Todos reconocemos que la situación no es fácil. Que los ingresos han disminuido si es que existen. Que la desigualdad se ha profundizado, exponiendo una indigencia indignante, pero insuficiente aun para sacudir la conciencia nacional. Ni siquiera la de los pagados para combatirla. Comprobado que diferentes gobiernos han sido incapaces de desandar la vía al descalabro a que nos han conducido.
Más que evidente que ninguno ha sido providencial como pretendía, como logro le creyeran los votantes. Las estrategias (?) no han funcionado. A puro berrinche no se levanta un país. Hay que planificar, trabajar, buscar que todos los colaboradores sean comprometidos, no solo unas excepciones. Es difícil conducir una nación, esta y cualquier otra. Peor, si como herramientas de poder, totalmente erradas, se utilizan el odio y la confrontación.
Hay que unirse, como lo dice todo mundo. Unos cuantos con el corazón. A esos hay que hacerles caso. Pactos, hay que hacer pactos. Con resultados exigibles. El principal pacto, que sea el de respetar el Gran Pacto que es la Constitución de la República.
De una u otra forma puede coincidirse en la necesidad del cambio, todavía más, de la transformación requerida para el progreso, comprendida la reducción de la injusticia. Pero cuestionarla, cuando ni ha sido aplicada como se manda, sino alterada para ser ajustada al cuerpo de ambiciosos.
En época electoral, cuando surgen tantas iniciativas para tratar de arrancar compromisos a los aspirantes a la Presidencia de la República, a las alcaldías o a las curules; como de tanto candidato dispuesto a decir si a todo, sea bueno o malo, vuelve a ser momento propicio para rectificar el camino. Para que se definan mecanismos que logren, esta vez sí, nos cumplan con lo que se comprometen.
Toda la sociedad debe participar en la suscripción de los pactos, pero sobre todo en su cumplimiento. Pactos para la gobernabilidad, que nos den empleo y seguridad. Aquella querida promesa incumplida.