La formación política del hondureño es, en términos habituales, sencilla, incluso baja, por lo que con frecuencia nace confusión en torno a algunos términos de la cultura universal moderna (capitalismo, socialismo, función social del Estado y empresas, burguesías, oligarquía, ejemplo), de los que se ignora el preciso significado o se emplean con propósito de denostar, no en cuanto instancias económicas y políticas dueñas de propias características.
Paul Dosal, PhD., es serio estudioso de la oligarquía centroamericana, particularmente guatemalteca. Fue alumno de Ralph Lee Woodward, que es buen mérito, así como catedrático en universidades norteamericanas. A ello agrega claros conceptos, metódica exactitud referencial y diestro manejo de la lengua, significativas cualidades.
Su libro “Ascenso de las élites industriales en Guatemala” (Piedra Santa, 2006) comienza por sembrar cierta afirmación polémica: “La democratización es elemento esencial para la agenda neoliberal”… lo cual implica que, lo menos en Guatemala, al sector propietario del capital le interesa sobremanera que desaparezcan los autoritarismos en el modo de gobierno pues incitan a rencor y rebelión, y más bien se apuntan, neoliberalmente, al rescate y vigencia del orden constitucional, así como a la depuración pronta de funcionarios civiles y militares corruptos. El conductismo fascista, se resume, es perjudicial para la óptima marcha de los negocios.
Homologando sus deducciones sobre Guatemala podría aseverarse que en los siglos XIX y XX predominaron en Honduras una burguesía y oligarquía terratenientes (el impulso minero de Soto no llegó a estructurarse cuanto tal), después sustituida su hegemonía, o relevada, por la oligarquía del enclave frutero, evidentemente invasor y expoliador y luego, al presente, por otra de empuje financiero.
Siguiendo a Dosal, la oligarquía es una red de familias interconectadas “que ostentan un excepcional poder político debido a que controlan las instituciones económicas”. Élite que, acorde con Marta Casaus, se enlaza ––con viejos o nacientes pedigree–– por matrimonio e intereses económicos con que controla los medios de producción y el sistema político a prolongado tiempo (ojalá en los mayores silencios y anonimidad).
En el caso de Guatemala, la oligarquía ha delegado parte de su poder a la iglesia y los militares, aunque siempre manda desde detrás. Son, por definición de Pareto, “aquellos que tienen, han tenido o tendrán el poder”, pues son “grupo dominante, con los engranajes del poder a su disposición”.
Los integrantes de la oligarquía se consolidan por alianzas y no funcionan como familias individuales (cual las 14 salvadoreñas) sino con instituciones formales (partidos políticos, clubes, bancos, compañías de seguros y enclaves residenciales) aunque tampoco son eternas: su dominio puede ser batido, ocasionalmente, por fuerzas genuinamente liberales, democráticas e incluso revolucionarias.
De allí que las élites inteligentes se adapten (para sobrevivir) a la marea social y diversifiquen sus expresiones ideológicas, entendiéndose que no todo empresario o inversionista es parte de la oligarquía, concepto absurdo. “De sus filas provienen líderes del sector privado, ministros, diplomáticos y en ocasiones presidentes, pero no siempre”. Ningún jefe militar centroamericano ha pertenecido, en los últimos sesenta años, a la oligarquía, siendo solo mandaderos, pues “quienes detentan el poder no necesariamente son los que gobiernan”, testimonia Dosal. Una red oligárquica inteligente es limitada y con frecuencia prudente; se cuida, en globalidad, de generar escándalo y por ende resiste continuismos, militarismos crudos, violencias (escuadrones de la muerte), represión generalizada, fraudes electorales, a menos que sean tan crudos e inevitables que les favorezcan directamente y reditúe apoyarlos, ya que prefieren el cambio moderado y gradual. Se habla, obvio, de oligarquías cultas y no provincianas, disneylandieras ni tortilleras como las de cierta república de más acá que de allá.
Interesante, ¿no? Ya ven que se puede hacer ciencia sin vender el alma ni insultar a nadie, así como explorar las vertientes presentes del país sin generar contradicción. Las contradicciones ya existen, de lo que se trata es de iluminarlas para hallar su solución.