La Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) presentó la semana anterior el resultado de una investigación sobre la corrupción, que concluye que este es un mal que no solo persiste sino que, con el paso del tiempo, se ha transformado.
“La corrupción en Honduras no solo persiste, se transforma, se adapta, es más sofisticada; lo más grave, se normaliza”, concluye el informe “Patrones y tendencias de corrupción en Honduras 2014-2024”, en el que identificaron 276 patrones de corrupción en las 70 instituciones públicas en las que se realizó el estudio.
Entre las modalidades de corrupción se mencionan: redes de corrupción en la gestión de trámites administrativos, corrupción en la asistencia social, malversación de fondos públicos y lavado de activos para fines políticos y abuso de poder.
Estos resultados quizá no sorprendan a muchos de los que son parte de estas estructuras que desgraciadamente han actuado -y siguen actuando- casi en total impunidad, drenando millones de lempiras que deberían estar destinados a atender los principales problemas que golpean a la población y a marcar la ruta del desarrollo del país.
Desgraciadamente, son prácticas que se ejecutan por igual en los diferentes gobiernos, sin importar el color de la bandera política que les cobija para llegar a la administración del Estado.
Son, sin duda, prácticas que persisten en el tiempo por la falta de voluntad política y acciones de los organismos competentes en la lucha contra estos males, de las componendas que se han vuelto comunes entre la clase política para evadir la acción de la justicia.
La lucha contra la corrupción es una tarea pendiente de todos los que buscan gobernar la nación, una bandera que no solo debe ondear en las campañas políticas, sino que sea un eje estratégico de sus administraciones.