Hoy, América Latina se encuentra en una encrucijada histórica. Como subraya el Dr. Evan Ellis, existe una tendencia amplia —aunque frágil— hacia gobiernos más abiertos a relaciones constructivas con los Estados Unidos. Sin embargo, esa apertura no se debe principalmente a decisiones recientes de Washington, sino al desgaste profundo que dejaron regímenes populistas y proyectos de “socialismo democrático” que prometieron justicia y dignidad, pero entregaron corrupción, inseguridad, manipulación institucional y economías estancadas.
Comprender esta realidad es fundamental para los países de Centroamérica, especialmente de cara a sus futuras decisiones electorales y diplomáticas. La orientación estratégica de cada nación en los próximos años determinará si se beneficia de inversiones, cooperación y oportunidades, o si se aísla dentro de alianzas que ofrecen apoyo político de corto plazo, pero poca capacidad para generar crecimiento sostenible.
La región está girando no por ideología, sino por cansancio.
En Argentina, la victoria de Javier Milei en 2023 no fue un abrazo a Washington, sino un rechazo al clientelismo y la debacle económica que dejaron Cristina Fernández y Alberto Fernández.
En Bolivia, la elección de Rodrigo Paz Pereira en 2025 reflejó el hartazgo ante el deterioro institucional bajo Evo Morales y Luis Arce.
En Ecuador, Daniel Noboa emergió como contención frente al regreso del correísmo autoritario.
En Chile, el radicalismo dentro del bloque progresista ha fortalecido la probabilidad de que José Antonio Kast llegue a la presidencia.
Y en Colombia, la ola de violencia y criminalidad bajo Gustavo Petro ha creado condiciones para un retorno del centro-derecha en 2026.
Algo similar se observa en Centroamérica.
Guatemala, Costa Rica, Panamá y Belice mantienen posturas pragmáticas y cooperativas con Estados Unidos.
El Salvador de Nayib Bukele, aunque polémico, ha alineado su lucha contra el crimen transnacional con prioridades estadounidenses.
México, aun con Claudia Sheinbaum, se ve obligado a cooperar dada su dependencia económica de la región del USMCA.
Aquí es donde entran las excepciones — y las lecciones.
Honduras y Nicaragua han tomado en los últimos años una orientación distinta, priorizando vínculos con actores extrarregionales como China y Rusia, y reconfigurando sus instituciones políticas. Este tipo de reorientación estratégica no es en sí ni positiva ni negativa —todo país tiene derecho a definir su política exterior— pero sí tiene efectos concretos sobre inversión, cooperación y credibilidad internacional.
En el caso hondureño, la combinación de desafíos económicos, aumento en migración y tensiones institucionales ha generado preocupación en sectores del empresariado y la sociedad civil sobre la sostenibilidad del modelo actual. El país se encuentra en una etapa en la que decisiones de política pública, gestión fiscal, y seguridad ciudadana influirán directamente en su capacidad para atraer inversión y fortalecer oportunidades.
Es importante subrayar algo con total franqueza, pero sin juicio político:Los Estados Unidos —y el sector privado occidental— suelen priorizar cooperación más profunda en países donde exista confianza en la estabilidad institucional, la transparencia, y la previsibilidad en las reglas económicas. Cuando estas condiciones se debilitan, la inversión se desacelera y los apoyos multilaterales se vuelven más limitados.
La oportunidad regional no será permanente.
La historia ya demostró que cuando los gobiernos abiertos al comercio y la cooperación no logran mejorar la seguridad y la economía para sus ciudadanos, el péndulo regresa hacia el populismo. Eso fue lo que produjo la llamada “marea rosa” de los 2000. Si los gobiernos actuales no entregan resultados, la región puede recaer en modelos fracasados —y esta vez, con China lista para llenar el vacío.
Por eso, como plantea el Dr. Ellis, Estados Unidos debe comprometerse con apoyo serio en seguridad, comercio, infraestructura y fortalecimiento institucional. Pero también cada país debe decidir claramente de qué lado de la historia quiere estar:
¿Del lado de las naciones que modernizan, protegen a su gente y atraen inversión?
¿O del lado de modelos que priorizan control político sobre crecimiento económico inclusivo?
El futuro aún no está escrito.
La región —incluyendo Honduras— tiene una oportunidad.
Pero el tiempo, como siempre en política, no espera.