas sociales y culturales. Lo opuesto es fantasía.

La administración actual ha hecho una propuesta interesante, que es la de aglutinar a la macroestructura del Estado sobre ejes estratégicos, a fin de economizar recursos y facilitar su ejercicio.

En el plano organizacional es lo único llamativo que ha planteado pues otras de sus decisiones gubernativas adolecen de institucionalidad y lucen ser producto de impulsos individuales.

El plan de perfilar al Estado sobre ciertas concentraciones polares puede dar fruto en cuanto a reducir burocracia, adquirir control gerencial (y por ende logro de objetivos), así como perfeccionar la planificación a largo plazo, pero muy difícilmente en ahorro de dinero: el presupuesto de la Secretaría de Cultura, por ejemplo, no llegaba siquiera al uno por ciento del erario…

(Son curiosas las antinomias hondureñas: a los mílites se debe la creación de ese ministerio como también la autonomía de la universidad nacional, el voto femenino y la existencia de la única radioemisora enteramente clásica en la vida del país. Lástima que sus perversiones fueran mayores que sus méritos).

El vicio grave de los gobiernos es cobrar al pobre sus propios errores. La incapacidad del funcionario ––y la corrupción–– hicieron quebrar a numerosas entidades públicas, pero llegado el instante de deducir la responsabilidad, los inútiles barzones no aparecen, los esconde la Policía, los protege el sistema judicial; no hay pícaros grandes presos, lo que hace obvio que el sistema opera para joder a la población, cargarle impuestos, exigirle más pero no darle más. Receta perfecta para ahondar el subdesarrollo; conviene a la élite.

Si se redujera a mitad el volumen de exenciones que otorga el Estado se evaporaría la urgencia de más tasas e impuestos. Y si adicional se implantara verdadera guerra, la madre de las batallas, a la evasión fiscal, este país avanzaría sobre otros rieles. Pero no es para eso que se escoge la profesión política, no en esta nación, sino para actuar éticamente al revés.

Los errores se repiten pero no porque sean errores sino por repetición intencional. Ya que se realizan sin que nadie se entere, o tarde; sin que a nadie le reclamen judicialmente, y particularmente sin que a nadie se castigue, lo cómodo es continuar con ellos pues dieron provechoso resultado. Hasta que se corte al vicio con medidas sencillas y asépticas, como la instituida en China: fusilar al inepto y al ladrón, que usualmente son lo mismo.

Tags:
|