Como en Honduras no se adoptan medidas para prevenir o enfrentar los problemas, al comenzar la época seca ya estamos de nuevo frente a la gran cantidad de incendios forestales que destruyen la flora, la fauna, las fuentes de agua, y que contribuyen a la erosión y a la contaminación en general ocasionando pérdidas de todo tipo a los hondureños y al planeta mismo.
El caso más emblemático es el de la capital, ya que es la ciudad más poblada del país, con un desordenado crecimiento, y sufre graves limitaciones en el suministro de agua, con muy pocas fuentes del vital líquido, con altos grados de contaminación industrial y vehicular. Pero no solo eso. También es aquí donde se concentra toda la burocracia estatal, y por lo tanto la toma de decisiones, y tienen sus bases múltiples ONG, cuya existencia misma está justificada en la protección ambiental.
O sea, Tegucigalpa y Comayagüela son las ciudades que más necesidad y urgencia tienen de recuperar, mejorar y conservar sus recursos forestales y también las que, teóricamente, con más recursos cuentan para hacerlo.
Sin embargo, en las estadísticas del Cuerpo de Bomberos se establece que de la gran cantidad de incendios forestales desatados en estos dos primeros meses del año la inmensa mayoría, el 80%, han ocurrido precisamente en la capital hondureña.
Para colmo, ante esta ola de incendios que arrasan con las zacateras y bosques que rodean a la capital, los únicos que están luchando por extinguirlos son los bomberos. Ni los militares, que después de la “guerra fría” buscaron en la protección de los bosques una justificación para su propia existencia, ni el personal del flamante Instituto de Conservación Forestal ni mucho menos los llamados ambientalistas han sido vistos luchando contra las llamas en estos días.
Mientras tanto, como todos los años, miles de hectáreas de bosques que logran sobrevivir a la tala son arrasadas por el fuego en un país tan desorganizado donde nadie previene ni se prepara para enfrentar ni el más repetitivo de los riesgos.