A un poco más de tres meses de haber iniciado el año escolar, las cifras de estudiantes matriculados este año es inferior a la del año 2024 en al menos 45,000 estudiantes en los tres niveles de enseñanza.
Las causas por la que estos niños, niñas y jóvenes no están en un aula de clases son de sobra conocidas, resaltando entre ellas la pobreza, la violencia e inseguridad, la lejanía de los centros educativos en el área rural, los desastres naturales, e, incluso, la falta de interés de las familias y de los mismos estudiantes en obtener un grado académico o una formación técnica en cualquier área del conocimiento.
Pero lo cierto es que más allá de las causas, la situación a la que se enfrentan los niños y los jóvenes en Honduras no es nada halagadora por la falta de oportunidades a las que se enfrentarán a lo largo de su vida por los bajos niveles educativos.
También que los esfuerzos que sin duda se hacen desde el gobierno, y especialmente de la Secretaría de Educación para recuperar la matrícula, que registró su caída más severa en los años de la pandemia del covid-19, todavía no dan los resultados esperados, lo que les obliga a revisar las estrategias con el único propósito de garantizar los servicios educativos a toda la población en edad escolar.
No estar en la escuela ni concluir el ciclo escolar tienen graves consecuencias no solo para los niños y los jóvenes que no acceden a los servicios educativos, sino para el país.
La falta de educación incrementa los niveles de pobreza, limita a los jóvenes el acceso a empleos dignos y mejor remunerados, impacta en la inversión por la escasa mano de obra calificada y limita la competitividad del país en el mercado global.
No educar a nuestros jóvenes también los vuelve presa fácil de los grupos delincuenciales y aumenta la migración ilegal, por ello es un problema que debe estar permanentemente en la agenda de quienes gobiernan y la sociedad en general.