Mientras Israel justifica la ofensiva bélica -en gran escala- en contra de Irán, sosteniendo lo necesario de tan grave decisión ya que de por medio está su existencia y supervivencia como nación, la antigua Persia alega que su respuesta está basada en el derecho a repeler la agresión, justificando legítima defensa.
Este más reciente enfrentamiento entre ambas naciones encuentra al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu -quien junto a su esposa serán sometidos a juicio por la justicia de su país acusados de actos de corrupción oficial y abuso de poder-, respaldado por el presidente Trump, si bien al interior del Partido Republicano algunos de sus dirigentes apoyan tal incondicional apoyo, en tanto otros desean que Estados Unidos no sea arrastrado a otro conflicto bélico, de imprevisibles consecuencias, habida cuenta de las lecciones derivadas de su intervención en Irak y Afganistán, que le fueron desfavorables en términos geopolíticos y de prestigio.
Irán, por su parte, se encuentra prácticamente solo, por cuanto sus aliados regionales, el “eje de la resistencia”, en Siria y Líbano, fueron sustituidos tras una guerra civil o bien debilitados por la acción militar israelí. Lo mismo ocurre con Hamás en Gaza. Tanto China, cuya diplomacia ha logrado acercar a Irán con Arabia Saudita, tradicionales competidores por influencia en el Medio Oriente, como Rusia, enfrascada en guerra con Ucrania, no desean ser involucrados. Tampoco le conviene bloquear el Golfo Pérsico, por donde navegan los tanqueros que trasladan petróleo, su principal exportación, a los mercados consumidores, so pena de enfrentar sanciones adicionales.
La Organización de las Naciones Unidas ha demostrado nuevamente su incapacidad para poder mediar y resolver conflictos bélicos de envergadura, al no alcanzarse consensos al interior del Consejo de Seguridad.
Un nuevo y severo derramamiento de sangre enfrenta hoy la humanidad, y la paz se encuentra lejos de ser alcanzada.
