Se ha convertido en un lugar común la repetida frase “el presupuesto de la República es una herramienta de desarrollo”. Sin duda, una frase aprendida de memoria para el discurso vano que continúa muy lejos de plasmarse en práctica y guía elemental en el comportamiento de los diferentes gobiernos. Siguen sin rectificarse las prácticas de los grupos y personas que aprueban y ejecutan presupuestos sin asignar recursos a lo prioritario. Durante años, se ha gastado bastante y el desarrollo no termina de llegar. Seguimos sin contar con verdaderos procesos presupuestarios en la gran mayoría de las instituciones públicas. Con la misma superficialidad y casi burla, a nivel oficial se pregona con el “presupuesto ciudadano”. La veeduría ciudadana en las diferentes etapas del presupuesto sencillamente está en la ceguera y la opacidad que solo asoma como figura fantasmal. En un juego perverso de palabras, no está presupuestado tomar en cuenta las opiniones de los ciudadanos sobre el presupuesto público, solo está programado el gasto y el desgaste. Desde allí, arranca y se agiganta el déficit. Las reuniones de “socialización” en las comisiones legislativas son de trámite fingido; no pasa nada constructivo. Los reducidos y hasta esotéricos invitados a los salones del Legislativo pueden sencillamente ir a avalar los gastos ya decididos o incluso, como chispazos, verter esforzadas sugerencias aparentemente aceptadas, que de todos modos no surtirán ajustes en el dictamen ya cocinado para el consumo burocrático en el decreto oficial. De todos modos, es incierto, siquiera, que se realicen sesiones legislativas y, aunque por fin llegaren a efectuarse, el “debate” será devaluado a una simple “lectura” robótica, en “voz baja” e inentendible, sin eco crítico, atropellando a la oratoria, sin audiencia atenta, sin retroalimentación, vocalización estéril y perorata, en ofensivo monólogo solo para cumplir simulado trámite. Se ceba el déficit.
Para este período político se ofreció también implementar la metodología del presupuesto “base-cero” como una herramienta para mejor priorización de gastos y mayor eficiencia. Se engrosa la lista de lo incumplido, quedando “en cero” avance. De estas fallas, difícilmente se salva de responsabilidad el hemiciclo entero. Tampoco ninguna de las agrupaciones partidarias. Casi imperceptibles excepciones. Claro, hay unos pocos, con mayor responsabilidad imprescriptible de acuerdo a sus cargos directivos, ya sin importar si llegaron a esas posiciones, legalmente o a la brava. Tampoco les importa ni ruboriza las cuentas bancarias y la opulencia, los consolarán un tiempo. Mal precedente que se suma al déficit. Un verdadero proceso presupuestario tendría que respetar las proporciones. Por ejemplo, si hubiese que pagar los salarios de los congresistas en proporción a su aporte y cumplimiento, les correspondería menos que el salario mínimo. Justicia tributaria por fin. El grueso de los egresos gubernamentales tendría que financiarse con los altos impuestos todavía regresivos y tendrían que orientarse a la inversión pública productiva. Con mejores y mayores infraestructuras y bienes de capital, los particulares tendrían buen ambiente de negocios y oportunidades de empleo asalariado o independiente. Menos personas huyendo del país. Remesas enviadas por migrantes con estatus documentado, menos chantaje y humillación por parte de gobernantes imperiales xenófobos.
Cada año se aprueba o se impone un presupuesto mayor de gastos para hacer menos, pero publicitando más para reelegirse. El pueblo parece tener “superávit” de aguante.